López Austin, Alfredo. Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas. México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Antropológicas. 1996 (Serie Antropológica 39), pp. 55-98 y 221-262.

 

Anota López Austin, respecto a los elementos de la estructura del cosmos, “Si consideramos que la cosmovisión es el conjunto estructurado de los diversos sistemas ideológicos con los que un grupo social, en un momento histórico, pretende aprehender el universo, debemos fijar la atención en las ligas de congruencia relativa que vinculan los distintos sistemas entre sí, y que convierten la cosmovisión, precisamente por la estructura resultante, en algo más que un agregado de sistemas […] En esta forma la cosmovisión adquiere las características de un macrosistema conceptual que engloba todos los demás sistemas, los ordena y los ubica.” (p. 58). Para él hay varios elementos en este macrosistema conceptual que se repiten constantemente en la cosmovisión de las tradiciones de América, “En esta cosmovisión destaca magna (y al mismo tiempo filtrada en todos los ámbitos) una oposición dual de contrarios que segmenta el cosmos para explicar su diversidad, su orden y su movimiento. […] Se concibió un universo dividido por un plano horizontal que separaba primariamente a la Gran Madre y al Gran Padre, y sobre esta división se montaron estructuras más complejas.” (p. 59).

Más adelante y respecto a los distintos niveles del cosmos, agrega, “Los antiguos nahuas dividían el cosmos en trece pisos celestes y nueve pisos del inframundo. Varias aparentes contradicciones en cuanto al número de pisos celestes (se mencionan, por ejemplo, nueve pisos celestes en lugar de trece) hacen verosímil la suposición de una muy remota concepción preagrícola de la geometría del cosmos, en la que se contaban nueve pisos celestes sobre los nueve pisos del inframundo.” (p. 60). Y no obstante estas divisiones en niveles y duplas de dioses que conformaban un complemento entre sí mismos, en un primer tiempo, acepta López Austin, “El nacimiento solar aparece relatado en algunos mitos como la fecundación del Padre celeste, la preñez de la Madre terrestre y el nacimiento del Hijo luminoso, ligado estrechamente a las fuerzas acuáticas, pero armado del fuego celeste. Más allá del ámbito del dominio solar, distante, quedaba el verdadero cielo, el cielo del fuego azul, que seguía gobernado por el Padre, a cuya morada no llegaban los astros.” (p. 61). Resalto lo del verdadero cielo gobernado por el Padre, a donde los astros no podían llegar, pues ello parece un prístino momento de la cosmogonía y del génesis de los dioses. Pasando posteriormente al desdoblamiento en los diversos niveles, “Cada piso celeste y del inframundo estaba habitado por diversos dioses y por seres sobrenaturales menores. Los dioses aparecen frecuentemente representados en parejas de cónyuges, como proyección de una concepción cósmica dual.” (p. 61). No nos podemos detener en la descripción de cada uno de estos niveles, López Austin se apoya sobre todo en el Códice Vaticano Latino para su descripción. Resaltamos, en todo caso, lo siguiente, “La superficie de la tierra era concebida como un rectángulo o como un disco rodeado por las aguas marinas, elevadas en sus extremos para formar los muros sobre los que se sustentaba el cielo. Si hemos de interpretar de acuerdo con la información de las láminas primera y segunda del Códice Vaticano Latino, las aguas del mar rodeaban como pared los cuatro pisos celestes inferiores y soportaban los nueve superiores. La superficie terrestre estaba dividida en cruz, en cuatro segmentos. El centro, el ombligo, se representaba como una piedra verde preciosa, horadada, en la que se unían los cuatro pétalos de una gigantesca flor, otro símbolo del plano del mundo.” (p. 65, subrayado y negritas nuestro). De cada una de estas cuatro direcciones, y “En cada uno de los extremos del plano horizontal se erguía un soporte del cielo. Las columnas aparecen en las fuentes concebidas como distintos tipos de seres, en fusiones simbólicas que son muy frecuentes en la cosmovisión mesoamericana. En esta forma pueden aparecer como árboles sagrados, o como cada uno de los cuatro grandes tlaloque que enviaban las lluvias desde los confines de la tierra.” (p. 66). Y un poco más adelante anotar, “Los cuatro árboles cósmicos no eran sólo soportes del cielo. Con el eje central del cosmos, el que atravesaba el ombligo universal, eran los caminos por los que viajaban los dioses y sus fuerzas para llegar a la superficie de la tierra. De los cuatro árboles irradiaban hacia el punto central las influencias de los dioses de los mundos superiores e inferiores, el fuego del destino y el tiempo, transformando todo lo existente según el turno de dominio de los númenes. En el centro, encerrado en la piedra verde preciosa horadada, habitaba el dios anciano, madre y padre de los dioses, señor del fuego y de los cambios de naturaleza de las cosas. El carácter de vías de comunicación que tenían el eje central y los cuatro cuerpos de las esquinas del mundo había hecho que se les concibiera formados por dos pares de bandas helicoidales (las dos bandas de naturaleza opuesta) en constante movimiento, que hacían ascender las fuerzas del inframundo y descender las del cielo.” (p. 66, subrayado y negritas nuestro). Queremos llamar la atención sobre la idea de centralidad y de antigüedad en un punto que, sin aparente movimiento, controla todos los niveles y toda la creación.

Ahora bien, estas dos vías de ascenso y descenso que menciona nuestro autor son sumamente importantes, “El simbolismo de las vías es uno de los más abundantes, ya se les presente iconográficamente con las largas bandas helicoidales entrelazadas (el tnalinalli) ya con pequeños segmentos cruzados (algunas representaciones del ollin)…” (p. 67). En palabras propias del autor hemos querido dejar testimonio de su concepción de la estructura del cosmos, para nosotros requeriría de un largo estudio para poder comprehenderla toda y acaso aportar algo más a este excelente estudio.

Quisiéramos, eso sí, mencionar brevemente algunos aspectos de la dinámica del cosmos, ya que es relevante para todo lo que se ha anotado. El autor distingue diferentes tipos de tiempos: el tiempo de los hombres, a saber un tiempo anterior a la creación, además de un tiempo donde se forma o se da el mito o el tiempo de la creación. “Las fuentes hablan de un primer tiempo de existencia intrascendente de los dioses. Esta paz fue interrumpida por el segundo tiempo, el del mito, el de las creaciones, tiempo en el que por raptos, violaciones, quebrantamientos de castidad, muertes, luchas y desmembramiento de los dioses se fue dando origen a los seres que estarían en contacto más inmediato con los hombres, y a éstos mismos.” (p. 68, subrayado y negritas nuestras). Más adelante, menciona el tercer tiempo “el tiempo de los hombres, tiempo que se daba en la parte intermedia del cosmos, esto es, en la superficie de la tierra y en los cuatro cielos inferiores. Con el segundo tiempo y para regir el tercero se originaban los ciclos calendáricos. Los mitos, en efecto, mencionan frecuentemente fechas de creación, y los seres nacidos en el tercer tiempo conservarían nombres mágicos correspondientes a los signos de su aparición. […] El segundo tiempo, el tiempo del mito, no concluyó al dar origen al tiempo del hombre. El tiempo del mito siguió vigente, lejos de la morada del hombre; pero determinando con sus turnos de dominio sobre la tierra lo que en el tercer tiempo acontecía. Al coincidir un momento del tiempo humano con uno de los momentos siempre presentes del tiempo mítico, el tiempo del hombre recibía la impronta del mundo de los dioses.” (p. 70, subrayado y negritas nuestras). Es evidente que el tratamiento debiese ser más como un desarrollo simultaneo o cíclico, en vez de un tiempo lineal. Ahora bien, nos parece digno de resaltar aquella idea de un primer tiempo intrascendente, la palabra es precisa, pues efectivamente, no pasa a trascender o formar parte propiamente del devenir; aunque pudiéramos decir que quizás sea un no-tiempo o intemporal, pero lejano aún a la idea de Eternidad.

Resulta evidente que la dinámica del cosmos se movía en una aparente repetición pero como en una escala diferente cada vez que se tornaba a tal aparente repetición. Y no obstante tal devenir del tiempo por supuesto que afectaba, dentro de la dinámica del cosmos, a la esfera del tercer tiempo, además “El orden del viaje de las influencias por las dobles vías de las columnas comunicantes estaba estrictamente determinado por los ciclos calendáricos. Más allá del mundo del tercer tiempo, los dioses permanecían confinados en sus moradas, y desde ahí enviaban sus fuerzas, que sólo podían viajar en el momento que les correspondía de acuerdo con los turnos marcados en el tiempo terrestre, y a través de la columna-vía determinada por el orden de secuencia. El tiempo de cada día iba procediendo de uno de los árboles cósmicos, en un orden este-norte-oeste-sur... El mismo orden seguían los años, cuya temporalidad surgía sucesivamente del este, del norte, del oeste y del sur [diríamos hoy día que en sentido anti-horario, tradicionalmente hablando ello conlleva un sentido Polar y no Solar]. Estas representaciones referentes a los momentos y puntos de contacto entre el tiempo tercero y el tiempo del mito servían de fundamento a la actividad ritual.” (p. 72, igual respecto al subrayado y negritas). Todas y cada una de estas fuerzas cósmicas, impregnaban al “individuo náhuatl se sentía imposibilitado para desligar sus intereses personales de los de su grupo, puesto que tal hecho lo haría caer de inmediato en el desamparo frente a las terribles fuerzas divinas, siempre dinámicas sobre la superficie de la tierra.” (p. 74). “Otros hombres, en cambio, creían poder moverse en forma libre a través de las columnas-vías entre el segundo y el tercer tiempo. La idea de la posibilidad de escape de la superficie terrestre se refleja en los mitos y narraciones, tanto antiguas como modernas. Se cuenta en ellos que personajes míticos y hombres usan como vías de acceso las cuevas, los lagos, los manantiales y los troncos huecos de árboles y bejucos; estos últimos aluden sin duda a los conductos habituales de los dioses.” (p. 74, igual). Aquí al parecer tenemos un vestigio de la idea de trascendencia, ello sumado a ciertos rituales referente al numen de Quetzalcóatl quizás nos hablaban de un proceso de deificación del hombre en la antigua Mesoamérica.

Sumado a esta interesante y profunda concepción de la dinámica del cosmos, López Austin anota más adelante, como para que no olvidemos en qué momento se situaban los diversos grupos nahuas, y quizás otros, que “Uno de los aspectos más interesantes de la concepción del tiempo entre los antiguos nahuas es la división en etapas llamadas "soles", cuyo nombre hace alusión al período de dominio de una divinidad con transitorias funciones astrales sobre el acontecer de la tierra y de los cielos inferiores.” (p. 75). “Al mismo tiempo se encontró apoyo ideológico en la concepción del cosmos, en el que las fuerzas de los dioses se ordenaban, tanto en el mito como en su influencia sobre la superficie de la tierra, en la sucesión que establecían las ruedas calendáricas. La participación en trabajos colectivos, que debieron de haber dado origen a esta particular concepción de la actividad del cosmos, quedaba consagrada por ella, en reversión, como una tarea "natural" a la que ningún hombre capaz podía sustraerse […] la doble finalidad de preparación técnica y de afirmación ideológica de los individuos del calpulli tenía que obtenerse a través de una institución que fijara la fidelidad al grupo, fidelidad representada en la que se debía al calpultéotl. La institución fue el templo, con funciones escolares, al que quedaban ligados los niños desde los primeros días de su vida por el voto que hacían los padres ante los sacerdotes.” (pp. 80-81). “Si bien cada calpulli conservaba el culto a su calpultéotl, los rituales propiciatorios de la lluvia, la salud general del centro de población, el manejo del calendario agrícola ceremonial y el conocimiento del calendario de los destinos estaban a cargo de un sacerdocio que formaba parte del gobierno central.” (p. 83). En este magnífico ordenamiento social de acuerdo a esta concepción del cosmos, “La fuerza de los dioses se manifestaba sobre la tierra en la persona del gran delegado. Al frente de cada tlatocáyotl se encontraba un tlatoani, representante sobre la tierra del dios protector del centro de población. El gobernante transmitía el mensaje de la divinidad y ejecutaba sus designios sobre el pueblo; era el máximo jefe militar, político y religioso. Toda autoridad emanaba de su persona, y debía reflejarse su grandiosidad como la de un ser en el que confluían la naturaleza humana y la divina.” (p. 85). Como se puede ahora observar, “La dualidad cósmica servía de modelo para la organización política. En Mexico-Tenochtitlan aparece clara la delegación divina en los dos supremos señores del tlatocáyotl: por una parte se encontraba el tlatoani, quien recibía sus atributos de la divinidad en el aspecto masculino, y por la otra el cihuacóatl, cuyo nombre va ligado al aspecto femenino de la divinidad. Mientras el primero era el jefe máximo del tlatocáyotl y predominaba su función militar, el segundo era el gran administrador, el que recibía, concentraba y distribuía la riqueza. Era éste como la tierra misma, que a partir de la influencia celeste gestaba los bienes que después emanarían de su depósito. En la cosmovisión indígena, aun los metales provenían de las excreciones divinas que formaban los filones bajo la tierra.” (p. 85). Y así podríamos seguir describiendo lo que el autor menciona respecto a la organización de los oficios, el reparto y producto de la tierra, la concepción de los alimentos, la planeación de la guerra, en pocas palabras, la estructura social toda en una especie de danza sagrada.

En casi todas las civilizaciones antiguas encontramos una correlación entre su cultura y su cosmovisión, cosa que no sucede con las civilizaciones contemporáneas y consumistas en que hemos venido a parar. Nos podríamos preguntar sinceramente, ¿somos más civilizados que los antiguos olmecas o los actuales mayas?, ¿tenemos una clara cosmovisión?, ¿de qué depende nuestras tan cantada y argumentada “cultura y civilización”?

 

II

Pasando al segundo grupo de páginas referidas abordaremos ahora las funciones y naturaleza de varias entidades y centros anímicos. Primeramente, el tonalli. “El sustantivo tonalli, derivado del verbo tona, "irradiar" ("hacer calor o sol", según Molina), tiene los siguientes significados principales: a, irradiación; b, calor solar; c, estío; d, día; e, signo del día; f, destino de la persona por el día en que nace; g, "el alma y espíritu" (Molina: totónal); h, cosa que está destinada o es propiedad de determinada persona (Molina: te tonal). [Más adelante agrega nuestro autor que es un] vínculo existente entre el tiempo mítico, en el que se encuentra presente lo acaecedero, y el momento en que por el orden calendárico una de las fuerzas de dicho tiempo penetra y actúa en el tiempo de los hombres.” (p. 223).

Al parecer las funciones que cubría el tonalli, entre otras eran tales como que “Cada día una nueva fuerza, más vigorosa que las que iban perdiendo actualidad, irrumpía por los árboles sagrados, vías de enlace entre el tiempo mítico y el tiempo humano.” (p. 223). Tales fuerzas estaban plasmadas, o mejor dicho, representadas, en el calendario con sus diversos símbolos como los nombres de los días y sus numerales, pues algo que debemos tener siempre presente es que los dos calendarios manejaban nombres y números que para los Mesoamericanos eran más que simplemente “signos”, “nombres” y “números”.  Aquí resalta el calendario de 260 días con sus trece numerales y 20 figuras, pues era este el que signaba o mejor aún, simbolizaba la creación toda. Mediante un ritual a todos los nacidos se les otorgaba su tonalli, “Todo aquello que al hombre pertenecía en virtud de su relación con el cosmos recibía también el nombre de tonalli (tetónal).” (p. 223).

Otras funciones son “El tonalli es una fuerza que da al individuo vigor, calor, valor, y que permite el crecimiento.” (p. 225). Se le relaciona con el elemento tleyo, algo así como la fama. La falta o mengua, del Tonalli, podía llegar a provocar enfermedades y hasta la muerte. Es una fuerza que se encuentra en todos los seres de la naturaleza, incluyendo a los dioses si tomamos en cuenta el concepto de naturaleza como todo lo manifestado en el mundo. El tonalli, junto con el hombre eran creados en alguno de los cielos más elevados o sino que el más elevado. (Cfr., pp. 227-228).

Es interesante anotar que en general todas las fuerzas descendían en forma de una doble espiral, y que llegaban a la tierra cotidianamente por los cuatro árboles divinos erguidos en los cuadrantes sagrados. Al tonalli se le identificaba con la energía del sol, otorgador por ende de fortaleza y vida. “En efecto, el Sol era por excelencia el portador del tonalli, y a él recurrían los médicos, pidiendo su intervención cuando existía una grave enfermedad relacionada con esta entidad anímica.” (p. 230). La importancia del día nacimiento del y todos los rituales que conllevaba era vital para los antiguos Mesoamericanos en el sentido más pleno de dicha palabra. El tonalli jugaba un rol fundamental, y dependiendo del día de nacimiento se tenía un buen o un mal tonalli, “el tonalli era una fuerza que determinaba el grado del valor anímico del individuo; que le imprimía un temperamento particular, afectando su conducta futura, y que establecía un vínculo entre el hombre y la voluntad divina por medio de la suerte.” (p. 233).

“Del corazón y del hígado, principalmente del primero, partían la dirección dada a la fuerza y la conservación de la naturaleza positiva del tonalli.” (p. 234). Y aunque otro de sus sitios corporales por excelencia era la cabeza, su fuerza se hallaba distribuida en todo el organismo y quizás más allá de lo meramente corporal. La sangre era su vehículo por excelencia. Además, “producía el crecimiento del niño, y se le atribuía la facultad del pensamiento…” (p. 235).

De su naturaleza podemos anotar que “Identificado el tonalli con el tléyotl, y al derivar la palabra tléyotl de tletl, "fuego", es lógico pensar que su naturaleza era caliente y luminosa. [Más adelante agrega] El tonalli era una de las fuentes de calor interior del cuerpo; pero, al mismo tiempo, era una entidad que controlaba el calor e impedía que otras fuentes dominaran el organismo, elevando la temperatura a niveles perjudiciales.” (p. 236). El tonalli es normalmente invisible, de naturaleza gaseosa como el aire; aunque “en ocasiones se hace visible, pudiendo engañar a quienes lo ven por su extraordinario parecido al hombre al que pertenece.” (p. 237). Eso no es todo, “En forma muy resumida puede decirse que el cabello era considerado [como] un recipiente de fuerza [sobre todo el de la coronilla]; que formaba una capa protectora en la cabeza, impidiendo que se saliera el tonalli; que era capaz de tener antojo, como el mismo tonalli; que se usaba como materia médica, y que dañándolo, se dañaba a la persona de la que el cabello se había cortado o desprendido.” (p. 242). Las relaciones, casi inversamente proporcionales, con la tradición y doctrina en la India, referentes a esta importante y delicada zona de la cabeza, nos llevaría muy lejos del presente ejercicio. Únicamente anotaremos que en la coronilla ubican al último chacra y que los iniciados en el Vedānta trabajan toda su vida para lograr abrir nuevamente dichos huesos a una forma más o menos parecida a la de un recién nacido, pues la consideran “la compuerta” para la elevación hacia la Liberación final.

Ahora bien pasemos a identificar el origen, la naturaleza y las funciones del teyolía y del ihíyotl. Dice López Austin, “…el teyolía era la entidad anímica que iba a los mundos de los muertos. […] el teyolía, a la muerte del individuo, iba a morar con los dioses. Otro texto dice que era ésta la entidad que viajaba al Cielo del Sol, que también era un mundo de difuntos, y que en dicho cielo se transformaba en ave.” (pp. 252-253). También se comenta que desde épocas muy tempranas del virreinato el teyolía se le llegó a identificar con el ánima. “La equivalencia persiste, como puede verse en los estudios lingüísticos en los que aparece que "corazón" se dice en nahua de nuestros días yo: l, yuhlu, yo: ll(o) o con los hispanismos ánima y alma.” (p. 253).

“Yolía significa literalmente "el vividor", y sus prefijos to- y te indican respectivamente el posesivo de la primera persona del plural y el posesivo indefinido, "de la gente". Tanto yolía como yóllotl derivan de yol, "vida”, y están ligados a las ideas de interioridad, sensibilidad y pensamiento.” (p. 254). Es probable que el teyolía, entre los nahuas, se le llegase a identificar con el vientre materno y por lo mismo con la caverna como un lugar húmedo y generador de las fuerzas anímicas, quizás entonces a los niños se les otorgase dicha cualidad al momento de “entrar al vientre”, y por lo mismo se le relacione con “los dioses protectores [que] recibían, entre otros, el nombre de altepeyóllotl, "corazones del pueblo", uniendo la idea de divinidad protectora a la de corazón.” (Ídem). De manera tal que el término conlleva, y al estar relacionado con el corazón, una fuerte referencia con la memoria, la voluntad, el razonamiento, la vida, y con algo similar a lo que conocemos por alma, dejando para otro momento la referencia tradicional de espíritu, aunque sin lugar a dudas sí con alguna fuerza divina. (Cfr. p. 255 y ss.). “No sólo se concebía la existencia del teyolía en los humanos y en los animales. Se habla en las fuentes del corazón de todo lo importante: los pueblos, los montes, el cielo, el lago, el mar...” (p. 257).

La tercera entidad anímica se le relacionaba con el hígado, aunque en primera instancia se debe de abordar otro término, “Para la identificación del "aire de noche", "aire de muerto" o yuhualécatl con el ihíyotl tiene que darse un rodeo.” (p. 258). Ya que, entre otras cuestiones, “No hay referencias actuales del origen del "hijillo" como entidad anímica o como fuerza en el individuo. Entre los antiguos nahuas, el ihíyotl, como se vio anteriormente en un texto del Códice Florentino, es el aliento comunicado por Citlalicue, Citlallatónac y los ilhuícac chaneque.” (Ídem). En el hígado residían la vida, el vigor, las pasiones y los sentimientos. Algunas de estos valores se entrelazaban con las funciones del corazón, como lo son la vida y los sentimientos, según se ha descrito un poco más arriba. “También se dijo que los antiguos nahuas creían que del hígado surgían la apetencia, el deseo y la codicia; y entre los chortíes se asocia la emanación fuerte de "hijillo" con aquellas personas que pueden causar mal de ojo, daño que, como es sabido, deriva del sentimiento de envidia o simplemente del fuerte deseo que se tiene de las cosas, animales, plantas o personas.” (p. 259). En tanto la alegría y el placer provenían de un hígado unificado y de tal persona no se podía esperar ningún mal. Su naturaleza también es gaseosa. “Una de las características más interesantes del ihíyotl en la antigüedad era su naturaleza de fuente de energía, que en proporciones adecuadas era capaz de ser aprovechada en beneficio propio o ajeno, mientras que las liberaciones sin control o malintencionadas ocasionaban daños.” (p. 260). Posteriormente viene la descripción de todas las enfermedades causadas por un desequilibrio en el ihíyotl, las cuales no vamos a anotar para no extendernos más de la ya sumado.

Es clara la importancia de las entidades anímicas para la comprensión de la persona nahua y, como hemos visto, hay que observar que, “En resumen, distribuidos en todo el organismo, pero concentrados en la cabeza, el corazón y el hígado, existen tres fluidos vitales. Corresponden a los centros anímicos mayores sendas entidades: a la cabeza, el tonalli; al corazón, el yolía, toyolía o teyolía, y al hígado, el ihíyotl.” (p. 262). Ninguna de ellas es exclusiva del ser humano. El teyolía no puede salir del cuerpo humano so pena de muerte, no así ocurre con el tonalli. Al parecer la central y más sobresaliente es la del teyolía que radica en el corazón, aunque por supuesto, “Las tres deben operar armónicamente para dar por resultado un individuo sano, equilibrado mentalmente y de recta moral. Las perturbaciones de una de ellas, en cambio, afectan a las otras dos.” (p. 262).

Por todo lo anteriormente anotado pensamos que es indudable la importancia para la “persona nahua” de todas estas entidades, y es más, muy seguramente lo sigue siendo, como debe de operar en toda verdadera civilización que se digne en llevar tal nombre. Para nuestro momento actual ¿cuál de todos los inventos político-sociales que vemos y observamos a lo largo y ancho del planeta se les podrá llamar civilizado o tendientes a la civilización?

 

HMA.

 

 


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