Juan Escoto Eriúgena

Sobre el No Ser y el Ser en y de todas las cosas

 

Homero Moreno Arredondo

 

 

“… dice Dionisio Areopagita, es esencia de todas las cosas

aquel que es el único que verdaderamente es.

‘Pues –dice– el ser de todas las cosas

es la divinidad que está sobre el ser’”.

 

Juan Escoto Eriúgena[1]

 

 

Introducción

Juan Escoto Eriúgena (810?-877?) tradujo el Comentario sobre el Pseudo Dionisio, atribuido a Máximo el Confesor, otras obras suyas son Sobre la predestinación así como algunos comentarios a los primeros versos del Evangelio de San Juan, pero sin lugar a dudas su obra máxima es Sobre la división de la Naturaleza (Periphyseon), de la cual tomaremos a penas los primeros apartados de una breve selección publicada en Los filósofos medievales, vol. II. BAC, Madrid, 1979. Además del excelente trabajo de Jean-Claude Foussard “Non apparentis apparitio: el teofanismo de Juan Escoto Erígena”, en Cahiers de l’Université Saint-Jean de Jérusalem, número 12, Berg International Eds.[2]

 

Planteamos entonces un acercamiento al pensamiento “eriugeneano” donde trataremos de explicar su concepto de Naturaleza entendida esta en el amplio sentido de todo lo creado o manifestado, pertenezca esta a planos sutiles o densificados.

 

Es decir, y por tanto, abarca lo que se refiere a lo perceptible, como a lo no perceptible para los sentidos, tratando a su vez de asimilar como todo ello tiene la mayor importancia en la comprensión de la idea de la divinidad en el pensamiento encumbrado medieval cristiano y que no obstante los términos ya no conllevaban o contenían, en definitiva, una idea clara de lo verdaderamente metafísico y por ende del No ser.

 

Escoto Eriúgena fue un filósofo medieval; irlandés de origen y que vivió en Francia. Basándose en el neoplatonismo, fundó y continúo una doctrina que se halla expuesta, ante todo, en la obra que nos ocupa De la división de la naturaleza. Eriúgena divide el ser en cuatro naturalezas: 1) la increada, pero creadora: Dios como fuente de todas las cosas; carece de forma, es inexpresable y, para Escoto, incognoscible; 2) la creada y creadora: ideas divinas, que aparecen como causas primarias. El mundo de las cosas ha sido creado por Dios de sí mismo y su existencia es eterna; 3) la creada y no creadora: el mundo sensorialmente perceptible, manifestación del mundo ideal único en el conjunto de las distintas cosas; 4) la increada y no creadora: Dios, concebido como fin último de todas las cosas.

 

Escoto Eriúgena relaciona la formación de las cosas con la caída del hombre en el pecado, causa de que el hombre se desprendiera de Dios. Más sin embargo, con el transcurso del tiempo, llega la redención y la vuelta de todas las cosas a Dios, gracias al hijo Unigénito.

 

Planteamos que en algún momento de la historia Occidental (del cual no vamos a terminar por ponernos de acuerdo y menos desarrollar en este breve escrito), se extravía para la gran mayoría, e incluso de los pensadores más encumbrados, la concepción del No ser y por ende verdaderamente metafísica de la divinidad, deviniendo en un planteamiento exclusivamente ontológico y cosmológico. Escoto no será la excepción.

 

Y sin embargo, pensamos que la obra de este monje irlandés resulte más que actual, es necesaria e imprescindible, diríamos –como la de varios otros autores no sólo medievales– para rescatar plenamente planteamientos con nociones centrales de lo que podemos entender, en un sentido amplio e íntegro del vocablo de Naturaleza, es decir como todo aquello que es visible como no visible y por tratarse de este autor, de las cuatro divisiones que propone.

 

Desarrollo del tema

Lo que no aparece es Dios, sin embargo todo lo demás, lo creado, es la teofanía divina y es gracias a ella que vamos a poder comprender a Dios. De manera que la vida espiritual debe de estar en movimiento incesante entre, por un lado, la aparición y, por el otro, por y en Aquel que no aparece.

 

Y es que cuando se piensa en la bondad divina por ella misma, la conclusión a la que llega nuestro filósofo es que no es, no era y no será. Ya que no se aprehende por la inteligencia común de ninguno de los seres existentes, pues es ella la que trasciende todas las cosas. Dios es indefinible, pero no sólo para nosotros criaturas finitas, sino inclusive para Él mismo.

 

Como es fuente de todas las determinaciones no puede ser una de ellas, la causa de todos los seres está por encima incluso del Ser, aquel que crea todo lo definible, no puede incluso ser “atrapado” por él-mismo mucho menos por intelecto vulgar alguno creado, dice Juan Escoto.

 

“Dios no es esencia pero es más que esencia en tanto que causa infinita de todas las esencias”[3] de ahí que sea “supraesencia” conteniendo al mismo tiempo toda esencia pero escapando del sentido mismo de esencia pues la comprende siendo más que ella. Y no es por carencia alguna que Dios ignore lo que es, es simplemente porque él no es nada definido, “… ignora que sea un ser, porque sabe que no es absolutamente nada de lo que se puede conocer en algo y de lo cual se pueda decir o comprender lo que es.” Pero entonces… ¿cómo será posible la teofanía?

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Precisamente por lo mismo, es decir, no debemos de considerar a Dios y a lo creado y sus criaturas como dos realidades separadas una de otra, sino como una sola y única cosa, de manera tal que las teofanías se suceden ininterrumpidamente en todo acontecer a nuestro alrededor e interior, y ello no implica que se le conozca en toda su magnificencia, sino que “no conociéndole es como se le conoce mejor”[5] Y es que, no hay posible manifestación más que si hay alguna referencia de una forma viable a lo que ella hace visible. No hay aparición sin la referencia de aquello que aparece, exteriorización de una realidad interior que le es anterior.

 

En pocas palabras: la aparición es un símbolo, tiene sentido, es una referencia más allá o de otra cosa que ella misma, no existe más que para simbolizar. La creación entera, lo veamos o no, es aparición o manifestación divina, es un símbolo en movimiento y en perpetua transformación.

 

Dios es otro distinto a todo. En virtud de ello, es remotus, pero es también el Bien que se difunde en nombre de su naturaleza. La creación es Dios creado, Dios hecho y manifestado. La teofanía no es solamente una aparición de Aquel que no aparece, ella misma es Dios, “Pues todo lo que se puede aprehender por el sentido o por la inteligencia no es otra cosa más que la aparición de lo que no aparece.”[6]

 

La noción de aparición hace intervenir varios términos: aquello que, anterior a su manifestación y distinto a ella se manifiesta en ella; el testigo que a través de la manifestación busca conocer a Aquel que se manifiesta; y la forma misma de la manifestación.

 

 

۞

De manera tal que para el intellectus, la forma posible de comprender la divinidad es por medio del Verbo de Dios, pues el está constituido por una parte intelectual, sin embargo no nos referimos a un intelecto ordinario sino a uno que escapa de nuestras propias capacidades individuales y que no obstante está contenido en nuestro ser.

 

Y es que este punto, nos parece, es el nudo gordiano en la exposición de Eriúgena, ya que bien conocida es la interpretación que se hace de su obra en tanto imposibilidad de la incognoscibilidad de Dios. Pensamos contrariamente, y como bien dice René Guénon, que no hay nada incognoscible o ininteligible sólo momentáneamente o actualmente incomprensible, es decir inconcebible no por que sea en sí misma esa su naturaleza, sino debido a que nosotros mismos somos, por un lado, seres condicionados y limitados, aunque por otra parte y muy a pesar de nuestras limitaciones, contenemos todas las posibilidades de trascendencia por medio del intellectus como bien lo han planteado varios filósofos, empezando nada menos que por el “divino” Pitágoras y Platón continuando con Plutarco, Porfirio, Jámblico y Plotino, por mencionar sólo algunos.

 

Más allá del Ser y lo manifestado, de toda la Naturaleza“eriugeneana”, se encuentra el No ser, lo verdaderamente no manifestado, no aquel que en el texto encontramos como lo no creado o no es. El No ser metafísico no es sinónimo de “nada” y este sea probablemente el gran error de comprensión de muchos filósofos, muy por lo contrario, la Posibilidad universal o verdaderamente Infinito es idéntica a la Identidad Suprema plasmadas en las concepciones Orientales y en toda cultura que comprenda la idea del cero y/o de lo Infinito.

 

Es la Unidad la afirmación del Cero metafísico, el cual se presenta mediante esa forma del punto ilimitado como reflejo de la Posibilidad universal la cual no tiene representación alguna. Es decir que esta Unidad que se afirma a sí misma para convertirse en el centro se haya unida al Cero que la creó o que la contenía desde un principio en su seno, en un estado de no manifestación.

 

En tanto cada manifestación posible de la creación es ciertamente una teofanía y viene a ser la manifestación total o la Naturaleza como bien era entendida entre algunos pensadores medievales. Sin embargo el Ser que es “activo”, no se contrapone con el No ser que es “pasivo”, esta aparente separación esquemática, en realidad la requerimos nosotros para tratar de conformar y comprenderla en nuestro intelecto, que por otro lado no es nuestro cuando hemos verdaderamente hemos recordado que no somos esto o aquello y que nuestro yo en realidad es “parte” de Aquel que lo comprende y abarca todo. En definitiva no podemos explicarnos al No Ser sino es forzosamente a través del Ser.

 

La aparente distinción del Absoluto o de la Identidad Suprema, entre el No ser y el Ser no expresa sino una necesidad de nosotros por intentar encarar las cosas, de una limitación del lenguaje y de una recurrencia que nos lleva, indiscutiblemente, al estudio y reconocimiento de aquello que nos sobrepasa. Ello no debe de ser visto como incognoscible o ininteligible, sino en todo caso como momentáneamente inexpresable y sin lugar a dudas incomunicable del todo por su misma esencia. Efectivamente, sostenemos que, intentar penetrar el misterio, es la única manera que nuestra inteligencia tiene de honrarlo.

 

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Después de este breve paréntesis, pero que creíamos necesario, continuaremos con los planteamientos cosmogónicos del filósofo irlandés y retomando nuestra reciente exposición, y no obstante complementando así ambos discursos. Entonces, requisito indispensable para la teofanía es que se realice un descendimiento o condensación de la gracia, es decir de la sabiduría de Dios hacia la naturaleza humana y de la exaltación o disolución, que ocurre por un amor de libre elección, de esta misma naturaleza humana hacia o por la sabiduría divina. Diríamos que el compromiso es de uno con Aquel, que no basta con habitar este paraje lleno de teofanías sino que es indispensable la comprensión de nuestra única tarea.

 

Podríamos bien preguntarnos ¿por qué Dios ha creado un mundo material y un hombre corporal, siendo que podría permanecer eternamente Todo en la esencia de las cosas? La respuesta, creemos, es por el mismo devenir de las cosas y por la necesidad de agotar toda representación que entra en lo indefinido de la manifestación para sólo entonces poder retornar a lo verdaderamente infinito o no manifestado. No es el pecado original el motivo, simplemente es vehículo de lo que acabamos de afirmar, y claro que cualquier devenir implica ese pecado como un alejamiento o error de congruencia interna: no atinarle al centro de nuestro corazón, consecuencia pero no causa última del drama cósmico.

 

Como no se ve más allá de la luz divina en la aparición que se transforma en el mundo sutil de la emanación y que desde ese momento hay Creación, sustento de toda creación pero de manera tal que resulta al mismo tiempo que cercana a lo verdaderamente metafísico, lejana al mundo de la hechura. Por ello Dios permite una segunda creación, la del mundo visible y del hombre corporal, en previsión de este pecado y conocido por Él antes de todo acontecimiento posible. Esta creación es simultáneamente la consecuencia y la expresión del pecado común y no obstante el punto posible de retorno al Padre y por ende la salida del mundo de las apariencias.

 

Vuelta vanidad por la perversión de su voluntad, el hombre se debate en un mundo de apariencias engañosas y bienes ilusorios cuya fecha de caducidad misma es el castigo de su falta, ¿acaso Eriúgena no es actual? No obstante, la materia informe ha sido creada justamente por Dios para que eso sutil que escapa a los sentido ordinarios, aparezca en cierto modo en ella de manera sensible. El mundo material es, totalmente, y bajo todos los aspectos, una aparición del Verbo de Dios, una constante y perpetua teofanía.

 

Dando la espalda a la verdadera luz, el hombre se condena a la peor de las muertes que pueda existir, la de la ignorancia, la cual nos hace tomar lo falso por lo verdadero. Este desatino sin control produce inevitablemente la ocultación de la teofanía, consecuencia del oscurecimiento de la mirada del hombre. No obstante, esta rebelión orgullosa y vanidosa encuentra su redención en la muerte obediente y sacrificadora de Cristo.

 

Ascética, siempre una vida ascética... ya que la teofanía solamente puede revelarse para aquellos que viven bajo ciertos parámetros de acción. Escoto Eriúgena dice que piadosamente ya que se tiene “los ojos” vueltos hacia Dios y se le obedece; castamente pues se requiere la renuncia de la interpretación propia de las cosas y comprender que toda belleza y armonía derivan de un orden superior.

 

Es el intento genuino de seguir la recta razón, hasta el espíritu de la letra y hasta los principios racionales de la escritura. Para ello es necesario romper la forma exterior (no quedarse con la letra muerta) para extraer de esta el significado espiritual (revivificar lo que es esencial). Los “sentidos espirituales de la letra”, de la creación y de los símbolos, son los “trozos” que sobran y que los hombres carnales no pueden siquiera observar aún los tengan enfrente de sus narices.

 

A manera de conclusión

Dios y lo creado no son ni un mismo ser ni dos seres diferentes. “Uno” es el Ser, en tanto el “otro” está por encima del Ser. No obstante, el Ser de lo creado no es más que la forma participada del sobre-ser divino aquel que conlleva la “forma” del No ser, pero no de aquello que pudiésemos confundir como lo que no es, por no ser creado.

 

Ya que cuando se le busca por encima de toda manifestación no se le encuentra en ninguna esencia, porque no ha llegado a Ser. Y cuando se le aprehende por medio de nuestro intellectus uno se percata de que es el fundamento de todo aquello cuanto existe, por eso el viaje espiritual es un constante ir y venir entre el No ser y el Ser; este último, el Ser, es al mismo tiempo un constante “enfrentamiento” y “acoplamiento” entre lo que es creado y no creado, y por tanto entre lo que es y no es.

 

La teofanía se convierte en el vehículo por excelencia simbolizada o plasmada en toda creación, siendo idéntica a lo divino, manifiesta al Ser pero no puede manifestar, al menos no directamente, al No ser.

 

La noción de metafísica, a pesar de todo permanecerá oculta en algunas doctrinas tanto Orientales como Occidentales y que más allá del concepto de salvación, esta incluye el proceso de liberación final misma que Jesús, el Cristo ejemplificó. Entender a este personaje limitado sólo como histórico o sólo como salvado sin el proceso final de liberación, es una carencia de la comprensión de las cosas.

 

Hace falta efectivamente partir el pan y repartir el vino, romper la ilusión, compartir la teofanía sensible para poder compenetrarse con el mundo espiritual. Morir al hombre viejo llamado “moderno” y entrar a la contemplación activa, esa que requiere de nuestra completa participación en la creación toda.

 

Todo encuentro y toda forma teofánica debe ser sacrificada, el testigo que es su medida debe ser inmolado, para que una teofanía cada vez más elevada nazca en cada etapa de simbólica ascensión. Y todo ello es posible gracias al viaje de la inteligencia por y del Conocimiento. Ahí donde se funde el contemplador con la cosa contemplada.

 

Recordemos que toda teofanía, y no obstante su belleza, es necesaria “atravesarla”, y enfatizar también a fin de evitar las “tiranías espirituales”, que son las peores de las tiranías, que el camino es único e irrepetible, que la expresión singular del encuentro teofánico con el Verbo es como la casa del Padre, en donde la Mansión de Dios tiene múltiples habitaciones y sin embargo todas son alumbradas por sus rayos de luz y calor o en otras palabras de Conocimiento y Vida.

 

Entonces, hasta agotarse todas las posibles formas del mundo de las apariencias y de lo indefinido, Aquel que no tiene principio ni fin, Aquel que es el No ser y el Ser, aparecerá en Todo y siendo más que Uno: Infinito. “Todos” en Él como al principio de los ciclos fue, es y será. Lo “teofánico” fundido con lo Infinito.

 

Es más allá de la ”tiniebla divina”, esa que es la noche más oscura de todas las noches, en donde se dice que Dios habita al haber traspasado el mundo sutil de las emanaciones divinas y que, tal ves como dice Eriúgena, los “deificados” se elevarán por innumerables grados de contemplación, en las nubes de la visión y verán al Dios de dioses en Sión, no por si mismos sino por el espejo de una última teofanía... aquella donde más allá reina la tiniebla sobreesencial y que, después de la abundancia de palabras, no conviene honrar más que con el silencio…

 


 

 

 

Bibliografía

 

Charles S. Peirce (1869). Lecciones sobre los lógicos británicos, lección I : nominalismo y realismo temprano. Traducción castellana de Luz Chapa (2003). Este texto corresponde al"Lecture I. Early nominalism and realism" del MS 158 (noviembre-diciembre, 1869) tal como figura en W 2. 310-317. Una parte de este manuscrito fue publicada en CP 1.28-34.

 

Escoto Eriúgena, Juan. División de la naturaleza (Periphyseon). Planeta DeAgostini, colección obras maestras del Milenio, Barcelona, 1996.

 

Versiones telemáticas

 

Jean-Claude Foussard. “Non apparentis apparitio: el teofanismo de Juan Escoto Eriúgena”, en Cahiers de l’Université Saint-Jean de Jérusalem, número 12, Berg International Eds.

 

Los filósofos medievales, vol. II. BAC, Madrid, 1979.

 


 

[1] Hemos decidido dejar el nombre de Eriúgena en contra parte con otras traducciones que lo escriben como Erígena, por la razón que expone Francisco José Fortuna en su introducción. Los nombres del escritor irlandés son toponímicos, Scotus en el siglo IX significaba irlandés, será hasta el siglo XII con la inmigración irlandesa a la actual Escocia el traslado del nombre a esas tierras. “Eriúgena es una reminiscencia de Virgilio, muy del gusto del siglo IX y de Juan Escoto mismo, y que viene a acentuar su pertenencia a la gens de Eriu, Irlanda.” Juan Escoto Eriúgena. División de la naturaleza (Periphyseon). Planeta DeAgostini, colección obras maestras del Milenio, Barcelona, 1996, p. 9.

 

[2] Estos dos textos son gracias a un envío telemático, fue muy avanzado este trabajo cuando llegó a nuestras manos la referencia bibliográfica de la primera nota. Hemos encontrado diferencias significativas en las traducciones, la más relevante sobre el concepto del No ser y Ser hallada en la edición impresa de Planeta DeAgostini. Por tal motivo, hemos tenido que dar un giro inesperado en este breve ensayo, lo que nos fue imposible reparar fueron las citas. No obstante se podrá consultar siempre los primeros apartados de la obra magna de Escoto Eriúgena y encontrar con suma facilidad las referencias.

 

[3] Escoto Eriúgena en, Jean-Claude Foussard. “Non apparentis apparitio: el teofanismo de Juan Escoto Eriúgena”, en Cahiers de l’Université Saint-Jean de Jérusalem, número 12, Berg International Eds.

 

[4] Ibidem.

 

[5] Ibidem.

 

[6] Ibidem.

 


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