Castellón Huerta, Blas Román. “Mitos cosmogónicos de los nahuas antiguos” en Jesús Monjarás-Ruíz. Mitos cosmogónicos del México indígena. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1987, pp.125-176.
“Esto lo referían los ancianos que tenían a su cargo conservar la tradición.”
Códice Matritense del Real Palacio, fols. 161 v. y ss.
“El primer dios que hubo, el creador de todo cuanto existe, fue conocido como Ometéotl, ‘el dios de la dualidad’. Este dios tenía su mansión en el lugar llamado Omeyocan, ‘el lugar de la dualidad’, que estaba arriba de los trece cielos. La suprema divinidad era también conocida con el nombre de Tloque Nahuaque, ‘dueño del cerca y del junto’, porque se encontraba en todas partes. Y decían que era el dios universal de todas las cosas, creador de ellas, a cuya voluntad viven todas las criaturas; señor del cielo y de la tierra, etcétera. Después de haber creado todas las cosas visibles e invisibles, creó a los primeros padres de los hombres, de donde procedieron, todos los demás. Había otros nombres con que se conocía a este dios: Yohualli-Ehécatl, ‘noche-viento’, pues era invisible como la noche e impalpable como el viento, también se llamaba Ipalnemohuani, ‘aquél por quien se vive’, y Moyocoyani, ‘el que se inventa a sí mismo’. Para poder realizar sus creaciones, este gran dios se manifestó como una pareja creadora, desdoblándose así en dos personajes: Ometecuhtli, ‘el señor dual’, y Omecíhuatl, ‘la señora dual’”. (p. 126, subrayado y negritas nuestras).
“Este dios y esta diosa engendraron cuatro hijos. Al mayor le llamaron Tlatlauhqui Tezcatlipoca, ‘espejo que ahúma, de color rojo’. Las gentes de Huejotzingo y Tlaxcala lo tomaron por dios y lo llamaron Camaxtle. Al segundo hijo que tuvieron le llamaron Yayauhqui Tezcatlipoca. ‘espejo que ahúma, de color negro’. Dicen que éste fue el mayor y más poderoso de todos los hijos porque nació en medio de todos. El conocía todos los pensamientos y estaba en todo lugar, por eso también lo nombraban Moyocoyani, como al gran dios Ometéotl, porque era todopoderoso. Al tercer hijo lo llamaron Quetzalcóatl, ‘serpiente de plumas de quetzal’, y por otro nombre Yohualli-Ehécatl, igual que al gran dios Ometéotl. El cuarto y más pequeño de los hijos fue nombrado Omitecuhtli, ‘señor de huesos’, y también Maquizcóatl, ‘serpiente brazalete’. Los mexicanos le decían Huitzilopochtli, "colibrí del sur", y lo tuvieron por dios principal. De él se decía que nació sin carne, con los puros huesos. El y sus hermanos permanecieron seiscientos años sin hacer nada.” (pp. 126-127, subrayado nuestro).
El autor se concentra más adelante en “dos versiones bien conocidas que tratan de los orígenes de la tierra y de las aguas. Posteriormente a la creación de los dioses, comienza el movimiento incesante que dará lugar a todo cuanto existe en el universo. En primer lugar está la tierra misma y lo que ella contiene. Aquí es donde intervendrán directamente los dioses creadores Quetzalcóatl y Tezcatlipoca. El origen de la tierra será resultado de un hecho violento, pero necesario para superar el caos inicial, pues la tierra es representada por Tlaltecuhtli o Tlaltéotl, quien es una bestia sedienta de sangre, representante de una naturaleza sin orden.” (p. 128). También se va a referir a la leyenda de los soles según la Historia de los mexicanos por sus pinturas y al texto conocido como Leyenda de los soles, (p. 142 y ss.), así como de la historia del origen del maíz (p. 152 y ss.), la creación del maguey (p. 154 y ss.), la creación del Quinto Sol (p. 155 y ss.), los cuatrocientos mimixcoa y el origen de la guerra sagrada (p. 160 y ss.), así como el origen de la música y la danza (p. 163 y ss.). Pero en todos estos fundamentales mitos no deseamos concentrarnos, para nuestro propósito nos ubicaremos en lo referente al dios de la Unidad y a lo resaltado en los dos primeros párrafos.
Los dioses o númenes menores se ponen a ejecutar los designios de su Padre, “pasados seiscientos años”, a saber, pensamos que se puede suponer y entenderse en tal cantidad no un número preciso, sino un tiempo no determinado y muy extenso. Crean el tiempo con sus calendarios y sus veintenas, posteriormente el inframundo con sus númenes protectores. Todo ello nos indica que anteriormente no había un tiempo y quizás concebían una Eternidad y que por ende, todo lo que se manifiesta está contenido en cierta espacialidad y temporalidad, incluyendo por supuesto los trece cielos y los inframundos, con sus dioses tutelares. “La pérdida del paraíso celeste del que son arrojados los dioses dará origen a la muerte, al dolor y a los sufrimientos, por contraste a la felicidad y al gozo permanente que se vivía en Tamoanchan.” (p. 132). Es efectivamente el inicio del tiempo cíclico y del vivir y morir, pero lo que a nosotros nos interesa por sobre manera, es que había una concepción de un no tiempo y acaso de una Eternidad, si ello fuese así, implicaría una concepción de lo verdaderamente metafísico. Y por ende se tendría que sobrepasar –necesariamente– por una concepción de la Unidad. Para expresarlo en términos numéricos, no se puede llegar a concebir el 0 (cero) sin conocer al 1 (uno). ¿Debemos de suponer que en esa idea del binomio supremo se detenía el complejo panteón mesoamericano?
En términos lingüísticos pudiera ser que esta figura de pensamiento háyase en otro figura de lenguaje como puede ser la concepción de los difrasismos en lengua nahua, siendo dos términos que dan vida a uno tercero y por ende metafórico. Tal figura del lenguaje conlleva la idea de una dualidad que encierra la esencia de un tercer aplicativo y que metafóricamente hablando bien puede encerrar la idea de un concepto preclaro que contiene a ambos desde un principio, es decir, insistimos, la idea de una figura de pensamiento que por mucho es jerárquicamente superior a cualquier figura de lenguaje.
Continuando con nuestra reseña, es curioso ver cómo según la Historia de los mexicanos por sus pinturas, la figura de Tláloc es secundaria, pues ha sido creado por los cuatro primeros dioses ya referidos. No obstante, y como es conocido Tláloc (aunque con otros nombres seguramente), es de los más antiguos númenes dentro de los diversos panteones mesoamericanos, ello para nosotros nos da al menos una pista importante. Entre los mexicas, aunque seguramente no sólo entre ellos, era bien sencillo otorgar una distinta jerarquía a los dioses según las necesidades de la época, el contenido del relato y de la veintena. De ahí que quizás sea susceptible el pensar que bien pudiese existir un Dios central, un Tloque Nahuaque o Ipalnemohuani (con otros nombres) y que rondaba en las mentes de los antiguos mesoamericanos, aunque acaso no tanto entre los personajes pertenecientes a la casta militar, ¿probablemente entre la élite sacerdotal de esta u otras ciudades aún más antiguas?
Cuándo p. e. se mencionan a Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl como los dioses supremos, Códice Telleriano-Remensis, ¿no se estará refiriendo tal jerarquía a una especie de tutela respecto a un particular momento estelar y del desarrollo del mito? A saber, “se enojaron mucho a causa del pecado de los dioses, sus hijos, y arrojaron a éstos fuera de aquel paraíso celeste, de modo que algunos vinieron a dar a la tierra, y otros al inframundo…” (p. 135). ¿Habría alguna posibilidad de que Tlaltecuhtli, antes de llamarse así para la cultura náhuatl, aunque con los mismos atributos en otras civilizaciones, demandase de corazones y de sangre en un sentido más simbólico que literal? ¿Qué tales representaciones fuesen igualmente metáforas o figuras de un proceso interno y no tanto una acción ejercida tal cual? ¿Qué el sol al pedir sangre y el reino de los dioses (Leyenda de los soles) fuese igualmente otra metáfora? Y que los mexicas y otros pueblos lo tomaran como algo literal o lo justificaran con propósitos e intereses bien definidos.
No nos parece suficiente argumento sólido el decir que la Unidad divina no existía entre la cosmogonía náhuatl, afirmando categóricamente que dicha concepción y nombramiento en diversos códices fuera una mera influencia del pensamiento occidental por estar plasmada en códices exclusivamente virreinales y no prehispánicos. Ante tal supuesto bien podríamos contra argumentar que la idea de los trece cielos y de un paraíso, como el Tamoanchan –por sólo mencionar un par de relatos mitológicos–, bien podrían ser supuestos lineamientos occidentales al encontrarse exclusivamente en códices posteriores a la llegada de los españoles, situación hipotética que por supuesto no abalamos ni sostenemos. “Los acontecimientos míticos que tendrán lugar en este paraíso [Tamoanchan] guardan una clara semejanza con los temas bíblicos correspondientes; sin embargo, es preciso aclarar que estos mitos formaban parte integral de la ideología del México antiguo, y estaban siempre presentes en todos los actos de la vida cotidiana y religiosa de los pueblos nahuas, por lo que pueden ser considerados como parte de su idiosincrasia.” (p. 132, subrayado nuestro). Bueno entonces tal premisa ha de aplicarse por igual a otros conceptos hallados en p. e., los códices Florentino, el Vaticano A, el Telleriano-Remensis o el Vaticano A 3738 o Ríos; o de lo contrario ¿cómo o quién estipula los criterios de selección de lo que es y no es propiamente “idiosincrasia” antigua de los pueblos nahuas?
II
“Después de la creación del universo y de todo cuanto existe en éste, los dioses se dieron a la tarea de crear un movimiento en el tiempo, después-ahora; se presentarán los mitos que hacen referencia a las épocas cosmogónicas que existieron antes del presente. A partir de este momento comenzará un movimiento de tipo cíclico en que se alternan el poder los dos principales dioses creadores: Quetzalcóatl y Tezcatlipoca.” (p. 141.) Cómo ya hemos dado a notar nos estamos concentrando precisamente en abordar el antes del tiempo referido como “después-ahora”, para vislumbrar la concepción de la Unidad divina, de la Eternidad y de ser posible de ahí en más, hacer un bosquejo de lo metafísico en la cultura náhuatl, ir más allá de lo cosmológico e incluso de lo ontológico. Lo siguiente, insisto, es un bosquejo inicial de tales premisas.
Esto no es darle la vuelta a la cosmovisión o a los dioses ni a su calendario con sus veintenas, o a la geografía sagrada y sus entidades anímicas; más bien todo lo contrario, pues todo ello debe de tenerse muy en cuenta para poder hablar de las capas jerárquicamente anteriores y superiores como las ya referidas. Es tratar de comprender su cosmovisión y cosmología no como meros relatos, sino con vida propia y con un sentido ulterior que quizás con una mirada, más bien occidentalizada, sea difícil de entender en toda su plenitud, p. e. poder ver a los montes como depósitos de tesoros invaluables, pues efectivamente en ellos, alrededor de ellos y por ellos se fecunda todo a su rededor. Recordemos que para los nahuas la extensión de Persona iba más allá del mero cuerpo, explayándose a todo cuanto les rodeaba (López Austin). Que los montes y los árboles tenían una entidad anímica (J. Broda). O bien, que la tierra efectivamente está rodeada por las aguas con cuatro esquinas y un centro (quincunce) y que en cada uno de estos puntos hay un pilar sagrado en forma de árbol; pues más allá de la interpretación meramente literal deberíamos de tratar de entender que, en casi todos los pueblos antiguos, las “aguas inferiores” se reunían con las “aguas superiores”, ¡efectivamente! y tanto en lo macro como en el microcosmos, y que cada una de sus direcciones contenía ciertas cualidades que rodean a la tierra y que la alimentan de una u otra forma, y que tales esencias descendían y ascendían por varios ejes, uno de ellos axial y los otros complementarios, a saber árboles de esquina. Cada uno de tales ejes contenía ciertas cualidades, las más de las veces antagónicas pero complementarias.
Pasar entonces de una básica lectura literal a otra más compleja y simbólica, pues ello nos otorga una amplitud de discurso distinguiendo entre las figuras del pensamiento y las figuras del lenguaje. ¿No acaso hoy día en este mundo mayoritariamente con una mirada profana y banalizando casi todo lo que toca, y a pesar de todo ello, no siguen operando dichas cualidades y atributos con sus ejes y esquinas aunque no los observemos más? Para mucha gente, en su día a día, lo simbólico y sagrado es una constante realidad, es más, gracias a ello el mundo se sustenta. ¿Cuál mirada es más real, la del científico o la del antiguo sacerdote?, ¿la mirada del hombre de negocios o la del chaman? Lo que sostenemos que no es válido, de frente a lo que acabamos de enumerar, es conformarse con una postura superficial en aras de una supuesta “tolerancia” afirmando, acomodaticiamente, que todos los discursos y las miradas son válidas. Difícil de sostener tal postura, mejor atreverse a realizar una discriminación, jerarquización y en su momento un descarte.
Proponemos que hay más de tres tiempos en la cosmogonía náhuatl, de menor a mayor jerarquía: el tiempo dónde se desenvuelve la vida diaria; el tiempo de la psique con sus pasiones, pensamientos y deseos, energías a favor y centros anímicos; el tiempo del mito, de los héroes inmortales y de los dioses ejecutantes; un “tiempo” más donde se encuentra lo atemporal y el dios no ejecutante pero si planificante; y finalmente como en una escala no visible un “sitio” o un “instante” donde no hay tiempo ni espacio, dónde encontramos la concepción de la Eternidad y de lo metafísico.
En varios mitos, como el de la creación de la tierra (intervención de Quetzalcóatl y Tezcatlipoca para dividir a Cipactli) o bien el de la creación del quinto Sol, entre otros; se puede fácilmente comprender que ya había otros dioses siendo. A saber, que su génesis ya había sido, y que por ende todos estos relatos alcanzarían, a lo mucho, un tiempo mítico y del sustento de los dioses.
Quién sabe, sea como reaprender todo p. e., el suceso anual de los nemontemi, que como bien sostiene Eliana Acosta Martínez, quizás haya que verlo como un periodo de renovación y de regeneración, y no tanto como algo nefasto, pues efectivamente, para la civilización náhuatl el número cinco estaba relacionado, entre otros valores: con el maíz, con Quetzalcóatl y con el quincunce.
HMA.
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