López Austin, Alfredo. Tamoanchan y Tlalocan.

México, Fondo de Cultura Económica, 1994,  pp. 17-35 y 167-201.

 

Trataremos de abordar brevemente los aspectos fundamentales de la “materia de los dioses” y su relación con la dinámica del cosmos. Primeramente en esta dinámica del cosmos habría de resaltar a Tamoanchan, lugar divino donde la pareja de Ometecuhtli y Omecíhuatl envían su germen revivificador a la creación, donde los dioses pusieron el maíz en la boca del hombre; en tanto Tlalocan será el lugar de la muerte, generalmente una cueva al interior de una montaña, ahí llegan todos aquellos que han muerto a causa de los poderes del agua, (pp. 9-11). Desde un punto de vista tradicional podemos hablar de un sitio de transformación y de iniciación, más que de muerte, aunque ¿qué es la muerte sino otra transformación? Antiguamente ambas esencias estaban integradas al gran ser primigenio o Cipactli, no obstante fueron divididas quedando la parte superior como positiva, activa y masculina; en tanto que la parte inferior resultó como negativa, pasiva y femenina. Dichos valores no contienen un significado peyorativo sino que son energías sutiles que conforman a la creación toda.

Una vez formados Cielo y Tierra, esto es, a partir del cuerpo de Cipactli, surgieron simultáneamente cuatro postes o árboles en cada uno de los puntos cardinales, por medio de ellos –ya que estaban huecos– sería por donde correrían las energías o esencias divinas opuestas, agregaríamos que complementarías, y originales del ser primigenio, (pp. 17-19). Además hay que aclarar, aunque no lo afirme aún el autor a estas alturas de su trabajo, que habría un quinto árbol central, donde afirmaríamos nosotros que se vislumbra un Axis Mundi. En fin, que por este quincunce los dioses descenderán y ascenderán como en una especie de caminos divinos.

Nuevamente nuestro autor apunta su idea de un triple tiempo donde, en entrega anterior, ya hacíamos algunas precisiones según nuestra manera de entender las posibles visiones cosmogónicas del tiempo y del Ser. En este libro resalta López Austin que dentro de la concepción cosmogónica mesoamericana es bastante aceptable la muerte de los dioses para dar paso a la existencia o al “tiempo de los hombres”, (p. 22), aunque tal muerte no implica una aniquilación, sino en todo caso, reafirmamos, evidentemente de lo que se trata es de una transmutación o de una transformación. Al deslizarse por ejemplo, a la esfera humana, se transforman en plantas, vegetales, montañas, animales, árboles, piedras e incluso astros.

Pasemos al tema de “materia sutil”, aunque quizás valdría la pena pensar en otro término, quizás como el de esencia, sin embargo López Austin utiliza más adelante, más o menos, dicho término para otras acepciones, (p. 170). Que en todo caso confrontar el término de “materia pesada” vs “materia sutil” puede prestarse a muy variadas confusiones, y que ya desde los escolásticos hasta nuestros días se han comentado con ríos de tinta. Como sea, ambas “materias”, afirma Austin, conforman a los seres mundanos, en tanto que los dioses están conformados únicamente por la “materia sutil”, no obstante nos dice, “La corteza dura y pesada que adquirieron los dioses en el momento de la primera aurora los aprisiona en los procesos de muerte y de deterioro” (p. 23), suponemos que se refiere al momento de pasar del “tiempo intrascendente” a un “tiempo mítico”.

Los dioses surgidos de la mitad superior del cuerpo de Cipactli “son calientes, secos y luminosos; los que pertenecen a la mitad inferior son fríos, húmedos y oscuros.” (p. 25). Sin embargo todos en realidad contienen una mezcla –en diferentes proporciones– de esta “agua ardiente” o “fuego líquido”, siendo unos dioses un tanto más calientes y otros más bien fríos. La “sustancia compleja de los dioses” está conformada por cuatro características: “a. puede dividirse, b. puede reintegrarse a su fuente, c. puede separar sus componentes y d. puede agruparse para formar un nuevo ser divino.” (p. 25).

De manera tal que podemos afirmar que todos los dioses están integrados, por un lado, de lo activo, lo celeste y lo masculino; y por el otro, de lo pasivo, lo subterráneo y lo femenino; pasando a ser opuestos-complementarios, (un proceso de Anagnórisis). De ahí que en el panteón mesoamericano dos dioses (o más) sean nombrados o reunidos en una sola esencia o “materia sutil”, por ende, de ahí quizás el énfasis por la “dualidad mesoamericana”, cuando en realidad provienen todos de una misma y única esencia, de la Unidad. Estableciendo que en términos metafísicos sería una imposibilidad hablar de dos esencias, pues ello es tan absurdo como hablar de “dos posibles principios” o de “dos unidades”. Si ello no es posible de comprenderse en términos, no digamos ya metafísicos u ontológicos, sino meramente lógicos, es inútil la verdadera comprensión de cualquier panteón antiguo y no sólo ya del mesoamericano.

Hay una esencia sutil del Cosmos que se ubica más allá de toda destrucción y que contiene una parte “conservadora” o de manutención; en tanto que hay otra, que independientemente de contener una esencia divina, se halla inmersa necesariamente en los procesos de transmutación. Haciendo un paralelismo, ello nos indica una relación bien interesante que encontramos igualmente en el panteón hindú, Visnú es el gran conservador en tanto que Shiva vendría a ser la gran transformadora, ello es más o menos equivalente, respectivamente, a la pareja mesoamericana por excelencia de Ometecuhtli y Omecíhuatl, pero entonces, ¿dónde está el Brahma Supremo del panteón mesoamericano? Esto lo intentaremos resolver en otro momento.

Entrar al devenir de la creación –incluso para los dioses mismos– es formar parte de la transmutación y de la muerte; y si bien los alimentos y la sexualidad permiten una manutención y regeneración de la vida, al mismo tiempo, implican, pertenecer al influjo de los ciclos temporales de la transmutación o muerte donde no hay, aparentemente, alternativa. Sin embargo, la idea Centro, de la fuerza de los antepasados y de la revivificación, está contenida en el simbolismo del corazón, “corazón del cielo”, “corazón de la tierra”, “corazón de la montaña”, etc… Y “se creía que en ciertas circunstancias se manifestaban visiblemente los ‘corazones’ sobre la tierra en forma de seres con características excepcionales”, me atrevería a pensar que es el caso precisamente de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl.

Pasemos ahora a mencionar algunos dominios y atributos de los dioses de la tierra y del agua, para ilustrar lo que venimos comentando con ejemplos que anota el autor. Para los nahuas los poderes de la tierra y del agua se manifestaban en este mundo en forma de alimento, en la energía vital, en el crecimiento, en la reproducción, en el contagio (enfermedades de naturaleza fría) así como en la muerte, (p. 171). En contraparte los huesos por ejemplo eran sinónimo de vida o de fuerza vital, (p. 173). Los dioses de la tierra y el agua son: Tláloc o Tlalocantecuhtli, con sus variantes como Tepeyollotli, Nappatecuhtli. Vendrían después las diosas madres. A continuación los auxiliares de Tláloc, así como los subalternos de las diosas madres, los antepasados que son dioses que en el momento de la creación reciben la encomienda de dar vida a grupos humanos y tornarse en sus protectores y vigilantes. Además de otros dioses como el de la muerte, del maíz y del viento.

Como sería demasiado largo extenderse sobre los atributos de cada uno de estos dioses o grupos de ellos, lo anotaremos de manera sumaría. Para Tláloc y todos sus desdoblamientos, por supuesto que tienen que ver con todo lo relacionado a la energía del agua, todos los mantenimientos, pero también con la muerte provocada por ella (tornados, huracanes, inundaciones…); así como con el agua en todas sus variantes, si son celestes (verticales) son de energía masculina y si son terrestres (horizontales) son de energía femenina. Todo lo que tiene que ver con el crecimiento y el florecimiento. Es el padre de la Luna, que se considera de naturaleza acuosa. También se le identifica como el señor de los muertos y en tal sentido con el ocaso del sol, el de occidente, quien recibe las anteojeras de Tláloc. Los tlaloque son sus ayudantes y al parecer hay uno de ellos por cada árbol en su esquina correspondiente. Como dios de la tierra se le identificó con “camino debajo de la tierra” y con “cueva larga”, entre otros.

A Tlalocan van los elegidos por Tláloc, es decir, aquellos que han muerto por causa del agua, “Tláloc es señor de un bosque —Tlalocan— en el que hay un árbol central, inmenso —el árbol de Tamoanchan— del que dependen otros cuatro árboles —los cuatro árboles de las esquinas del mundo.” (p. 187). Continúa el autor “La cita anterior recuerda la descripción del Talokan según los actuales nahuas de la Sierra Norte de Puebla. Talokan está bajo la tierra, en el centro del mundo, y en su centro está el árbol que da flores de distintos colores. Lógicamente, está rodeado por los cuatro árboles de los extremos del mundo, que también forman parte del cuerpo del dios.” (Ídem).

Las diosas madres, “Entre las múltiples manifestaciones de la Gran Madre destacaban Tonantzin ("Nuestra Venerable Madre"); Teteo Innan ("La Madre de los dioses"); Coatlicue ("Su Falda es de Serpientes"), la diosa de la tierra, madre de Huitzilopochtli; Cihuacóatl Quilaztli ("Serpiente Femenina, Obtención de la Verdura"), la guerrera que impone a las mujeres el tributo de muerte en el parto y las ayuda en el difícil momento; Chalchiuhtlicue ("Su Falda es de Chalchihuites"), la consorte de Tláloc, diosa del agua, que recibe y limpia a los recién nacidos; Toci ("Nuestra Abuela"), que es llamada "El Corazón de la Tierra", diosa de los partos, del temazcal y generadora de los temblores de tierra; Yoaltícitl ("Médica Nocturna"), que se manifiesta en los temazcales y en las cunas, llamada también Yamaniliztli ("Terneza"); Xilonen ("Vivió como Maíz Tierno"), la diosa del maíz tierno; Chicomecóatl ("Siete Serpiente"), diosa del maíz maduro, hermana de Tláloc; Huixtocíhuatl ("Mujer de la Sal") la diosa del mar, también hermana de los tlaloque; Atlan Tonan ("Nuestra Madre del Lugar del Agua"), que daba y curaba las enfermedades frías, entre ellas la parálisis; Xochiquétzal ("Pluma Preciosa Florida" o "Erguimiento Florido"), diosa del amor; Tlazoltéotl ("Diosa de la Basura"), diosa del pecado sexual; Mayáhuel ("Redondel de Brazos" o "Redondel del Maguey"), diosa lunar y del pulque; Itzpapálotl ("Mariposa de Obsidiana"), diosa de la fertilidad acuosa y subterránea, y muchas más.” (pp. 193-194). Sirva esta larga referencia para notar la gran riqueza de las diosas de la tierra y del agua.

Ya hemos mencionado que en este grupo también se encuentran los auxiliares tanto de Tláloc como de las diosas madres, respecto a los antepasados, Austin menciona que “Pertenecen al complejo de Agua y Tierra porque la acción de los "corazones" sobre la tierra se da en su unión con las fuerzas germinadoras, acrecentadoras y reproductoras.” (p. 197). Por si esto no fuera poco, se sumarían todas las representaciones de serpientes que son vastísimas en el panteón Mesoamericano.

Por mi parte me gustaría anotar algunas referencias alrededor de la diosa Coatlicue. La Coatlicue contiene en su centro un cráneo humano, por arriba de él hay cuatro manos formando las direcciones del plano horizontal con dos corazones intercalados, quedando despejada el área central. Lleva un collar de manos y corazones, garras en lugar de pies y manos pues se alimenta de las inmundicias de los hombres, sus pechos cuelgan exhaustos ya que ha nutrido a los dioses que son sus hijos y por ello es también relacionado con Tonantzin o Teteo Innan “la madre de los dioses” y también es Toci “nuestra abuela”. En el Tepeyac o Tepeyacac “en la punta de los cerros”, se encontraba el sitio de la madre de los dioses, Tonantzin o Teteo Innan, lugar que con el devenir del tiempo parece llegar al ocaso del día para entregarse a otro simbolismo, bastante significativo y relevante, el de la Virgen de Guadalupe, la Virgen morena. Tlazoltéotl es la diosa tierra, venerada en la huasteca del golfo de México y que después se le asoció a Teteo Innan, recordemos que Tepeyollotl o Tepeyollotli, otro atributo de esta misma energía, fue la deidad consagrada a la tierra, en particular a las cuevas, se le llamaba, como se ha dicho ya “corazón de las montañas”, que después se asoció a Tezcatlipoca. En fin, que la Coatlicue tiene una falda de serpientes y mazorcas que simboliza al mismo tiempo lo que repta y lo que asciende, transmutación de energías opuestas-complementarias, así como su parte superior conformada precisamente por dos cabezas de serpientes encontradas entre sí.

Esta característica de las dos cabezas de serpientes que emergen de su cuello y se encuentran le da el nombre, según comenta L. Séjourné, de Quaxolotl, “la de dos cabezas” o “la de cabeza partida”, (Pensamiento y religión en el México Antiguo, p. 177). Es imposible no señalar la similitud de esta raíz con la de Xólotl, mellizo de Quetzalcóatl, psicopompos asociado al planeta Venus, además de que las dos cabezas hablan de la doble espiral que desciende y asciende por un eje. Hay otras dos serpientes de medio cuerpo que aparecen por debajo del cráneo, probablemente son estas las que se enredan alrededor de toda su falda. Como vemos hay varios elementos que se contraponen en las tres terceras partes del cuerpo y que pensamos que se resuelven así mismas en la cuarta parte por medio de un imaginario eje, el cual culmina en la parte superior con las dos cabezas de serpientes encontradas. Diosa polifacética con imponente indumentaria, síntesis del amor y del rigor, punto de equilibrio de los opuestos, magnífica representación de la versatilidad de la Unidad.

Cihuacóatl, la mujer culebra es, como ya dijimos, la patrona de las mujeres que mueren en el parto, aunque es más específico el nombre de Cihuapipiltin para esta función, en tanto la mujer serpiente, era madre del género humano y daba siempre a luz gemelos, (había sacerdotes que llevaban el cargo precisamente de Cihuacóatl con injerencias en asuntos administrativos, hacendarios y judiciales, he incluso Tlacaéletl o Tlacaélel tuvo este cargo después de su victoria sobre los de Azcapotzalco). Tenemos también a Tlazoltéotl, “diosa de las inmundicias” que se le representa con una piel humana sobre su cuerpo, tiene una venda al parecer de algodón sin hilar que porta en su tocado y una mancha negra que le cubre la nariz y la boca, así como constantes contrastes de los colores blanco y negro por debajo de sus pies, en el pecho y su tocado, nuevamente los opuestos conjugados. Por debajo de sus enaguas nace o sale un hombre sosteniendo un lazo, su hijo es el ya mencionado Centéotl, dios del maíz y con esto la simbólica de que en el proceso de putrefacción se encuentra contenida la nueva planta, en este caso el maíz, materia por cierto de la que está hecha el nuevo hombre. Esta comedora de inmundicias se alimenta de los pecados del hombre, procurándoles un nuevo renacer, a esta última cualidad de la diosa se le nombra Tlaelquani, en tanto que a Tlazoltéotl o Ixcuina se le relaciona más con el acto carnal. Podemos mencionar por último a Itzpapálotl que es la mariposa negra, color de obsidiana, deidad cazadora que dispara sus flechas a los cuatro rumbos del mundo, ella es la que recibirá los huesos que trae Quetzalcóatl de la región de los muertos para infundirles vida.


HMA.

 


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