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Las
puertas solsticiales
Norte
y Sur son puntos geográficos que están relacionados a la
astrología en el sentido de que corresponden: el norte o
invierno a Capricornio y el sur o verano a Cáncer, los dos
solsticios; en tanto que en el este o primavera se situará
a Aries y en el oeste u otoño a Libra, los dos equinoccios.
Estos signos astrológicamente pertenecen a un elemento:
Capricornio a la tierra, Cáncer al agua, Aries al fuego
y Libra al aire, entre otras relaciones que tienen que ver
con el cuaternario.
Para
la explicación y las variadas correspondencias con la simbólica
de las dos puertas zodiacales ubicadas al norte y al sur,
es decir, referidas a los solsticios, podría ser adecuado
retomar algunos planteamientos de la obra de René Guénon
y que están estrechamente vinculados a la entrada y salida
del Templo, denominándose en varias doctrinas respectivamente
como “la puerta de los hombres” y “la puerta de los dioses”.
La primera corresponde, como hemos ya dicho, al solsticio
de verano y al signo de Cáncer, en tanto, que la segunda
será la del solsticio de invierno y del signo de Capricornio.
En el simbolismo constructivo se les vincula, respectivamente,
con la puerta del templo y la apertura situada en la cúpula
donde se coloca la piedra de toque, forzosamente desde afuera
del templo.
Retomando
el simbolismo astrológico, el ciclo anual podemos ver se
“divide” en dos mitades: una etapa descendente y otra ascendente,
en la primera el sol va hacia el norte, se encamina hacia
el solsticio de invierno y en la segunda el sol va hacia
el sur, o sea, rumbo al solsticio de verano. En la tradición
hindú la fase ascendente se relaciona con el deva-yâna (vía
de los dioses) y la descendente con el pitr-yâna (vía de
los padres o antepasados).
El
solsticio de invierno será, por tanto, el polo norte y el
solsticio de verano el polo sur, marcando la línea vertical
de la rueda en donde al sur le corresponde el mediodía y
al norte la medianoche. De ahí el sentido esotérico de que
los trabajos iniciáticos comiencen a mediodía y cierren
a medianoche, es el lapso para realizar el ritual, saliendo
uno del tiempo lineal, uniforme y plano del mundo profano
e ingresando a otro tiempo en el que todo se hace de acuerdo
al rito y, por ende, al símbolo.
Los
dos solsticios marcan, entonces, la división del ciclo anual
en dos mitades, una ascendente y otra descendente, que reflejan
de alguna manera la ley universal aplicable a todo lo existente,
el yin y el yang, sístole y diástole, masculino y femenino,
positivo y negativo. Pero también los dos puntos en los
cuales se “suspende” el movimiento y por lo tanto el tiempo.
Estas
dos puertas solsticiales están vinculadas al simbolismo
de Jano. Jano es el ianitor
(portero) que abre y cierra las puertas (ianuae)
del ciclo anual, con las llaves que son uno de sus principales
atributos, la llave como simbolismo axial que lo conecta
a Jano con la parte Suprema. Sus dos rostros se consideran
como la representación del pasado y el porvenir, sin embargo,
entre el pasado que ya no es y el porvenir que no es aún,
el verdadero rostro de Jano es aquel que mira el presente,
el instante permanentemente frente a nuestros ojos o realidad,
que es verdaderamente lo único que nos conforma. En efecto,
ese tercer rostro, es invisible porque el presente, en la
manifestación temporal, no constituye sino un inaprehensible
instante, aunque, nos recuerda Guénon, “cuando el ser se
eleva por sobre las condiciones de esta manifestación transitoria
y contingente, el presente contiene, al contrario, toda
realidad.” A Jano se le conoce también como “el Señor del
triple tiempo”.
Este
tercer rostro de Jano corresponde, en otro simbolismo, el
de la tradición hindú, al ojo frontal de Shiva, invisible
también, ojo que figura “el sentido de eternidad”. Jano
() ha dado su nombre al mes de enero (), que es aquel con el que abre el año (solsticio de invierno).
Jano “Señor del triple tiempo” (atributo igualmente asignado
a Shiva), es también, el “Señor de las dos vías”, esas dos
vías, de derecha y de izquierda (que los pitagóricos representan
con la letra Y -Épsilon-) y que son idénticas al deva-yâna
y al pitr-yâna; y que aquí igualmente, habrá que mencionar,
hay una tercera vía no visible que se relaciona precisamente
con el tercer rostro de Jano.
Jano era el dios de la iniciación
y presidía los Collegia
Fabrorum, escuela iniciática vinculada con el ejercicio
de las artesanías. Jano era un antiguo dios asirio-babilónico,
que para los romanos, precedía todo nacimiento ya sea de
los hombres, del cosmos o de las acciones ha emprenderse.
Lleva consigo dos llaves y por ello se le relaciona con
una deidad de aperturas o de inicios, en el cristianismo
las fiestas solsticiales de Jano se han convertido en las
de los dos San Juan y estas se celebran siempre en las mismas
épocas, es decir, en las postrimerías de los solsticios
de invierno y de verano, las llaves de Jano, en la simbólica
cristiana, abren y cierran el “Reino de los cielos” y el
de la tierra, una llave es de oro y la otra es de plata.
En
la sucesión de los antiguos Collegia Fabrorum, igualmente es Guénon al que nos remitimos, se transmitió
regularmente a las corporaciones que, a través de todo el
medioevo, mantuvieron el mismo carácter iniciático y en
especial a la de los constructores. La masonería ha conservado
como uno de los testimonios más explícitos de su origen
las fiestas solsticiales consagradas a los dos San Juan,
después de haberlo estado a los dos rostros de Jano. Estos
rostros que marcan ciclos y tiempos específicos señalan,
en su lado izquierdo el pasado, quizás recordando que en
una primera etapa los iniciados deben de tomar conciencia
de lo que se requiere cambiar u operar en la construcción
de su templo interno. En tanto que el lado derecho corresponde
al porvenir y tal vez, hable, entre otras cosas, de lo que
está por saberse y aprehenderse.
Estas
fiestas que se han celebrado por variadas culturas y pueblos
se sitúan en realidad un poco después de la fecha exacta
de los solsticios, una vez que el descenso y el ascenso
han comenzado; a esto corresponde, en el simbolismo védico,
el hecho de que las puertas del Pitr-loka (de los antepasados)
y el Deva-loka (de los dioses), se consideren situadas,
respectivamente, hacia el sudoeste y el nordeste. Podría
decirse, comenta Guénon, con mayor precisión, que “la puerta
de los dioses” está situada al norte y vuelta hacia el este
y que “la puerta de los hombres” está situada al sur y vuelta
hacia el oeste.
Ahora
bien, el doble sentido del nombre mismo de Juan es interesante
y probablemente relevante para otros: el nombre Yehohanán,
puede significar “misericordia de Dios” y también “alabanza
de Dios”. El primer concepto se ha vinculado a San Juan
Bautista, en tanto que el segundo se le ha designado más
frecuentemente a San Juan Evangelista. La misericordia es
atributo descendente en tanto que la alabanza requiere de
un esfuerzo ascendente. Al Bautista, en la masonería, nos
comentan los siete maestros masones en su libro, se le relaciona
con la escuadra y el nivel, herramientas indispensables
para que la base del edificio a construir este perfectamente
allanada y encuadrada, sea esta imagen perfecta del trabajo
que nosotros como aprendices hemos de realizar, es decir,
la rectificación que cada uno debe ejercer consigo mismo.
En tanto al Evangelista, “el águila de Dios” y “el discípulo
bien amado” se le considera el apóstol que da testimonio
de la luz –del conocimiento– y por ende se le encarga bautizar
con el fuego del espíritu. La masonería, nos seguimos refiriendo
al mismo libro, le asigna la perpendicular y el compás,
y con esto, la posibilidad de trazarnos como instrumentos
tales que enlacemos con el eje vertical que va del centro
del templo hasta su sumidad más alta donde reside la clave
de bóveda.
Hay
un símbolo en la masonería (en particular en la anglosajona)
que es un círculo entre dos tangentes paralelas, estas tangentes,
entre otros significados, representan a los dos San Juan.
Estas líneas o marcas, también señalan un límite al ir y
venir del sol, son los dos solsticios que nos indican que
el sol no puede sobrepasar su curso anual, y también, pueda
ser, nos remita al signo correspondiente y al recordatorio
que al estar entre columnas no hay que sobrepasarlas. También
se le ha dado a estas líneas una relación con las dos columnas
del árbol sefirótico y, en su carácter exotérico, se le
puede ver como las “columnas de Hércules”, ya que es un
héroe solar sosteniendo los dos pilares. Existe una divisa,
de nuevo Guénon, que nos dice non plus ultra y que
está referida a estas columnas y que, no solamente, expresa
o señala los límites del mundo “conocido”.
Como
hemos comentado a Jano se le puede observar como el “Señor
de la
Eternidad”, que probablemente sea uno de
sus aspectos más importantes, esto se relaciona con el principio
(alfa) y con el fin (omega) de todas las cosas y esto, nos
pueda remitir, al evangelio de San Juan que inicia con estas
palabras: “En el principio era ya el Verbo, y el Verbo estaba
en Dios y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en
Dios. Por él fueron hechas todas las cosas: y sin él no
se ha hecho cosa alguna de cuantas han sido hechas, en él
estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres: Y esta
luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas
no la han recibido” (I, 1-5). O bien la referencia a Cristo
como el principio
y el fin de todas las cosas, el alfa y el omega. Jano es
igualmente “el Señor de las dos vías” por consecuencia inmediata
de su carácter de “Señor de Conocimiento”, lo que nos remite
de nuevo a la idea de la iniciación de los misterios. Initiatio, nos recuerda Guénon, deriva
de in-ire “entrar”,
lo que se vincula igualmente con el simbolismo de la puerta
y con Jano (Ianus) que contienen la misma raíz que el verbo ire, “ir”; esta raíz se encuentra en sánscrito
con el mismo sentido que en latín, es la palabra yâna, “vía”, cuya forma esta próxima a la del nombre Ianus, y que
faculta la iniciación, initiatio;
en el extremo oriente la palabra Tao significa vía, y sirve
para designar al Principio Supremo.
Hombre de
Mercurio
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