El llamado de la vocaciÓN

Homero Moreno A.

 

Breve presentación
En el presente capítulo “El llamado de la Vocación”, queremos remarcar lo que implica este concepto desde el punto de vista de la Filosofía Perenne y de como es arduo encontrar ese “llamado” en el ámbito de la vida Occidental contemporánea, pues más frecuente lo que encontramos es una actividad o “trabajo” no cualificado o la exaltación del “genio” individual o la mera premiación del explotador, entre otras opciones. Efectivamente “La industria sin arte es brutalidad”, nos dice Ruskin. [En Coomaraswamy, La transformación de la… p. 145, nota 37.] La vocación es verdadero sacrificio.
                                                                                 

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Comprender el sentido de las palabras y las frases, está más que claro que es un ejercicio indispensable. No obstante estas por sí mismas no implican el Ser del conocimiento, este opera en otro espacio no del todo visible sino en la unión de la mente y el corazón. La intuición intelectual se da en ese sutil lugar y no en el papel o en una distraída lectura. En él ejercicio de trazar y escribir páginas se plasma, por supuesto, un saber y el deseo de ser deletreado por un interlocutor, pero no será hasta que opere ese sentido de las palabras en un ser, que se pueda hablar cabalmente de un saber.

No obstante somos más que lenguaje o cognición, en ello tampoco radica el saber, son meros vehículos, sólo eso. Interpretar para luego comprehender la realidad, y aún más, no sólo lo tangible sino lo intangible. Es saberse uno con aquello que se nombra, escribe, deletrea o gestualiza; sólo hasta que nos hacemos uno con aquello que deseamos entender y saber, es que podemos “comprehender el Ser de las cosas.”

La raíz de las palabras y el conocer de las lenguas, nos revela pero como buenos símbolos también nos velan. Comprehender el sentido mitológico del discurso es adentrarse a lo primordial del acontecimiento. Por su parte, hacer presente las realidades tangibles e intangibles que lo vehiculan entre sí y con nosotros mismos, es incursionar en el sentido del rito. Todo rito recrea y genera un ritmo, un orden.

Sin embargo, insistimos, no todo es lenguaje. Existe un sutil mundo que se escapa a él, es silencio y más que silencio. Es ese otro plano o mundo que no lo podemos percibir tan fácilmente pero que sustenta a las ideas, y más allá de estas, y que por ende contiene a todo lenguaje. Como ya lo expresamos y a pesar de lo dicho, no hay nada mejor para intentar adentrarse a él que el lenguaje de los símbolos.

En tanto el símbolo nombra, el mito narra ofreciéndole simultáneamente un espacio ejemplar a la ejecución del rito. El mito es una representación teatral y un juego serio, y es aún más que esto. La realidad es un conjunto de sucesos múltiples y simultáneos que los veamos o no, operan, se suceden y conviven en un tiempo que es sostenido y sustentado, a su vez, por la Eternidad.

Símbolo, rito y mito son evento y suceso, visible y no visible, responden a un no-tiempo aunque se nos presentan necesariamente como hechos, no son meramente un objeto en el discurso, son realidades: desde las más sutiles y no visibles hasta las más densas y palpables.

Es imposible afirmar que lo que venimos diciendo –con palabras– sea el Ser, y es fácil comprender que todo lenguaje, por más perfecto que sea (lo cual es imposible antes más bien opera lo contrario) siempre será una limitante, se da y opera en el Ser pero no es el Ser. Cuando realmente logramos comprender “lo que ya me comprende” [Ídem.] entonces veremos al Ser.

Lo tradicional es operacional, valga la expresión, suscita posibilidades para llegar a Ser e incluso para vislumbrar al No ser. Ciertamente es un camino “múltiplemente” recorrido, lo novedoso será como cada cual lo retoma y vive. La transmisión es herencia de toda una pléyade de pensadores, la recreación, reiteración y su continuidad es de aquel que se decide a emprender –sin esperar un “tiempo mejor”– el camino de iniciación.

Así se perpetúa la transmisión de esa cadena ininterrumpida, de ese lazo invisible que sujeta a las diversas civilizaciones y su cultura toda, nada es relativo ni supuesto, mucho menos predeterminado, es búsqueda y constante estudio. En cada historia, mito o leyenda, se revive y recuerda el sentido original, se realiza la teofanía y con ella se renueva todo. Es original y antiquísimo… al mismo tiempo que re-creado constantemente, joven por ende.

No es mera interpretación, de lo que se trata es de llegar a la verdadera comprensión de las cosas, lo cual no implica una suma de saberes, sucesos o informaciones de todo tipo (como si fuésemos un almanaque o una enciclopedia). Al contemplar con arte se sucede o presenta el símbolo y el mito renace, y uno vive en otro tiempo, quizás sea un instante, pero aún es tiempo. Es cuando entonces se nos presenta, en toda su magnificencia, el rito. Éste se vive y entiende cabalmente, donde antes se sospechaba e intuía. Es vincularse al mundo y a los otros, sin olvidar que hay un anhelo por unirse con la que está presente y ausente, con aquella que nos llama pero igual se oculta.

Efectivamente, el llamado de la vocación es realizar lo anterior ¿es poco práctico? Efectivamente lo es desde una óptica globalizante, mercantil y utilitaria, pero se presenta como lo más real y necesario para el ser humano de todos los tiempos y sitios. Si sólo nos quedamos con la estética, la ética y la mera industria, desechamos esferas de lo más elevado: la belleza, el espíritu y la filosofía perenne.

De ahí la necesidad y el llamado urgente –a nuestra manera de entender– de aquello que mencionamos en capítulos anteriores: delimitar, enmarcar y conocer los campos de acción de cada uno de los valores centrales y no tan centrales como actividades del ser humano. Ciertamente es oportuno enfatizar en estos tiempos que la libertad que opera en el plano horizontal no debe de ser para nada parecida al libertinaje y egoísmo pero por sobre todo, saber que opera otra Libertad. Que si bien la voluntad es capacidad para elegir correctamente, es adecuado comenzar a vislumbra que igual opera otra Voluntad y que, para cerrar los ejemplos en forma de triada, que la Inteligencia no es realmente nuestra inteligencia (es la capacidad de “leer interiormente”).

Antes de entrar al desarrollo de los casos específicos del arte, sería conveniente redondear que la Belleza suprema es

…invisible e indivisible, y únicamente puede ser conocida como lo es la Deidad: en el corazón; el arte es una expresión de la Belleza, la ciencia una expresión de la Verdad, la ética una expresión de la Perfección en términos de luz y sombra, tesis y antítesis, bien y mal. El error consiste primariamente en la adjudicación de valores absolutos a uno u otro de estos factores relativos, que son sólo medios de comprensión, [arte, ciencia y ética] y no fines en sí mismos. [Coomaraswamy. La transformación… p. 132, nota 3.]

Como hemos tratado de plantear hasta este momento Verdad, Belleza y Amor, son análogamente semejantes, no derivan exactamente una de otra como si nada “estuviese” “entre” ellas, sino que cada cual nos habla de un sutil orden aunque común e inherente a la naturaleza de la divinidad. Ante esto, la facultad creativa se puede considerar en conjunto como innata, adquirida y aprendida. Por lo tanto, lo que requiere desarrollar cualquier artista y artesano –para expresarlo de acuerdo al lenguaje actual– es la pericia que sólo se otorga con la práctica, su fruto es el hábito (que no la costumbre), lo cual a su vez conlleva una habilidad creciente, una adhesión a su arte. Pero como se comprenderá fácilmente, nada de esto se puede generar sino se es al mismo tiempo y simultáneamente, servil y libre ante la obra.

 

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