Saber a qué atenerse
Frater Faber Dardănǐus

(A partir de la lectura del texto de Julián Marías, “La filosofía griega desde su origen hasta Platón”, en Biografía de la filosofía. Madrid, Revista de Occidente).

 

La idea despertada a partir del reconocimiento del otro, en una primera instancia es, efectivamente esa imposibilidad de reconocerlo como lo que verdaderamente somos, una parte del Todo. Y es que llevado esto al intento por comprender el pensamiento antiguo, puede ser todo un reto.

Las más de las veces cuando nos topamos con estudios y libros sobre estos hombres, la idea que se alberga en nosotros es ¿qué tanto verdaderamente los conocemos y comprendemos?, ¿no será que desde la óptica moderna con todos los valores que eso conlleva intentamos explicarnos su comportamiento sin ser pálidamente un acercamiento real de sus ideas?

Es toparse, en efecto, con una imposible reconstrucción exacta de lo antiguo. “Ninguna situación histórica basta para explicar ninguna realidad humana, porque en cualquiera caben muy diversas actuaciones…” y es que para intentar develar esto, el vehículo al que se ha abocado el hombre moderno es lo que llaman razón, pero es que en todo esto hay varias preguntas válidas y sólo anoto algunas: ¿será verdaderamente la razón el único vehículo?, ¿cómo hombres modernos actuamos coherentemente de acuerdo a valores racionales?, o dicho de otro modo: ¿es coherente y racional la destrucción del mundo que efectuamos día tras día? y por otro lado, aunque no separado del todo del primer cuestionamiento, ¿son racionales los “valores” del mercado que mueven buena parte de los designios de la humanidad actual?

Los antiguos cuando se referían al acto del pensamiento no estaban, creemos, haciendo exactamente la referencia a la mente o la razón como hoy pensamos que es, sino que incorporaban otro elemento, el corazón como fuente de ese pensar con sentido, intuición y coherencia. Por supuesto que en todos los tiempos el hombre ha sido “bárbaro” pero nunca como hoy el fenómeno había estado tan generalizado, aceptado y además con tan alto riesgo para todos. Hemos de sumar que el hombre en general está desligado de la fuente doctrinal, ya sea por ignorancia o malintencionadamente.

Sin duda alguna el mayor obstáculo para entender al hombre antiguo, su filosofía y doctrina, es la actitud de soberbia con que nos “acercamos” a ellos, en el fondo con un hálito de superioridad. Cuando más bien se requeriría un poco de prudencia e incluso respeto.

Debemos de cuestionarnos primero y por ejemplo reflexionar en las calamidades que subsisten. Debemos también de preguntarnos si los primeros filósofos “teologizaron” y sólo hasta determinado punto de la historia comenzaron a “filosofar”, ¿acaso reflexionar acerca del origen sagrado y de sus dioses y por ende de nosotros mismos no es filosofar?, ¿la figura de los mitos no nos hace más familiares del mundo? Hasta el mismo Aristóteles nos dice, “en un fragmento de ancianidad agrega: ‘cuanto más solitario soy, más amigo de mitos me he vuelto.’”

El arkhé, el principio, es lo verdaderamente antiguo. Es el principio en el que ya eran las cosas y por ello mismo serán. Y efectivamente coincidimos con el autor en que “por vía de identidad se puede llegar del principio a lo principiado y viceversa.” Finalmente el intento de todo verdadero filósofo es acercarse a la verdad mediante la identificación de su musa conductora llamada Sofía. Es la patencia, lo que verdaderamente hay y es.

Todos estos ejercicios de la mente son imprescindibles plasmarlos en lo bajo, es decir tener una coherencia con todo aquello que se piensa y elabora. No son funciones para evadirse y terminar como algunos supuestos “ascetas” hindúes extraviados a la orilla del río, acaso tomaron las cosas muy literales del verdadero ascetismo que debe de continuar operando en las distintas esferas de la vida. Ya que uno de los puntos a los que se llega, es que efectivamente la “realidad” que se nos presenta todos los días no es tal o lo que creemos que es. Nos apartamos de las opiniones comunes y se intenta develar lo que está más atrás de las engañosas apariencias, pero para todo ello es necesario no evadirlas sino tratar de discernirlas. Dar a cada ámbito su justo lugar y que ninguno de los mundos tome funciones en donde no le corresponde.

Por ello también coincidimos con este autor y bien vale la pena esta larga cita:
El sabio es, en definitiva, el hombre de los principios, es un arconte también, a su modo, y ejerce una primacía o prioridad sobre los demás. Por razón de su posesión de los principios, es un hombre principal. […] El sabio es el hombre que sabe a qué atenerse y que en última instancia decide qué se ha de hacer, porque sabe lo que las cosas son. Todo hacer se hace en vista de algo, y esto es lo que decide aquello que se hace; es menester saber a qué atenerse respecto a las cosas sobre las que recae el hacer, para poder decidir. El sophós, por saber a qué atenerse, orienta y manda a los que son menos sabios.

Cerremos este escrito con una reflexión pitagórica acerca del Noûs. Para esta escuela del pensamiento, heredera de antiguos misterios, la esencia de las cosas se manifiesta por medio de números, o dicho de forma más exacta, todo es medida y proporción en el cosmos. La comprensión de esto por medio de los números nos acerca a la verdad que se halla en el Noûs.

La ciencia de los números estudia al número por su esencia, es el aspecto sagrado del mismo que encontramos igualmente en el taoísmo o el hinduismo, así como en el estudio de la Cábala, entre otros. En todas ellas los números contienen y manifiestan las leyes del universo de Dios. Y como todos los números se pueden reducir a las primeras diez cifras o variaciones de la unidad, con el estudio de la primera década se comprenderá la formación de estos principios y en la primera triada la de la esencia misma.

La mónada es la fuente no espacial del número, es decir, no ocupa en realidad ningún espacio posible como el punto matemáticamente hablando. Se le llama mónada por su estabilidad pues preserva la identidad de todo número que se le asocia, (1 x 3 = 3). No produce un número distinto. La mónada todo ha organizado y contiene en sí a todos los números en potencia incluyendo por supuesto a la díada. La mónada es par e impar y par-impar al mismo tiempo (1 + 2 = 3 o bien 1 + 3 = 4, es decir si se le suma un número par da impar y si se le suma un impar arroga par). Es perfecta por ser armónica y es origen de toda la igualdad como de la desigualdad, que no obstante llega a reducirse en ella (1 = 1). Es punto y origen de todos los ángulos posibles; comienzo, medio y fin de todas las cosas. Cada una de las partes dentro de la mónada corresponde a un número entero y lo compensa. La década regresa a ella (10 = 1 + 0 = 1), al igual que el millar y en verdad todo número ha salido de ella. El Reino, (Malkhuth), que retorna al Padre, (Kether).

Es por ende una forma adecuada para hablar del principio, es la forma de las formas, es decir no es el principio mismo sino sólo una forma para acercarse a Él. El universo todo es una secuencia de números cuadrados y triangulares en mutua oposición al mismo tiempo que complementariedad. Gracias a este principio de sabiduría la manifestación toda se despliega con gran fuerza y belleza.

La mónada es capaz de convertirse en todas las cosas sin por ello dejar un instante su esencia aparte, comprende las distintas etapas de la numeración y a ella regresarán todas. Es la Parca Atropos, “la que no está desviada” y se llama también artífice y modelador, es el Andrógino pues concentra lo par e impar es decir lo positivo y negativo de la creación, es la semilla y contiene por ende los principios tanto de la materia como de la forma. Así que permite la variación y por ende al diseminarse produce tanto hembras como machos sin distinción pero con variación conforme pasa de la potencialidad a la actualidad.

La mónada es el potencial de todo número, por ende, es también el número inteligible, ya que en sentido estricto no es manifiesto y sin embargo todo es conceptualmente simultáneo en ella. Es el receptáculo de todo y asimismo le llaman Caos, primer generador. Mónada es por ende mezcla, combinación, oscuridad, tinieblas, y gracias a sus múltiples posibles articulaciones y distinciones todo resulta de ella.

No obstante, por ser este, el principio de todas las cosas, necesariamente permanece en el arkhé, en el origen o principio y por ende se le identifica con el Alfa. Como Alef que contempla y como Beth que inicia el Génesis. Mantiene su afinidad con el sol ya que la suma de su nombre nos otorga los grados del círculo zodiacal, 361. Monas = 40 + 70 + 50 + 1 + 200 (según el alfabeto griego y su gematría). Siendo 360 los grados de la circunferencia y el punto central el uno restante, lo que nos dibuja la representación del sol (סּ).

Los pitagóricos identificaron a la mónada con el intelecto, con lo correcto, la llamaron Ser y causa verdadera, orden, concordia, lo que es igual entre lo mayor y lo menor, el medio entre la intensidad y la calma, moderación en la pluralidad, el ahora inmediato, entre otros varios nombres. Está en el medio de los elementos permaneciendo en un cubo monádico cuya posición era familiar a Homero cuando dijo “Tan abajo como está el Hades, tan por encima de la Tierra están los Cielos” o bien Heráclito cuando afirmó que el camino de arriba y el camino hacia abajo son uno y mismo. Así junto con los pitagóricos, filosofemos y disipemos la ignorancia.

 

 

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