León-Portilla, Miguel. Literaturas indígenas de México. México, Mapfre-FCE, 2003, pp. 113-159 y 191-292.
Comenzaremos resaltando los elementos iconográficos y glíficos de monumentos como antecedentes de los códices de tradición nahua y que son de gran valía. León-Portilla aclara que se centrará en ciertas obras talladas en piedra durante los reinados de Axayácatl (1469-1481), Tízoc (1481-1486), Ahuízotl (1486-1503) y Moctezuma Xocoyotzin (1503-1520). Leyendo los ejemplos que pone al alcance así como toda la descripción que expone en base a la observación de tales elementos iconográficos y glíficos de monumentos tales como: la Piedra del Sol (1479), la Piedra de Tízoc, la Lápida de dedicación del Templo Mayor (reinado de Ahuízotl) y la Lápida conmemorativa del reinado de Moctezuma II Xocoyotzin… Insistimos, en base a todo ello, uno bien puede afirmar que es sumamente importante aprender a “leer” o “decodificar” tales piezas de arte que contienen, entre otros elementos: numeraciones, fechas, nombres de dioses, gobernantes, símbolos cosmogónicos, derivaciones de su lengua, los cuatro rumbos del mundo y sus puntos “intercardinales”, los diferentes estratos del cielo y del inframundo, datos históricos, costumbres y demás elementos de la tradición nahua.
Indiscutiblemente que son elementos que siempre se han considerado y que si bien no en todos los casos como antecedentes de los códices de tradición nahua, y a veces en paralelo a la hechura de los prehispánicos, siempre serán complementos y referencias sobresalientes para la obtención de datos y elementos relevantes en el estudio tradicional de esta cultura. “Además de las inscripciones en piedra, en las que glifos y figuras se complementan, sumándose a otras formas de expresión como las pinturas murales y las que aparecen en vasijas de cerámica y en otros objetos, los libros prehispánicos de la región central de México fueron el medio por excelencia para registrar aquello de lo que importaba tener conciencia.” (p. 122).
De manera muy general referiremos el contenido de los códices prehispánicos del Centro de México y explicaremos su importancia para aproximarse a los manuscritos virreinales nahuas. “Los códices prehispánicos de esta región integran un conjunto conocido como «Grupo Borgia», debido a que el más grande y de contenido más rico de estos manuscritos ostenta el título de Códice Borgia, por haber pertenecido al cardenal Stefano del mismo apellido. Los otros cuatro libros se nombran también en razón de los lugares en que se hallan o de los apellidos de algunos de sus poseedores: Códice Vaticano B, Cospi, Laúd, Féjérvary-Mayer, con la sola excepción de una hoja suelta, conocida como del Culto rendido al sol” (Ibídem).
En el caso del Códice Borgia, los dos temas centrales son, “Uno es el de los cómputos de la cuenta calendárica de 260 días para esclarecer los destinos de los individuos y de la comunidad en muy distintos momentos a lo largo del ciclo vital. El otro gran tema se refiere a diversas formas de culto, particularmente en las ceremonias públicas celebradas en el recinto de los templos.” (p. 123).
El Códice Féjérvary-Mayer o Tonalámatl de los pochteca, “Por haberse encontrado en él no pocas referencias que parecen vincularlo con los cómputos astrológicos y preceptos rituales más directamente relacionados con los mercaderes que marchaban en sus empresas comerciales a sitios muy apartados, se le ha designado con el título de Tonalámatl de los pochtecas, es decir, libro de la cuenta de los destinos, de los mercaderes o pochtecas. […] En el libro pueden distinguirse diversas secciones, 17 en conjunto. Todas, sin excepción, están relacionadas con los cómputos calendáricos según el sistema astrológico de 260 días.” (pp. 126-127).
El Códice Laúd, “es un libro del género de los tonalámatl o códices de los días y los destinos. La relación que en él se establece entre las cargas de los destinos y los dioses constituye un elenco de deidades.” (p. 132).
El Códice Vaticano B, “es una especie de manual o breviario de los sacerdotes que debían consultar para formular sus pronósticos en las más variadas circunstancias. Resulta interesante comprobar que también aquí, como ocurre en el Códice Borgia respecto de Tezcatlipoca, otros dioses, dentro de la misma dialéctica del mundo sobrenatural, desdoblan su ser y unas veces lo vuelven dual y otras lo tornan presente en todos los rumbos del mundo. Lo cual ocurre de modo especial con el Dios de la Lluvia.” (p. 133).
El Códice Cospi, “además de los desarrollos de la cuenta de 260 días, hay una sección en que se describen los diversos ciclos de la Estrella Grande (Venus). El contenido de estas páginas guarda semejanza con las correspondientes del Códice mayade Dresde, así como con otras del Códice Borgia.” (Ibídem).
Estos códices son fundamentales para comprender y percibir las diversas formas de desarrollo de la cultura nahua. Con la llegada de los españoles, tal hechura, visión y cultura continuó preservándose –hasta cierto punto– en varios de sus principios, cosmovisiones y demás, mismos que incluso pueden llegar a percibirse en los manuscritos virreinales o “coloniales”, a saber, es una cosmogonía que más o menos pervivió posterior a la conquista, aunque claro con diversas variantes y con inmersiones en y de la visión del mundo cristiano.
Distingamos ahora la diversidad de los manuscritos picto-glíficos post-cortesianos de tradición nahua y ejemplifiquemos el contenido de uno de ellos. Estamos de frente a un universo basto, pues como nos dice León-Portilla, “Un primer intento de catálogo de este género de manuscritos mesoamericanos, en el que se recogen 963 códices o producciones picto-glíficas, incluyendo los quince libros que existen de origen prehispánico. Sustrayendo éstos a la cifra registrada en ese primer catálogo, vemos que en él alcanzaron a consignarse 948 títulos de la época colonial. Y podemos añadir que, consultando en archivos como el General de México y en otros de provincias y del extranjero, sabemos de la existencia de otro considerable número de producciones indígenas del período colonial en las que se incluyen elementos glíficos y pictóricos.” (p. 138).
Más adelante agrega, “los manuscritos picto-glíficos post-cortesianos pueden distribuirse en producciones de los pueblos nahuas del Centro de México; de la región otomí; de Michoacán; Veracruz, Guerrero, Oaxaca (mixtecas, zapotecas, cuicatecas y chinantecas) y de la zona maya. […] Versan sobre temas legendarios e históricos; cartográfico-históricos; meramente cartográficos; de linajes; de creencias religiosas, fiestas y antiguas ceremonias; sobre temas descriptivos de aspectos de la vida indígena; de medicina indígena; sobre temas de carácter económico y legal; de tributos, propiedad de la tierra, títulos primordiales, solicitudes ante las autoridades de la corona, reclamaciones, defensas y otros géneros de litigios; sobre temas misceláneos o de contenido mixto.” (p. 139).
Hemos escogido hablar brevemente del Códice Borbónico, el mismo está integrado por cuatro partes, la primera parte es una cuenta de los días y los destinos. “En cada página ocupa espacio principal la deidad o deidades que presiden la correspondiente trecena de días. Los atributos de los dioses con sus correspondientes colores, no sólo facilitan su identificación, sino que abren el camino a una comprensión más honda de las conceptuaciones indígenas acerca de la divinidad. Por medio de glifos y otros signos se indican, en relación con cada deidad, cuáles son las ofrendas que deben hacérsele. Al registro de los días, con sus numerales y glifos, acompañan también en cada página los correspondientes a los trece Señores diurnos y a los nueve de la Noche con sus respectivas aves o volátiles.” (p. 144).
En la segunda parte “se hace un registro muy distinto de cómputos calendáricos, que consiste en correlacionar a los nueve señores o deidades de la noche con los días portadores de los años a lo largo de una «atadura» de los mismos, es decir, en un ciclo de 52 años. El carácter a la vez sagrado y astrológico del manuscrito queda al descubierto en lo que se representa en el centro de cada una de estas dos páginas.” (Ibídem).
“La tercera y cuarta partes abarcan desde la página 23 hasta el final del códice. Incluyen una representación picto-glífica de cada una de las fiestas a lo largo de las dieciocho veintenas o «meses» del calendario solar. Para estudiar la literatura sagrada sobre ceremonias, ritos y sacrificios, estas páginas tienen enorme importancia.” (Ibídem).
II
Pasemos a una breve descripción de la forma y contenido de los Huehuehtlahtolli. Nos dice nuestro autor, que son “testimonios de la «antigua palabra», eran exhortaciones y consejos que hacían los padres y madres indígenas a sus hijos, y los señores a sus vasallos.” (p. 193). En cuanto a las primeras traducciones al español, de estos consejos y exhortaciones, fueron recopilados por “Alonso de Zorita [en su Breve y Sumaria Relación, quién] había fungido como oidor en Guatemala de 1551 a 1553 y luego en México de 1554 a 1564.” (Ibídem). Otros españoles que también tocarían el tema de los huehuehtlahtolli fueron fray Bartolomé de las Casas, fray Bernardino de Sahagún y fray Andrés de Olmos. “Olmos recopiló estos huehuehtlahtolli —según el testimonio ya citado del oidor Zorita— gracias a «unos principales... que los escribieron en su lengua sin estar él presente y los sacaron de sus pinturas, que son como escritura que se entienden muy bien por ellas...».” (p. 195).
Como testigo indígena de estos consejos, apunta León-Portilla que “algunas páginas de un manuscrito elaborado por escribanos indígenas hacia 1540, el llamado hoy Códice Mendoza, ofrecen en imágenes y glosas una especie de elenco de lo que han de ser los comportamientos del ser humano, desde su nacimiento y a lo largo de los momentos más importantes de su vida. Altamente probable es que existieran en la época prehispánica libros picto-glíficos mucho más específicos que lo aportado por el Códice Mendoza sobre educación e ideales en la vida.” (Ibídem). Además de la rica tradición oral que se practicaba entre los indígenas y que se sabía, se transmitían muy seguramente estos y otros preceptos de generación en generación.
Olmos al traducir estos textos los “romanzó” según el uso y costumbre de la época, de manera tal que estos fueron los conocidos huehuehtlahtolli que más se difundieron a lo largo del siglo XVI. Además de que se conservaron en náhuatl algunas otras versiones en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. “Bernardino de Sahagún, que fue maestro en el mismo Colegio donde vivió con Olmos, tuvo noticia de la existencia de estos huehuehtlahtolli. Algunos años después, hacia 1547, también él realizó una empresa de rescate de testimonios de la «antigua palabra». Reunió un conjunto de cuarenta huehuehtlahtolli que le comunicaron ancianos de Tlatelolco. Estos textos, que en varios casos guardan semejanza con los obtenidos por Olmos, eran a los ojos de Sahagún testimonios muy valiosos.” (p. 198).
Pero los huehuehtlahtolli son más completos y complejos de lo que se ha afirmado hasta el momento, “…si se atiende a los huehuehtlahtolli transcritos por Sahagún, entre los que —tal como se incluyen en el Códice Florentino— hay seis oraciones al dios Tecaztlipoca, una a Tláloc, otra referente a la confesión a la diosa Tlazoltéotl; así como discursos dirigidos a las parteras, los mercaderes y determinados artesanos.” (p. 200). Siendo quizás uno de los mejores denominadores para su tiempo de todo este conjunto de exhortaciones y consejos, como afirma León-Portilla, el mismo que Sahagún eligió, «De la retórica y filosofía moral y teología de la gente mexicana...»
Sin embargo, o por lo ya dicho, un poco más adelante nuestro autor propone una descripción más actualizada y acorde a nuestro tiempo de los huehuehtlahtolli:
“Los huehuehtlahtolli, en cuanto composiciones que dan testimonio de ancestral sabiduría, son la «antigua palabra». El lenguaje en que están expresados tiene grandes primores. Su contenido concierne a los principios y las normas vigentes en el orden social, político y religioso del mundo náhuatl. Desde la perspectiva del pensamiento europeo pertenecen tales textos a lo que cabe llamar «filosofía moral y teología». En cuanto «filosofía moral», tienen con frecuencia el carácter de tenonotzaliztli, «plática, amonestación». Pero no se limitan a ello. Siendo enunciación de las normas que han de regir las diversas circunstancias a lo largo de la vida —desde el nacimiento hasta la muerte—, hay en los huehuehtlahtolli formulaciones que atañen a la visión del mundo, al pensamiento y ritual religioso, la oración misma como antigua palabra del hombre dirigida a la divinidad. Podría decirse, en suma, que son la expresión más profunda del saber náhuatl acerca de lo que es y debe ser la vida humana en la tierra. Son pláticas que se dirigen a una amplia gama de interlocutores que abarca a los hijos, desde pequeños hasta los ya casados; los esposos; los gobernantes y los gobernados; los enfermos y los que han muerto; los mercaderes, artesanos y gentes de otras profesiones, y que, incluye asimismo, como destinatarios, a los dioses, entre ellos Tláloc, Tlazoltéotl y el supremo Tezcatlipoca.” (pp. 200-201).
De manera tal que encontramos huehuehtlahtolli que se utilizaban enlos diversos “ritos de pasaje”, para el buen gobierno así como de orden sociopolítico, como consejos de oficios o expresiones de cortesía así como discursos-oraciones a las deidades. “A estas variantes principales pueden sumarse otras, como son las «expresiones del saber o tradición populares», los «discursos» de los maestros en los centros de educación y, finalmente, los huehuehtlahtolli cristianos y «cristianizados». (p. 202).
“Analizando ahora la estilística de este [y muchos] huehuehtlahtolli encontramos que en él se emplean con gran frecuencia muchos «difrasismos». Nos referimos a las expresiones en las que la yuxtaposición de dos vocablos de contenido metafórico lleva a evocar un pensamiento que se desea destacar.” (p. 203). Además de los difrasismos se sirvieron también, muchas veces, de metáforas.
“Contemplando el universo de símbolos y significaciones, del que son portadores estos textos, puede afirmarse que en ellos tenemos la mejor suma de testimonios sobre los ideales y creencias en función de los que estructuraban su existencia los nahuas.” (p. 220).
Hay una gran diversidad de “poemas y cantos” aunque no tantos son los “forjadores de cantos de nombre conocido”, pasemos a desglosar tal punto. “Un primer conjunto de composiciones, los himnos en honor de los dioses entonados a lo largo de las fiestas del año, se conoce como del género de los teocuicatl, «cantos divinos» […] dirigidos entre otros a Huitzilopochtli, Huitznabuac Yaoutl, «el Guerrero del sur»; Tláloc, «el Dios de la Lluvia»; Teteuinnan, «la Madre de los dioses», Chimalpanécatl, «El que nace sobre el escudo», Ixcozauhqui, «El de rostro amarillo», el Señor del fuego, Xochipilli, Ayopechtli, Cihuacóatl, Xippe Totee y otras deidades, se hallaban esencialmente relacionados con las celebraciones que tenían lugar en cada una de las dieciocho veintenas a lo largo del año solar.” (p. 244).
Dice el testimonio del Códice Florentino: [citado por León-Portilla, p. 245]Entonces el tlahtoani determinaba, pedía qué clases de cantos habían de entonarse [los que se conocían con los siguientes nombres], tal vez Cuextecáyotl, «canto al modo y usanza de los cuextecas»; Tlaoancacuextecáyotl, «a la manera de los cuextecas embriagados»; Huexotzincáyotl, «al modo de los de Huetxotzinco »; Anahuacáyotl, «al modo de los de Anáhuac, los de la costa»; Oztomecáyotl, «según la usanza de los mercaderes oztomecas»; Nonoalcáyotl, «como los nonohualcas», Cozcatecáyotl, «según los de Cozcatlan»; Metztitlancalyotl, «a la usanza de los de Metztitlan»; Otoncuicáyotl, «canto otomí»; Cuatacuícatl, «como los cuacuatas»; Tochcuícatl, «cantos de conejos»; Teponazcuícatl, «al son del teponaztle»; Cioacuícatl, «cantos al modo de las mujeres»: Atzozocolcuícatl, «cómo cantan las muchachas que tienen sólo un mechón de pelo»; o tal vez un Ahuilcuícatl, «canto de placer»; Ixcuecuechcuícatl, «canto de cosquilleo»; Cococuícatl, «canto de tórtolas»; Cuapitzcuícatl, «cantos arrogantes»; Cuatezoquicuícatl, «cantos de sangramiento»…”
Pero eso no es todo, comenta nuestro autor que, “fijándonos en las anotaciones que hay en Cantares Mexicanos y Romances de los señores, puede decirse que es bastante amplia la variedad de asuntos sobre los que versan los cantos. En base a estas anotaciones, y ciñéndonos a los subgéneros más definidos, enumeramos a continuación las siguientes clases o categorías.” (p. 247). Yaocuícatl, cuauhcuícatl y ocelocuícatl, «cantos de guerra»; Xopancuícatl, xochicuícatl, «cantos de tiempo de verdor», «cantos de flores»; Icnocuícatl, «cantos de privación» (meditación y búsqueda a la manera filosófica); Ahuilcuícatl, cuecuexcuícatl, «cantos de placer», «cantos de cosquilleo» y los cococuícatl, «cantos de tórtolas». Algunos de ellos ya mencionados en el párrafo que precede este.
De entre los cuicapicque, «forjadores de cantos», que aborda don Miguel León-Portilla en esta obra están: Nezahualcóyotl, Tochihuitzin y Aquiauhtzin de Ayapanco. Más adelante menciona de pasada a otros tantos: Cuacuauhtzin, Nezahualpilli y Cacamatzin.
De los presentes voy a abordar a Aquiauhtzin de Ayapanco, vecino de Amecameca. Este forjador de cantos, lo encontramos tanto “escudriñando los misterios de Ipalnemohuani, el supremo Dador de la vida [como] para muchos, inesperado cantar erótico es su otra creación que, si en el manuscrito donde se conserva aparece como anónima, sabemos que es suya gracias al pormenorizado testimonio, que en seguida aduciremos, del cronista Chimalpahin.” (p. 281).
Más que narrar todo lo dicho y explicado ejemplarmente por nuestro autor, donde no queda duda de la autoría de Aquiauhtzin de Ayapanco de este extenso canto, quisiera resaltar el hecho de la importancia en sí de tales cantos y flores. Por lo relatado alrededor de ellos uno puede inferir que no se deben de tomar a la letra como flores y cantos, si bien en varios incluso sea probable que se entonara música y se danzara, como “dramatizando la historia” o el relato. Quizás por el contexto, son revestidos de una carga ceremoniosa y de gran atención entre los espectadores, ¿debían interpretarlos como un ritual?, ¿sabían de antemano los presentes la conclusión? Se encontraban seguramente en varios de estos cantos y flores experiencias filosóficas a modo de desafíos para la mente, como en una especie de acertijos intelectuales, así como en un cierto tipo de “códigos” o claves en movimiento que bien podían atender varios aspectos de la vida, desde lo moral y el buen oficio, pasando por lo erótico hasta lo filosófico, como ya se ha mencionada más arriba.
Resulta por demás evidente por todo lo que hemos dicho, de lo imprescindible y de la importancia de tales expresiones que, además de ser literarias, rebasan dicho campo adentrándose a los terrenos de lo ético, lo moral, lo filosófico e incluso lo cosmogónico, “es posible relacionar, en algunos casos, las volutas floridas del canto con los rostros y los corazones de algunos personajes de los que nos hablan las antiguas crónicas.” (p. 291). Era como un todo armónico en donde la literatura, así como otras ramas de la vida, no se podía separar de su cosmovisión. De manera tal que conocer estas expresiones es una clara invitación a la reflexión de lo que fue y lo que es el mundo nahua.
HMA.
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