Las apariencias engañan
Frater Faber Dardănǐus

 

Comenzaremos por establecer que desde la apariencia, término como Aristóteles lo define y no como creemos que es, es decir abarcando no sólo nuestras convicciones y dichos, sino además sumando nuestra percepción de cómo creemos que se nos presenta el mundo; es que intentaremos tan sólo esbozar un par de ideas de este filósofo que, por cierto, clasificó todo “su universo” siendo fiel a su forma de pensar.

Si bien él plantea que el modo como percibimos las cosas es una parte inseparable de nuestro marco conceptual y que es así como damos sentido al mundo, o mejor y según sus planteamientos, cada ser humano le da sentido a su mundo de acuerdo a lo que percibe siendo ese su marco de realidad. Todo ello Aristóteles lo aplica para el desarrollo de sus planteamientos que, las más de las veces, nos parecen acercarse más a una función y tarea propia de la ciencia moderna, que a una explicación propiamente filosófica.

Hay un deseo de saber ciertamente y hay asombro ante el universo y lo que nos rodea. El cual Aristóteles constantemente se dedicó a clasificar, tenemos el ejemplo de cómo abrió un batracio para tratar de comprender como es que la rana brinca. Sin duda, rescatables son otros los planteamientos de este pensador, he incluso hoy día continúa siendo un pasado referente donde se asentó cierta autoridad para las necesidades actuales de la época, en campos como el de la biología, la lógica, la filosofía, y la ética, entre otros más. Él afirmó que no podemos darle a ningún principio una explicación que se salga de nuestro discurso y de nuestro marco conceptual. ¿Quién y cómo se determina el marco conceptual?

Todo lo que es externo, dirá, no nos pertenece y por ende no podremos hacer uso de ello para nuestras explicaciones hasta que no entre en nuestro marco conceptual. Como vemos Aristóteles se dedicó a clasificar el pensamiento filosófico no sólo de su maestro, Platón –y por ende de Sócrates– y seguramente sin proponérselo del todo planteó las bases de la ciencia moderna. Fue el hijo pródigo, el discípulo que se alejó radicalmente del maestro, y sin duda alguna no podemos afirmar que lo haya superado.

Efectivamente, vemos en este pensador que no hay una distinción entre ciencia y filosofía y tampoco lo pretende: para él eran lo mismo, eso es evidente. En su intento por descubrir la verdadera naturaleza de las cosas, Aristóteles llegó a la conclusión de que nosotros los humanos, por poner sólo un ejemplo, somos eso (humanos) gracias a una estructura que funciona articuladamente y que mediante esos componentes podemos operar y ser o estar dentro de la categoría de lo “humano”. Así es, la árida respuesta es que las cosas son por su forma y estructura, y que la materia es lo que las compone o integra.

En el mundo de Aristóteles las ideas de Platón no tienen cabida, las Formas aristotélicas son individuales, clasificables y particulares. Sus cuatro causas del ser lo dicen todo: causa material, causa formal, causa eficiente y causa final. El principio de la vida es la forma de un cuerpo que está organizada potencialmente para la función, para ejercer las funciones de vida. Un tipo de estructura funcional, es la entelequia, es decir una organización en virtud de la cual la cosa es capaz de funcionar de los modos característicos del tipo de actividad vital que le es propia y tendiente a actuar de acuerdo a su fin o telos.

Esta organización es lo que es la vida para Aristóteles, claro que no es la materia directamente sino todos los componentes que permiten que esa materia tenga vida, ¿no es acaso, por decir lo menos, un tanto decepcionante su conclusión de lo que es la vida? Se requiere una mente clasificatoria para entrar al mundo aristotélico.

Sean acaso sus aportaciones más valiosas en el mundo de la ética, al concebir y abrirse a situaciones complejas que exigirán también igualmente amoldarnos a las exigencias complejas, y tal vez únicas e irrepetibles de esa situación muy en particular. El discernimiento se apoya en la percepción de la situación, adaptando tanto lo que es pensamiento como emoción.


Otro punto que también se puede mencionar, entre muchos otros y con este cerraremos esta contribución, son las virtudes intelectuales que Aristóteles enumeró. La “recta razón” dice, donde a la razón Aristóteles la va a clasificar como científica y calculadora: “El pensamiento, por sí mismo, nada mueve, sino sólo el pensamiento dirigido a un fin y que es práctico.”

Este es, incuestionablemente, el principio del fin, es llevar a los sofistas a la Academia y “enseñarles” a leer y escribir, es el principio del pensamiento “productivo” encaminado a un fin práctico, es el principio de todos nuestros dolores modernos de cabeza.

Las apariencias engañan y ciertamente Aristóteles desconocía a ciertos oficios como el de los navegantes o los constructores como dignos para participar en otros temas… ¿Qué pasaría si Aristóteles supiera que hoy en día algunos taxistas son filósofos con título pero que se les ha negado la opción de participar en el mundo de las ideas, precisamente y gracias a que sus ideas no son “productivas” ni “prácticas” para la modernidad?

 

 

 

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