“En este estado nosotros somos tan libres como cuando no éramos:
libres como la Divinidad en su no existencia.” (Maestro Eckhart I.381-382)
El pensamiento materialista y cientificista tan abundante en nuestros días realiza, cada vez más, “sutiles” ejercicios que supuestamente minan la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma. A estas alturas de la “civilización” actual resulta “inteligente” una postura atea o agnóstica. Debates entre uno y otros considerándose como diversos y distintos ante sí, y por supuesto denotando una “inteligencia suprema” de frente al “dogmatismo” de los creyentes cualquiera sea el de estos últimos su postura o sendero. Es de frente a estos últimos que la mayoría de las veces lanzan los academicistas un esquema pobre como si se tratase de un mismo universo o conjunto. Notamos como cada vez hay un menor deseo por siquiera preguntarse si aquello que cuestionan y tachan de dogmático sea acaso lo mismo, pues en sus posturas no ubican diferenciación alguna, p. e. entre lo religioso e iniciático.
Hay discursos dominantes y otros aparentemente dominados. No obstante la vía verdaderamente iniciática observa la faena, y a veces, a veces, no puede pasar desapercibidas ciertas desfiguraciones que ocurren en el ámbito profano. Son expresiones de la decadencia de ésta última fase o del cierre de la edad sombría que nos ha tocado presenciar, es el famoso orgullo racionalista que, sucumbido y embelesado ante su propio reflejo, ha caído en el fondo del abismo creyendo que era el más iluminado y bello de todos los discursos.
La Divinidad háyase más allá de las formas y epítetos, no es posible aprenderle ni con la intuición, ni con la propia mente, ni con la razón o con la mera inteligencia como actualmente se le conoce. Si hablamos de creación es otro nivel, pues ya ni siquiera la Divinidad participa en tal punto. Luego entonces entra otra noción muy relevante, la del Dios creador, que recibe diferentes nombres según cada doctrina o religión.
Al descender aún más al mundo de las formas, entonces nos topamos de frente con el trabajo ejecutado y plasmado, algo ciertamente más tangible. No obstante lo informal y lo supraindividual es del todo una realidad, intangible para los simples sentidos pero no por ello inexistente. Escapa a lo temporal y a la dualidad, trasciende lo manifestado y lo no-manifestado, es ilimitado e infinito. Y sólo puede ser conocido desde Sí mismo y por Sí mismo… y ese es el punto de relación con lo Eterno, con lo Infinito. Solo desde ahí se le puede conocer, pues lo demás es ilusión o ignorancia. Efectivamente, no se puede comprehender y discrepar al mismo tiempo, todo conocimiento es una aprobación formal (comprehensión) de aquello que se estudia, de ahí que el ser y el objeto se unifican.
Desde ahí, ¿qué puede importar las negaciones o afirmaciones sobre la existencia de un Dios creador? Cuando esto ni siquiera lejanamente toma en cuenta lo inconmensurable que implica tal acto de creación, y ni que decir de otros superiores niveles. Lo cierto es que sin la existencia de tal Principio no podría haber debate entre sus detractores y sus benefactores, llámense como se llamen estos.
¿Cómo se puede ser orgullosamente ateo o agnóstico? Son formas inexistentes, posturas que no refieren lo profundo del Principio. La Divinidad no está condicionada a ningún nivel de existencia ni a ningún modo condicionado del Ser o del No-ser. Es incondicionada, está más allá de todo tiempo o espacio y más allá de toda forma. En su infinita intrascendencia y en su magnífica y absoluta inmanencia permanece inalterable, Es el Todo sin segundo.
El hombre contemporáneo, sin darse cuenta las más de las veces, abona a un grosero materialismo y vacío, se arroja a los brazos del racionalismo que va en descenso por el espejismo que le aconteció. Así, sin percatarse, insistimos, abonan de una u otra forma a posturas groseras en el más amplio sentido de la palabra. Pensando que son “libres pensadores” no hacen sino repetir y reproducir los esquemas de un pensamiento altamente estereotipado y representante del discurso “ganador” de estos tiempos. Es caer en el dominio de la vacuidad, si ello es posible, de la desolación y de un mundo desalmado.
El narcisismo es ahora bandera que se vende muy bien, disfrazado de una aparente libertad y de una autosuficiencia, tocamos casi el abismo. El hombre actual se encuentra embelesado no sólo de su magnífico discurso racional sino de su increíble imagen de sí mismo. Los cuidados de tal imagen se han tornado en un dogma auspiciado desde las esferas de control que se regodean y satisfacen pues sustenta su existencia y amplia su dominio sobre un mundo cada vez mas idiotizado.
Ahora bien, para reforzar los vocablos que hemos utilizado respecto a la Divinidad, y así continuar con nuestra exposición, es necesaria e inevitable una larga cita de Ananda K. Coomaraswamy,
<<Aquí las expresiones negativas son inevitables, debido a que toda afirmación es la enunciación de una condición limitativa; la negación es una negativa doble, que afirma la ausencia de condiciones, de donde el In-finito, qua in-finito, es necesariamente indigente. Eso se ha reconocido una y otra vez también en Europa; cf. Maimónides, Guide for the Perplexed I, cap. 59, «Los pensadores superficiales… preguntan “¿Es esa cosa existente en el Creador, o no?”… sin embargo, por cada atributo negativo adicional avanzas hacia el conocimiento de Dios»; Maestro Eckhart I.87, «Nada verdadero puede decirse de Dios»; Dante, Convivio III.15, «…hay ciertas cosas que nuestro intelecto no puede contemplar… nosotros no podemos comprender lo que son excepto negando cosas de ellas». No hay nada aquí que la mente adamantina pueda temer; en las palabras de la Taittir´ya Upani·ad II.7, «Verdaderamente, cuando uno encuentra un basamento sin temor (prati·Êh) en eso que es invisible (ad¨§ya), no sí-mismado (antmya = al anatta budista), inefable (anirukta), sin hogar (anilayana), entonces ha alcanzado la impavidez (abhaya× gata)». Cf. êatapatha Brhmaöa VII.2.2.14, «Lo que es silente (tè·ö´m = mauram, el estado característico del muni) es inmanifestado (aniruktam), y lo que es inmanifestado es todo (sarvam)». [Continuamos con la cita del metafísico de Ceilan…]
<El Maestro Eckhart y Blake solos, habrían bastado para demostrar la cortedad del punto de vista de que el budismo se prueba «ateo» por su fraseología negativa. Según el Maestro Eckhart, «Para la perfección es más necesario que el alma pierda a Dios que a las criaturas… el alma honra máximamente a Dios cuando se libra de Dios (I.274)… el alma presa de descontento divino (cf. el ariya budista) no puede reposar su comprensión en nada que tiene nombre. Ella escapa de todo nombre adentro de la nada sin nombre (I.373)… esto es la muerte del espíritu… el espíritu entrega su propio sí mismo a la muerte… y permanece en la unidad de la naturaleza divina… Estos son los muertos bienaventurados… Nadie que no ha muerto a Dios puede ser enterrado y beatificado en la Divinidad (I.411)… la Divinidad es como vacío, como si no fuera… En este estado nosotros somos tan libres como cuando no éramos: libres como la Divinidad en su no existencia (I.381-382)…. Ella (el alma) se sumerge para siempre en las profundidades de esta nada. Se sumerge y se anega: se sumerge y se anega en su propia nada. Pero la nada que se sumerge, jamás puede comprender a la nada en la que se sumerge (I.373)». Así también Blake, «Quiero sumergirme en la Aniquilación y en la Muerte Eterna, no sea que venga el Juicio Final y me encuentre Sin aniquilar, y yo sea agarrado y puesto en las manos de mi propia Egoismidad».>> (Elementos de iconografía budista).
Es necesario comprender que nuestro autor se refiere a una nada como vacio, similar a lo que se anota en la doctrina del árbol sefirótico cuando se refiere al Ain, ello lo hemos abordado en otros trabajos y no podemos decir más aquí o nos saldríamos del tema en cuestión. Resaltemos esta corriente tradicional del pensamiento que recurre a la negación para alcanzar-le, así mismo habría otra que utilizará los superlativos (v. Escoto Eriugena). Lo que también se ha referido en la cita para con el ateísmo igualmente aplica para el agnosticismo. El pensamiento del hombre tradicional siempre será gnóstico, el del hombre científico es agnóstico, pues no cree sino lo que ve. En esta ocasión es René Guénon,
<<…«laico», que designa al hombre del pueblo, es decir del «vulgo», asimilado al ignorante o al «profano», a quien no puede pedírsele sino que crea lo que no es capaz de comprender, porque es ese el único medio de hacerle participar en la tradición en la medida de sus posibilidades. Es curioso notar que las gentes que, en nuestra época, se vanaglorian de llamarse «laicos», así como también los que se complacen en calificarse de «agnósticos», y, que por lo demás, son con frecuencia los mismos, con eso no hacen más que jactarse de su propia ignorancia; y, para que no se den cuenta de que tal es el sentido de las etiquetas de las que hacen gala, es menester que esta ignorancia sea en efecto bien grande y verdaderamente irremediable.>> (Autoridad espiritual y poder temporal, p.15).
No se puede penetrar el mundo tradicional ni el metafísico con un pensamiento agnóstico, y para ello es suficiente con remitirse a la raíz de las palabras. Efectivamente la ignorancia es un asunto que no tiene nada que ver con lo imposible o con lo aparentemente imposible que es, p. e., el encuentro del alma con su creador. “«Agnóstico» significa «Ignorante», o incluso quis ignorare vult sive ignorantium diligit. Por el contrario, «Piensa que para ti nada es imposible» (Hermes, Lib. XI.11.20b), «Nada será imposible para vosotros» (San Mateo 17:20): «Hasta que el alma no conoce todo lo que ha de conocerse, no cruza al bien desconocido» (Maestro Eckhart, ed. Evans I.385); «No hay despiración sin omnisciencia» (SP. V.74-5). Obsérvese que Hermes, Lib. XI.11.20b 21a corresponde a Chndogya Upani·ad VIII.1.” (Ananda K. Coomaraswamy, Las ventanas del alma, nota a pie de página número 18).
Como ya sabemos, las palabras no son conceptos vacíos o inocuos, sino que reflejan verdaderos estados del Ser, de ahí la importancia de conocerles y tratarlas con sumo respeto, tanto en la forma oral como en la escrita.
<<Afirmar que no sólo hay lo desconocido, sino también lo «incognoscible», según la palabra de Spencer, es hacer de una enfermedad intelectual un límite que no le está permitido traspasar a nadie; he aquí lo que nunca se ha dicho en ninguna parte; y nunca se había visto tampoco a hombres hacer de una afirmación de ignorancia un programa y una profesión de fe, tomarla abiertamente como etiqueta de una pretendida doctrina, bajo el nombre de «agnosticismo». Y éstos [personajes], obsérvese bien, no son y no quieren ser escépticos; si lo fueran, habría en su actitud una cierta lógica que podría hacerla excusable; pero, al contrario, son los creyentes más entusiastas de la «ciencia», y los más fervientes admiradores de la «razón».>> (R. Guénon, “La superstición de la ciencia”).
Así es, y quizás sin saberlo, muchos que están actuando a favor del agnosticismo están tanto más cercanos a una posición antitradicional como distantes, incluso, de una postura meramente religiosa, y quizás han virado o rectificado en el sentido siniestro y escéptico proclamando ser defensores de la “más pura tradición.”
Como ya lo hemos expresado en otro trabajo, para Guénon hay varios momentos claves en la humanidad de claro debacle. Uno de ellos es la confusión del término metafísica con los estudios aristotélicos; otro es la clara confusión de que fue Averroes, más que el emigrante Ibn’Arabí o el persa Avicena, donde estaba contenido el mensaje metafísico del islam; por supuesto tenemos la alta traición a los Templarios (v. varios artículos y libros de Jorge Francisco Ferro); otro momento que se suscita es con la llegada del Renacimiento donde opera una exacerbada imagen del hombre y del protagonismo del individualismo; el método cartesiano… y, en fin, con la ilustración, el enciclopedismo, y por supuesto el “orgulloso” agnóstico de buena parte de los pensadores del siglo XX, entre otros. Son estos momentos las “malas costumbres” o el aferre Occidental de minar todo cuanto se pueda y tenga al alcance, como un infante en cristalería, y para no usar otra imagen bien común,
<<Se ve fácilmente por eso cómo, en esta concepción de la «vida ordinaria», se pasa casi insensiblemente de un estadio a otro, donde la degeneración va acentuándose progresivamente: se comienza por admitir que algunas cosas sean sustraídas a toda influencia tradicional, y después son esas cosas las que llegan a considerarse como normales; desde ahí, se llega muy fácilmente a considerarlas como las únicas «reales», lo que equivale a descartar como «irreal» todo lo «suprahumano», e incluso, al ser el dominio humano concebido de una manera cada vez más estrechamente limitada, hasta reducirle únicamente a la modalidad corporal, todo lo que es simplemente de orden suprasensible; no hay más que observar cómo nuestros contemporáneos emplean constantemente, y sin siquiera pensar en ello, la palabra «real» como sinónimo de «sensible», para darse cuenta de que es en este último punto donde están efectivamente, y que esta manera de ver está tan incorporada a su naturaleza misma, si se puede decir, que ha devenido en ellos como instintiva. La filosofía moderna, que no es en suma primeramente más que una expresión «sistematizada» de la mentalidad general, antes de actuar a su vez sobre ésta en una cierta medida, ha seguido una marcha paralela a esa: eso ha comenzado con el elogio cartesiano del «buen sentido» del que hablábamos más atrás, y que es muy característico a este respecto, ya que la «vida ordinaria» es ciertamente, por excelencia, el dominio de ese supuesto «buen sentido», llamado también «sentido común», tan limitado como ella y de la misma manera; después, desde el racionalismo, que no es en el fondo más que un aspecto más especialmente filosófico del «humanismo», es decir, de la reducción de todas las cosas a un punto de vista exclusivamente humano, se llega poco a poco al materialismo o al positivismo: que uno niegue expresamente, como el primero, todo lo que está más allá del mundo sensible, o que uno se contente, como el segundo (que por esta razón ama llamarse también «agnosticismo», haciéndose así un título de gloria de lo que no es en realidad más que la confesión de una incurable ignorancia), con negarse a ocuparse de ello declarándolo «inaccesible» o «incognoscible», el resultado, de hecho, es exactamente el mismo en los dos casos, y es eso mismo lo que acabamos de describir.>> (René Guénon, El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, p. 95).
En fin, que es necesario apuntar lo dicho con esta serie de largas citas con tal de que al menos en una sola persona logre hacerle sentido y por ende esté a un paso de una posible conversión. Siguiendo a René Guénon, pero en esta ocasión en su profundo apartado “La reforma de la mentalidad moderna” nos dice,
<<La decadencia no se ha producido de súbito; podrían seguirse sus etapas a través de toda la filosofía moderna. Es la pérdida o el olvido de la verdadera intelectualidad lo que ha hecho posibles esos dos errores que no se oponen sino en apariencia, que son en realidad correlativos y complementarios: racionalismo y sentimentalismo. Desde que se negaba o ignoraba todo conocimiento puramente intelectual, como se ha hecho desde Descartes, debía lógicamente desembocarse, por una parte, en el positivismo, el agnosticismo y todas las aberraciones "cientificistas", y, por otra, en todas las teorías contemporáneas que, no contentándose con lo que la razón puede dar, buscan otra cosa, pero la buscan por el lado del sentimiento y del instinto, es decir, por debajo y no por encima de la razón, y llegan, con Williams James, por ejemplo, a ver en la subconsciencia el medio por el cual el hombre puede entrar en comunicación con lo Divino. La noción de la verdad, después de haber sido rebajada a mera representación de la realidad sensible, es finalmente identificada por el pragmatismo con la utilidad, lo que equivale a suprimirla pura y simplemente; en efecto, ¿qué importa la verdad en un mundo cuyas aspiraciones son únicamente materiales y sentimentales?”>>
Negar todo conocimiento supraracional y privilegiar únicamente la apertura del camino del positivismo y del agnosticismo dio como resultado este mundo tan tremendamente materialista, escéptico y consumista como en el que vivimos hoy en día y el cual tiene todo su arraigo, y hasta cierto punto su origen, en la época de la pretendida “Ilustración” aunque sutilmente comenzó desde más atrás. Pensando en una “tangente escurridiza” podemos rematar con esta otra cita,
<<Se podría ver entonces, en la idea de una inquietud sin fin, y en consecuencia que no sirve para sacar al hombre de su ignorancia, la marca de una especie de "agnosticismo", que puede ser más o menos inconsciente en muchos casos, pero que no es por ello menos real: hablar de "inquietud metafísica" equivale en el fondo, se quiera o no, sea a negar el conocimiento metafísico mismo, sea al menos a declarar su impotencia para obtenerlo, en lo que prácticamente no hay mucha diferencia; y, cuando este "agnosticismo" es verdaderamente inconsciente, va acompañado de ordinario por una ilusión que consiste en tomar por metafísica lo que no lo es en absoluto, y que no es siquiera en grado alguno un conocimiento válido, aunque sea en un orden relativo; queremos hablar con ello de la "pseudo-metafísica" de los filósofos modernos, que es efectivamente incapaz de disipar la menor inquietud, ya que no es un verdadero conocimiento, y no puede, por el contrario, sino acrecentar el desorden intelectual y la confusión de ideas en aquellos que la toman en serio, y tornar su ignorancia tanto más incurable; en esto como en todo otro punto de vista, el falso conocimiento es ciertamente peor que la pura y simple ignorancia natural.>> (René Guénon, Iniciación y realización espiritual, p. 13).
Todo lo contrario a lo que piensan los hombres “orgullosamente” ateos o agnósticos, el progreso es una de las máximas ilusiones de nuestro tiempo, han logrado incluso que su ignorancia sea virtud y modelo a seguir, “Únicamente, apenas ha sido en el siglo XIX cuando se ha visto a hombres hacerse glorias de su ignorancia, ya que proclamarse «agnóstico» no es otra cosa que eso, y pretender prohibir a todos el conocimiento de lo que ellos mismos ignoraban; y eso marcaba una etapa más en la decadencia intelectual de Occidente.” (René Guénon, La crisis del mundo moderno, p. 45).
Y nos hacen creer, de paso, que lo extraordinario y digno de admiración está en lo superficial de la vida, en las apariencias, en el culto al dinero y al cuerpo. Así de grosero tiene que ser este cierre de ciclo. Hemos dicho lo extra-ordinario pues es correspondiente a lo no visible y a las esferas sutiles del espíritu que se le puede llamar como tal y que verdaderamente se le puede admirar en el sentido más estricto de tal concepto,
<<Por consiguiente, rechazamos formalmente y de manera absoluta todo «agnosticismo», a cualquier grado que sea; por lo demás, se podría preguntar a los «positivistas», así como a los partidarios de la famosa teoría de lo «Incognoscible» de Herbert Spencer, lo que les autoriza a afirmar que hay cosas que no pueden ser conocidas, y esta cuestión correría mucho riesgo de quedar sin respuesta, tanto más cuanto que algunos parecen también, de hecho, confundir pura y simplemente «desconocido» (es decir, en definitiva lo que les es desconocido a ellos mismos) e «incognoscible» (Ver Orient et Occident, 1ª parte, cap. I, y La Crise du Monde moderne, pág. 98, ed. francesa).>> (R. Guénon, Los estado múltiples del Ser, p.77).
Y estas grandes autoridades, esparcidas por todos los campos de la ciencia, enarbolan un discurso que no alcanza a vislumbrar ni siquiera los principios rectores del Cosmos, mucho menos aún lo que está más allá. Que no comprenden y reniegan de la Divinidad y de lo metafísico por creerle inexistente,
<<… aquellos que se creen obligados a afirmarla por las necesidades de la enseñanza; parecer siempre seguro de sí y de lo que se dice, disimular las dificultades y las incertidumbres, no enunciar nunca bajo una forma dubitativa, es en efecto el medio más fácil de hacerse tomar en serio y de adquirir autoridad cuando se trata a un público generalmente incompetente e incapaz de discernimiento, ya sea que uno se dirija a alumnos, o ya sea que se quiera hacer obra de vulgarización. Esa misma actitud es tomada naturalmente, y esta vez de una manera incontestablemente sincera, por aquellos que reciben una tal enseñanza; comúnmente es también la actitud de lo que se llama el «gran público», y el espíritu «cientificista» puede ser observado en toda su plenitud, con ese carácter de creencia ciega, en los hombres que no poseen más que una instrucción a medias, en los medios donde reina la mentalidad que se califica frecuentemente de «primaria», aunque no sea el patrimonio exclusivo del grado de enseñanza que lleva esta designación.>> (René Guénon, “La superstición de la ciencia”, p. 13).
Este discurso ha tomado, en última instancia casi toda esfera pública, y sus grandes repetidores no hacen sino eso, repetir una forma analítica de pensamiento que desde lo profundo de una barranca se grita a sí misma y a los demás que está viva,
<<… agregamos también otra precisión, que se refiere directamente a la distinción del conocimiento analítico y del conocimiento sintético: en efecto, la ciencia profana es esencial y exclusivamente analítica: no considera nunca los principios, y se pierde en el detalle de los fenómenos, cuya multiplicidad indefinida e indefinidamente cambiante es verdaderamente inagotable para ella, de suerte que no puede llegar nunca, en tanto que conocimiento, a ningún resultado real y definitivo; se queda únicamente en los fenómenos mismos, es decir, en las apariencias exteriores, y es incapaz de alcanzar el fondo de las cosas, […]. Por lo demás, esa es una de las razones por las que se explica el «agnosticismo» moderno, ya que, puesto que hay cosas que no pueden conocerse más que sintéticamente, quienquiera que no procede más que por el análisis es llevado, por eso mismo, a declararlas «incognoscibles», porque lo son en efecto de esa manera, del mismo modo que el que se queda en una visión analítica de lo indefinido puede creer que ese indefinido es absolutamente inagotable, mientras que, en realidad, no lo es más que analíticamente. Es cierto que el conocimiento sintético es esencialmente lo que se puede llamar un conocimiento «global», como lo es el de un conjunto continuo o el de una serie indefinida cuyos elementos no se dan y no pueden darse distintamente; pero, además de que eso es todo lo que importa verdaderamente en el fondo, siempre se puede, puesto que todo está contenido ahí en principio, redescender desde ahí a la consideración de tales cosas particulares como se quiera, del mismo modo que, si por ejemplo una serie indefinida está dada sintéticamente por el conocimiento de su ley de formación, siempre se puede, cuando hay lugar a ello, calcular en particular cualquiera de sus términos, mientras que, partiendo al contrario de esas mismas cosas particulares consideradas en sí mismas y en su detalle indefinido, uno no puede elevarse nunca a los principios; y es en eso en lo que, así como lo decíamos al comienzo, el punto de vista y la marcha de la ciencia tradicional son en cierto modo inversos de los de la ciencia profana, como la síntesis misma es inversa del análisis. Por lo demás, eso es una aplicación de la verdad evidente de que, si se puede sacar lo «menos» de lo «más», por el contrario, no se puede hacer salir nunca lo «más» de lo «menos»; sin embargo, esto es lo que pretende hacer la ciencia moderna, con sus concepciones mecanicistas y materialistas y su punto de vista exclusivamente cuantitativo; pero, es precisamente porque eso es una imposibilidad, por lo que, en realidad, es incapaz de dar la verdadera explicación de nada.>> (R. Guénon, Los principios del cálculo infinitesimal, p. 104).
Y es por mucho todo ello preocupante pues se ha venido agudizando desde los tiempos de Guénon o de Coomaraswamy. Máxime cuando los repetidores analíticos se han posado como autoridades ya no exclusivamente en el mundo científico y académico, sino que ahora han tomado por asalto al mundo de lo aparentemente sagrado y de sus diversas corrientes tanto en el área de cursos, charlas y demás, así como en las redes sociales, donde las presas son más fáciles de cazar. Como variedad de estos tiempos, pues será necesario que se agoten todas las formas para que se cierre el ciclo. Formas mismas que particularmente en el tema que nos ocupa han dado muestra de una gran “imaginación”, pululando en muy diversos campos y expresiones. Y son de todos ellos de los que también queríamos advertir.