Sobre la predisposición natural del hombre para la filosofía

Frater Faber Dardănǐus

 (A partir de la lectura de Gadamer, H.G. en Universitas, Revista alemana de letras, ciencia y arte, v. X, n. 2, septiembre 1972.)


“Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber”
Aristóteles

Vivimos tiempos vertiginosos, y efectivamente pareciese que el ser humano no tiene tiempo “libre” para filosofar, donde lo único que le importa es la adquisición de bienes. Incluso acumulación de datos y de teorías para quién sabe qué.

Si bien es una constante, afortunadamente no es generalizada. Nuestro deseo de saber y conocer nos mantiene en contacto con las musas y con las cuestiones básicas de todos los tiempos: ¿de dónde vengo?, ¿quién soy?, ¿a dónde voy? Preguntas que permanecen vivas y actuales. ¿O en verdad creemos qué dedicarse a estos temas es la resulta de una evasión a un mundo que arroga datos y falsos sueños?, estadísticas sin sentido y políticas manipuladoras disfrazadas de democracias.

Creemos que no, incluso sostenemos que el plano de las ideas es el sustento de toda civilización. Las ideas y su amor por la sabiduría son instrumentos constructores que logran dar un fundamento a la humanidad. En estos tiempos de desolación y desencanto por las religiones, básicamente por el desempeño pésimo de los oficios y de quienes las encabezan, es necesario tener un sólido fundamento y amor por la verdadera filosofía, desde siempre conocida pero actualmente casi olvidada, desconocida, diríamos.

El hombre necesita creer en algo, mantenerse viva cada mañana para entonces salir del mundo de las sombras que ya desde los tiempos de Platón eran una preocupación para los filósofos, ¿cómo decirle a mi semejante que la vida no es sólo comercio y negocio?, ¿cómo compartir con él la luz que está más allá de la caverna?

No obstante una cosa es el plano de la realidad, donde se da la búsqueda del hombre por ese saber, y muy otro el que recibe el nombre de metafísica. Podemos comprender que autores como Gadamer cuestionen los planteamientos racionalistas en que ha caído la humanidad y sus “discursos oficiales” para tratar de entender lo que nos “circunda y penetra”, por decirlo de alguna manera.

Desafortunadamente no vemos cómo poder salvar este dilema desde el discurso mismo que se critica, ya que el origen de tal problema viene de antiguo… muy antiguo. En otras palabras afirmamos que no es tan sencillo y con un método cualquiera que se podrá solventar la situación provocada por el alejamiento de la humanidad de sus orígenes y de la auténtica Filosofía, y por ende del consabido caos en el que se encuentra actualmente. Situación provocada incluso muchas veces en nombre de la ciencia y otras en nombre de dios (así con minúsculas).

Dice Gadamer que Platón entendía por filosofar “el afán constante, aunque siempre incumplido, por la verdad, mientras que el saber era algo que quedaba reservado a los dioses” (p. 371). Agregamos que esto es debido, dice Platón, por el olvido del hombre de su origen; por eso los dioses no tienen necesidad de recordar, porque saben y están en permanente estado de recuerdo de su origen pero nosotros, hombres mortales, podemos acceder a todo el tesoro con este cuerpo. Esos númenes, pasajeros dioses menores que no son sino atributos de una esencia, viven el presente constantemente en tanto el hombre ha olvidado de dónde venía, quién era y hacia dónde se dirigía. Aún así el saber está a disposición de la humanidad.

El mito o la mitología no ha muerto, menos aún la metafísica, lo que aparentemente ha muerto es esa relación o conexión del hombre (en general) para comprender y entender el mito y el cómo poder acceder a lo metafísico. Desde tiempos platónicos era el mito utilizado por los sabios como vehiculo educador y formador de los hombres, un elemento (entre otros) para provocar el asombro (thaumazein) y por ende acercarse al deseo de filosofar. Los números eran otro elemento que más adelante ayudaban a los iniciados para que comprendieran los misterios del Cosmos, al igual que otro maravilloso vehículo que nosotros preferimos llamar la alquimia espiritual, para diferenciarle en estos tiempos del burdo ejercicio de los sopladores.

“Que nadie entre aquí si no es Geometra” rezaba el frontispicio de la academia de Platón. Entendiendo por este concepto a un iniciado en las medidas y proporciones, los números y por ende en los símbolos. Todos estos esfuerzos de largo aprendizaje para llegar a la contemplación, que es la máxima acción a la que el ser puede aspirar. Es “la sabiduría suprema sobre todas las ciencias” (p. 374).

Y era la télétê esa perfección iniciática, incluso Jesús recurre al concepto de téleios para exhortar a sus discípulos a ser “perfectos como vuestro Padre que está en los cielos.”  Donde esta perfección confiere un arte que está lejos de credos, dogmas o una mera confesión. Más bien nos invita a la constante reflexión y dilucidación de nuestros propios paradigmas y de las ideas preconcebidas: saber no es creer o suponer. Aunque, también estemos atentos, y no querer resolver con sencillas fórmulas los misterios del universo.

La Verdad con mayúsculas, resulta inexpresable, no hay fórmulas para su comprensión ni formas sencillas o metódicas que lo resuelvan. Es como pretender ir a un “curso” con la exigencia en la mano de un marco teórico y un programa, pretendiendo con esto que se nos explique los misterios de la metafísica. Eso implica que no hemos comprendido absolutamente nada.

Los pitagóricos, que por cierto no han desaparecido de la faz de la tierra, concibieron la palabra cosmos para indicar la belleza del universo, reconociendo una cualidad en la unidad, un orden, un número y una proporción. Y así con las cuatro artes pitagóricas (el cuadrivium) intentar develar los misterios de ese cosmos. Dante decía sobre la ciencia de los números que así “como de la luz del Sol todas las estrellas se iluminan, así de la luz de la aritmética se iluminan todas las ciencias.” Nótese que lo dice un poeta e iniciado, también en la Biblia nos encontramos una referencia a la Belleza de la divina proporción, ya que nos dice que Dios creo todo en número y medida. Y sólo como dato curioso anotaremos para todos aquellos hombres de ciencia que Einstein (creyente por lo demás) fue el que afirmó –al final de sus días– que la ciencia moderna debía de regresar al pitagorismo.

Es imprescindible y muy importante comprender bien los conceptos no únicamente como si fuesen palabras muertas o para el uso “común”. Tradición no debe de ser entendida como sinónimo de usos y costumbres, de viejo, vetusto o caduco. Y es que Gadamer así lo asume (p. 377) y basta sólo ver su raíz para comprender que en esa palabra se encierra la clave de todo lo que queremos expresar. Es la transmisión de un saber.

El uso correcto de este concepto arrojaría puntos importantes a desarrollar en los planteamientos de este autor, ya que su intención es enfocarse en “una hermenéutica” como método filosófico. Es bien cierto que este “método” ha tenido variados expositores en el siglo XX, recordamos en este instante a Hans Küng (con similares tipos de errores), no obstante parece ser que a todo mundo se la ha olvidado por pudor o por una supuesta prudencia científica recordar el origen antiquísimo de esta palabra. Hermenéutica no viene de otro lado que del nombre de Hermes y por ende del hermetismo.

Por supuesto que coincidimos en varias críticas y afirmaciones de este autor: “vivimos dentro de una autoalienación continuamente creciente [que radica] en la dependencia de la humanidad respecto de esto que hemos erigido como civilización en torno nuestro.” (p. 378).

Igualmente aplaudimos la crítica a la ciencia racionalista y metódica, analista y clasificadora. Y creemos junto con él, y Aristóteles, que “la predisposición natural del hombre para la filosofía, o sea, para el afán de saber, prevalece.” (p. 378). Sin duda la ciencia desde entonces ha decidido recorrer nuevos senderos, ¿será que algún día ocurra algo generalizado en ese campo que ha recibido el nombre de científico y que decidan bajarse de su auto pedestal que se han levantado a lo largo de los siglos y acepten otros discursos muy distintos al establecido por la ciencia?, ¿Que acepten con verdadera humildad que no es la ciencia el único “método” válido para acercarse a los misterios del universo, y es más, que sea muy probable se queden muy cortos junto a otros discursos y en ciertas áreas del conocimiento?

Sí eso llegase a ocurrir sería para bien, finalmente, de la humanidad y de la verdadera Filosofía. O en pocas palabras para los destinos del hombre y su intento por recordar y responder en un solo “concepto” las tres preguntas básicas de todos los tiempos. Esto implicaría por ende: recordar y saber.

 

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