Sympósion

 

 

 

Conocemos por medio de imágenes, no sólo visuales sino precisamente las de la imaginación creadora. Lenguaje que resulta sintético y universal. Por ende intentaremos en nuestras charlas realizar un esfuerzo por deletrear el sentido profundo y el reconocimiento del símbolo, donde lo puramente mental y cerebral se unifica con el corazón. Es un instante de regeneración, una especie de descanso mental y del alma donde se revela lo Superior. Acaso una transmutación de la conciencia tal, que armonice perfectamente con el ser del mundo y de las cosas.

Así que uno de los primeros retos es desaprender para posteriormente aprehender y combinar hacia lo interior este proceso. El trabajo es tanto interno como externo ya que los símbolos comienzan a operar una vez han entrado en contacto con nosotros. La concentración y el estudio son elementos importantes e inseparables, diríamos que se contienen en el símbolo en su parte vivencial, pues de otra manera no operaría el proceso de interiorización al que nos hemos referido.

La diferencia entre este proceso de síntesis y otro que podemos llamar sincretismo, es que el primero otorga un entendimiento en la transmisión del símbolo, en tanto el segundo sólo aglutina ciertas formas inconexas logrando una verdadera revoltura de representaciones e ideas; lo primero reúne, lo segundo dispersa.

Para este proceso la ascesis se presenta como una etapa necesaria y permanente, ascesis viene del sánscrito tapas y se refiere al acto de ir quitando precisamente las tapas o capas de la corteza que rodea a nuestra conciencia ubicada en el centro de cada uno de nosotros. Lo primero nos impide distinguir entre lo real y lo ilusorio, proceso arduo y de múltiples facetas. Es el fuego interno que va quemando las “cortezas” o los obstáculos, para posteriormente desarrollar toda nuestra potencialidad interna.

Pensemos en la imagen de un corte transversal de un árbol, sí observamos sus diferentes anillos, estos estarán rodeando, precisamente, a su núcleo o corazón. Traslademos esta imagen del árbol a otra como puede ser la del círculo. A este le agregaremos una línea tal que nos permita unir la circunferencia con su centro, es decir, trazaremos el radio (camino), convirtiéndose este en un puente. En donde el centro vendría a ser alquímicamente el oro, la circunferencia el plomo y el radio el mercurio; o también desde un punto de vista hebraico y cristiano el punto central sería el espíritu, la circunferencia el cuerpo y uniéndolos el radio que es el alma; en otra relación, según la doctrina taoísta, nuestro centro sería el cielo, la periferia la tierra y como punto intermedio de estos dos planos: el hombre.

Podemos afirmar que la variedad de tradiciones pertenece al círculo exterior del símbolo de la rueda. Ellas son los rayos que conducen al Cubo o Esfera central, donde está ubicada la Tradición Unánime o Primordial.

Nosotros, mediante la gracia del Espíritu, recorreremos los radios o rayos, es decir los caminos por los cuales pasaremos de la forma exterior a la interiorización del círculo.

René Guénon nos recuerda, a lo largo de su obra, que el origen de la Tradición es Polar, indudablemente central, no es occidental ni oriental, sin embargo con el devenir de los ciclos su “sede” se ha ido trasladando a distintos lugares, presentándose con variados y necesarios ropajes según las circunstancias y contingencias, permaneciendo su centro –a pesar de ello– inmutable a los cambios de la manifestación.

La Tradición, a través de sus variados símbolos de todos los tiempos, logra evocar un conjunto esencial que bien podríamos llamar el Verbo original, o la transmisión del Conocimiento. La toma de conciencia, nos recuerda Guénon, de esta Unidad esencial de todas las tradiciones es, hay que subrayarlo, la condición previa a toda enseñanza de las realidades metafísicas y cosmológicas.

Al parecer hoy en día hay un empeño por “ayudarnos” a olvidar, a permanecer en estado de un sueño ocioso; en la calle y en nuestro hogar somos bombardeados por lo superfluo, en las aulas se nos hace repetir sin reflexionar, en la oficina se nos enseña a competir con el compañero y en la sociedad a mantener una imagen de “triunfador” en lo material. Todo es una carrera contra la verdad, con lo que verdaderamente emana del Centro de cada uno de nosotros que no es otra cosa que un reflejo, un radio, un camino, un sendero o un rayo de luz que nos impulsa a salir de la caverna y, renovados, saber que ese lugar -que simbólicamente descansa en el corazón- es la morada de Brahma, de YHVH, Dios, Allah, el Invariable Medio, la Identidad Suprema y por ende del No-Ser siendo.

Como vemos al mismo tiempo que el punto o centro es origen de todas las cosas a él tendemos a retornar. Y esto se debe porque el centro es el lugar donde todos los contrarios se equilibran y todas las aparentes oposiciones se resuelven. Es decir, es el espacio en donde nacen todas las oposiciones, pero también en donde, finalmente, se reconcilian eterna y constantemente.

Y es en ese viaje con su largo pero placentero recorrido por el radio que, no sin ciertos obstáculos y variados laberintos; se nos invita a tocar para que se nos abra, a llamar para que se nos escuche y a pedir para que se nos dé.

De ahí que Sympósion sea un Banquete que, esperamos y deseamos, podamos entre todos formar y compartir el Conocimiento que es lo que más en alto pueden los seres departir: luz del Conocimiento que es revelado y por definición supraindividual.

Es ese Verbo o Luz que nos recuerda precisamente nuestro origen, del cual venimos y hacia donde vamos, es un lugar finalmente que nos concierne y nos contiene desde siempre y con el cual bien vale la pena y el esfuerzo el identificarse y, sobre todo, el recordar que de él hemos salido y que a él concientemente e idealmente, tendemos a regresar.


Nuestras charlas se dan en distintos puntos de la ciudad:
 


El Verbo desde el origen transmite,
es el punto central del círculo del cual emana el Conocimiento perenne y universal
y que encuentra a su recipiendario en nuestro intellectus.

 

 

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