La ilustración:
¿Un periodo de emancipación o los nuevos patricios al poder?
Frater Faber Dardănǐus

 

 

 Introducción
Este escrito pretende abordar la ilustración como un movimiento que si bien dejó atrás un poder, el de la monarquía, trajo consigo no la liberación o emancipación de toda una sociedad o país, como a veces se nos pretende creer. Muy por el contrario, al núcleo plenamente “liberado” en las postrimerías de este periodo se le ha llamado burguesía y es este el que acaso alcanzó ciertos privilegios.

La burguesía efectivamente se emancipó de la monarquía y de la aristocracia, ocupando el control sobre los aparatos políticos y económicos, amén de todas las concesiones y bondades que pudo haber traído esta época, como cualquier otra. En este escrito antepondremos una mirada más bien crítica a dicho periodo, para ello nos basaremos en tres artículos de Ulrich Hof, “Emancipación: la liberación de las viejas cadenas”, “La radicalización de la Ilustración y la reacción” y “El camino hacia el siglo XIX” de su libro La Europa de la Ilustración. [Ulrich Hof. La Europa de la Ilustración, (traducción de Bettina Blanch). Crítica, Barcelona, 1993].

En este sentido nos referiremos a la radicalización de la ilustración de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando este movimiento se dividió pasando pretendidamente de una emancipación hacia una nueva forma de control político y sobre todo económico, logrando imponer nuevas, invisibles y briosas cadenas.

Desarrollo del tema
Emancipar del latín emancipāre, es el acto de liberarse de una tutela, cualquiera que esta sea, salir de una sujeción, y no sólo la del poder patriarcal como refiere Hof. Aunque él da como referencia el significado de la palabra desde el punto de vista del derecho romano.

Aquí la situación es que se emancipa la mayoría del núcleo de la sociedad de un cierto control para caer en otro, ya que dada la condición del terreno político, donde se ejerce una coerción legítima, [Max Weber. Economía y sociedad. FCE, México, 1980. Variadas páginas] y donde por ende quien sustente esa legitimidad que otorga el control del estado, tendrá la posibilidad de llevar a cabo dicha acción de control más o menos reconocido o aceptado por todos sus miembros a cambio de ciertas garantías y un orden.

Esto fue lo que ocurrió ante el movimiento de la ilustración, el poder se les arrebató a la monarquía y a la nobleza, para transformarse inmediatamente en un poder comercial y materialista que encabezó la burguesía. “La burguesía se emancipó ante todo de las monarquías, en cuyo seno reclamaba la igualdad respecto a la privilegiada nobleza.” (U. Hof, p. 199).

Sin embargo el advenimiento de los nuevos “patricios” no sería tan evidente en este primer momento en donde acontece el surgimiento del nacionalismo y el florecimiento del capitalismo, las pretendidas libertades e igualdades se enfocarían paulatinamente hacía el privilegió de la nueva clase en el poder. Ciertamente “la burguesía ya no deseaba poseer títulos nobiliarios” (U. Hof, p. 200) sino que estaba en pos de otros “títulos” de muy variados y distintos pesos.

La supuesta igualdad de derechos fue sólo eso, se mantuvo en el papel y los ideales, pero una verdadera emancipación con efecto general no rebasó la línea de la ilusión y de la nueva propaganda. Es indudable que se obtuvieron ciertos cambios políticos y sociales que no se tenían antes: la educación masiva, el derecho de voto mediante el cual se elegía (en una terna siempre limitada) a ciertos gobernantes más o menos de la misma calaña (como hoy día continua sucediendo), así como mayores oportunidades laborales aunque que nunca ha dejado la servidumbre.

Esto, no obstante y a la larga, no garantizó la supuesta liberación ni la pretendida igualdad de “toda la humanidad”, como los mismísimos ilustrados pretendían y juraban que se alcanzaría tarde o temprano. La desigualdad económica y cultural entre las regiones crecería como nunca antes lo habíamos conocido. El “brinco cuántico” entre Europa y África, por ejemplo, marcaría un terreno fértil para la lamentable explotación y el colonialismo “civilizado” en donde podían entrar todos los “productos” del recién continente hallado, incluyendo al hombre mismo vendido como esclavo. Efectivamente, todo este “progreso” se basó en la esclavitud, y a todo el mundo parece que se la ha olvidado este capítulo y que le tocó vivir no exclusivamente a África.

Si bien “La Ilustración reconoció el problema de los pobres o, mejor dicho, de la clase inferior [más adelante]. Todos los países no sólo los industrializados, eran concientes de que debían combatir la pobreza.” (Hof, p. 201). Este continúa siendo una de las mayores lacras de la humanidad, es indudable que la situación de la pobreza y sus nefastas consecuencias, no se ha resuelto. Lo cierto es que la pasada Reforma protestante –de factura tan reciente– empezó a rendir sus frutos en este periodo, el acoplamiento entre la formación de capitales y el progreso tecnológico a ultranza fue evidente y al parecer esto formó una atmósfera propicia para el proceso del llamado y autoproclamado “siglo de las luces.”

Anotemos una simple muestra: ante la pretendida idea del “desarrollo económico” –al cual a veces los autores de la época tratarían con sumo respeto, casi como si fuese un ente propio– en fin, que esta vorágine del pretendido desarrollo cundió por toda Europa, para muestra recordemos que se empezaron a eliminar de diversos calendarios de las nuevas naciones, el “exceso” de días festivos. El lema favorito era la productividad versus el ocio (sigue siéndolo sobre todo si los círculos del poder lo aplican para los demás y no para ellos mismos). La práctica de la limosna (Cristiana) fue objeto de severas críticas encabezadas desde el punto de vista protestante que alegaba que no había “productividad” en dichas personas que las recibían. Se comenzó a “recluir a los vagos en prisiones y someterlos a trabajos forzados”, los pobres estaban confinados a asilos sin derecho a poder casarse. Continuamos citando el libro de Ulrich Hof.

La industria y todo lo que esto conlleva se convirtió en una excelente opción de éxito económico y personal, es decir muy de la mano con la ética protestante. La inteligencia y el ingenio dedicados a la construcción de maquinarias fue privilegiado, casi todo se avocó al “desarrollo de las ideas” siempre y cuando estas fueran en pos de la “productividad”. La nueva y moderna cacería de brujas no se hizo esperar. El desarrollo material empezó a ocupar buena parte de las capas de la vida, Occidente cosechaba lo que fue plantado durante el Renacimiento, la ilustración “disfrutaba” de los frutos del individualismo y del alejamiento de lo sacro.


Es aquí donde deseamos detenernos, ya que nos parece que el autor que venimos comentando es sumamente benevolente con dicho periodo. A nuestra manera de entender negar todo conocimiento suprarracional y privilegiar únicamente la apertura del camino del positivismo y del agnosticismo, dio como resultado este mundo tan tremendamente materialista, escéptico y consumista como en el que vivimos hoy en día y el cual tiene todo su arraigo, y hasta cierto punto su origen, en la época de la pretendida “Ilustración” aunque comenzó desde más atrás. Además de autoproclamarse, humildemente, el “siglo de las luces” o bien la época “iluminista” o de la “ilustración”, hicieron de la razón su esclava llamándole “era de la razón.”

El nombre mismo auto otorgado del periodo no deja de ser una paradoja, y evidentemente opuesto al conocido nombre de la edad media o “edad oscura”. No cabe duda que la historia la escriben los vencedores. La gran fuerza desmedida que se le dio a la razón utilitaria pasó a negar otras opciones de civilizaciones distintas a este modelo, viéndolas incluso como incivilizadas, atrasadas y caducas; donde posteriormente la colonia y el imperialismo tendrían un campo fértil de acción para su expansión. No le demos demasiadas vueltas al asunto, se levantó como una corriente excluyente.

Como vemos estas ideas de “civilización” y “progreso” son muy recientes y no, como parece ser a veces, una idea de orden universal o eterno. En este periodo comienza a funcionar una de las ideas más terroríficas de la modernidad: la idea de la “opinión pública.” Ese monstruo de mil cabezas sin forma que dio pie a la manipulación descarada de los supuestos “dirigentes” de esa supuesta opinión. La manipulación y sugestión colectiva operarían como verdaderos domadores de almas. Como un acto de verdadera magia negra.

Y es que en el fondo, esa creencia –que casi dogma– que se tiene en el progreso material indefinido no es sino la más manipuladora y grosera de todas las formas de un pretendido “optimismo” que por lo demás será una carga sentimental bañada con los nacionalismos y juegos patrióticos y que se pusieron muy de moda en esta época llegando hasta nuestros días.

Todo ello nos arroja a un mundo sinsentido, y efectivamente podemos dar las gracias a la ilustración de tan tremendo regalo. Tan es así que al Occidente (léase actualmente todo el mundo, basta con ver como China y la India han caído en sus garras, ofreciendo un triste espectáculo) le es difícil suponer que puedan existir otras formas de pensar y que cuando las llegan a encontrar las tachan de extravagantes y pura idolatrías. Las grandes potencias confundieron el temor de todos los pueblos con una supuesta admiración y obediencia.

El mundo de la pretendida Ilustración se comenzó a dispersar en los detalles debido a la multiplicidad indefinida de acontecimientos y conocimientos fragmentarios, perdiéndose en los innumerables hechos y en las nuevas formas de las maquinarias. El análisis sustituyó otras formas posibles de discernimientos. La pretendida ciencia fue cada vez más esclava del comercio y la ganancia. Y es que sinceramente estas invenciones despertaron un delirio de entusiasmo, el “sentido de lo sacro-humano”, si se nos permite la expresión, fue sustituido por el “sentido de la máquina-hombre.”

A esto le debemos sumar la instrucción obligatoria arraigada en la idea de progreso (análisis) y el nacionalismo (sentimentalismo manipulatorio), para tener como resultado, efectivamente y como dice René Guénon, la obligación a un saber ignorante. La pretendida igualdad, uniformada de acuerdo al ritmo de la venta y el progreso materialista, se acopló a una necesidad de la gente para “comprar” una identidad y sentido de la vida. La mentalidad se uniformó, y con ello se destruyó buena parte esencial del ser humano. Occidente se encerró, y con el la humanidad toda, en la apuesta del “progreso” y el “enriquecimiento” como “altas” premisas de la vida.

En todo este proceso de terrible cambio de mentalidad y de radicalización de una tendencia mediática de la vida se alteraron varios apartados del conjunto de la sociedad. Por supuesto que uno de ellos fue el orden gremial, donde se introdujeron modificaciones, con la idea básicamente de minar el antiguo sentido de los gremios, ajustando y creando otros, copiándoles algunas formas, pero sobre todo adaptándolos a las nuevas empresas. Anotamos de una vez que resulta cuando menos curioso leer en este autor el término de “emancipación espiritual” estos dos conceptos reunidos, en sentido estricto, son una clara contradicción. El espíritu no puede liberarse pues de suyo que no lo necesita, aunque la idea que desea comunicar el autor se pueda deducir o entender, pero este es un uso demasiado libre de los términos y de su correcta utilización. Y por otro lado le dedica unos cuantos párrafos a la “sociedad secreta” de los Iluminados, este tema nos desviaría por mucho para tratarlo como se debe, sólo anotaremos que los intereses de Weishaupt y von Knigge fueron desconocidos por la gran mayoría de los miembros participantes. Además de que es claro que ignora la diferencia entre una organización iniciática, una política y otra de beneficencia.

Continuando con nuestro tópico, y efectivamente como dice Hof, aunque sin sospechar el sentido profundo de su frase “la Ilustración ponía en tela de juicio gran cantidad de valores tradicionales. La fría luz de la razón desveló todo aquello que la ortodoxia había ocultado, penetró en las antiguas formas de autoridad…” (p. 216).

Y así, se pensó que todo lo que tuviese que ver con lo sacro era de un orden meramente institucional, se confundió el aparato eclesial con todo lo que tuviese que ver con el espíritu. Así entonces, insistimos, se condenó a la iglesia suponiéndose que con esto se eliminaba la esencia. Se atacaron los mitos y las leyendas con una ferocidad y cerrazón dignas de la santa inquisición, se quemaron libros (literalmente) escritos en este tenor, en tanto la palabra escrita –pero únicamente con datos científicos “comprobables”– se convirtió en ley y única referencia para escribir la “verdadera historia”, los relatos orales por ende comenzaron a desdeñarse y estos se fueron ocultando poco a poco. “El pensamiento racional se había impuesto en todos los ámbitos. El mundo había salido de la Edad Media. Todo aquello que no era ilustrado era objeto de un arrogante desprecio.” (p. 218).

En Portugal, por ejemplo, ¡y en pleno siglo XVIII (1761)!, se quemó en la hoguera al padre jesuita Malagrida supuestamente por atentar contra el rey de la ilustración, José I. El ministro José de Carvalho e Mello, marqués de Pombal ejecutó la sentencia: “Así pues, la última hoguera de Portugal queda vinculada al nombre de un ministro que se consideraba partidario de la Ilustración.” (p. 220).

La “santa” ilustración se convirtió en el nuevo dogma institucional y bandera de Estado, en una tiranía absolutista disfrazada de supuesta promesa de “libertad y progreso”, y como menciona Hof, “se hizo necesario decretar la Ilustración, que el Estado la impusiera en aras del bien de la atrasada población.” (p. 219), Federico II es un buen ejemplo de esto que acabamos de mencionar.

La construcción de carreteras, el impulso de la industria o la nueva estructura administrativa del Estado, todo ello se hizo en aras del comercio. Todo cambio significativo estaba, en el fondo, ligado a una idea de la ganancia y la “productividad”; los conventos, monasterios y estudios humanísticos, es decir todo aquello que reflejara un estado de meditación o al menos de no acción en pos del progreso, sufrirían las graves consecuencias:

Sólo se permitiría la existencia de aquellos que resultaran de utilidad como escuelas o explotaciones agrícolas, mientras que todas las organizaciones ‘inútiles’ deberían de desaparecer. Se aprecia aquí la total incomprensión de la Ilustración ante la meditación religiosa. Ya sólo tenían valor el trabajo y la diligencia.” (p. 221)

E igualmente se lanzarían contra las lenguas “no oficiales”, aquellas hablas que “perdieron expresión” ante la tutela de los nuevos patricios que gobernaban y controlaban absolutamente todo: el Estado, las fábricas, la educación, la “opinión pública”, el comercio, las costumbres y la moral, incluso la lengua y la forma de cómo se debía de escribir “correctamente”, recitar y hablar “con propiedad” (nacen las Academias). Entonces ¿Dónde están los dogmas actualmente?

En pocas palabras estos jóvenes patricios controlaban (controlan) las conciencias de los supuestos ciudadanos libres. “La Ilustración radical sólo veía en el mundo no ilustrado error, superstición, tinieblas y barbarie. Pero a muchos empezó a resultarles difícil percibir un beneficioso calor solar en la Ilustración,” (p. 223). Nace así el necesario y urgente Romanticismo que encabeza una burla a todo el sistema de creencias arraigado en la época, creando juego de espejos a partir de sus monstruos por excelencia: Frankestein y Drácula.

La fría y dura “luz”: “exacta” y “matemática” de la ilustración se ve cuestionada. Surge un entusiasmo por la naturaleza y la armonía. El movimiento romántico observa nuevamente a Dios, sin embargo este bien podría ser tema para otro estudio, pues a la postre el Romanticismo se mantendrá como un movimiento alterno y hasta cierto punto marginado.

Ya lo decíamos, la historia la escriben los vencedores: la ilustración y posteriormente su hijo, el positivismo, formarían el reinado que se ha tornado en el trono malverso y antitradicional en pos de la mayor ilusión que ha conocido la humanidad: el progreso manipulador de los grandes medios de “comunicación” que visten el traje de cordero de la supuesta “democratización, libertad e igualdad” de la sociedad.

 

A manera de conclusiones
La servidumbre no fue abolida, sólo cambió de fachada. La supuesta emancipación e igualdad es bandera de uso político que no representa la realidad, más bien la oculta.

Es un absurdo hablar de “emancipación espiritual” ahí donde no hay posibilidad de sujeción. Lo que puede llegarse a emancipar en este caso es el hombre de su profunda ignorancia de las cosas.

La “Ilustración” no fue tal sino sólo provecho para la clase que tomaría el control del nuevo Estado con tintes sentimentaloides y nacionalistas, discurso que le ha servido hasta nuestros días.

La idea de nación se presenta como una ilusión provocada por el proceso de la ilustración. Esta idea al parecer, resultará más eficaz políticamente hablando, que la operatividad que en su momento obtuvo la monarquía.

El próximo punto es ver como logran sortear el supuesto proceso de “globalización” versus nacionalismos, en donde el primero arraiga ideas de una supuesta “universalidad”, en tanto el segundo se avoca por definición a referencias claramente encerradas en ideas regionales. Aunque por aquí, ciertamente, no acontecerá el debacle.

El absolutismo ilustrado y posteriormente el positivismo, sentaron las bases para el racionalismo a ultranza como sustento de un supuesto conocimiento especializado y que no ha hecho otra cosa sino hacer a un lado a todo el conocimiento vinculado a un saber tradicional, suprahumano y por ende sagrado.

El progreso se auto-presentó como algo continuo e indefinido, y supuestamente en aras de la humanidad. Hoy día podemos percatarnos que dicho proyecto era sólo una falacia, moneda de uso de la nueva clase en el poder.

Los nuevos patricios se sentaron a sus anchas en un trono desgastado pero que iban muy bien a cubrir de dorado y falsas promesas sin que casi nadie los cuestionara.

 

 


 

Bibliografía

 

  • Domínguez Ortiz, Antonio. Las claves del despotismo ilustrado. Editorial Planeta. Barcelona, España, 1990.
  • Guénon, René. Oriente y Occidente. Eudeba, Buenos Aires, 1992.
  • ___________. La crisis del mundo moderno. Obelisco, Barcelona, 1988.
  • Hof, Ulrich. La Europa de la Ilustración, (traducción de Bettina Blanch). Crítica, Barcelona, 1993, pp. 199-240.
  • Ruiz Torres, Pedro. La época de la razón. Volumen 9, Editorial Planeta. Barcelona, España, 1994.
  • Weber, Max. Economía y sociedad. FCE, México, 1980.
  • __________. La ética protestante. Alianza Forma, Madrid, 1982.

Versiones telemáticas

  • www.artehistoria.com
  • www.wikipedia.org

 

 

 

 

 

 

 

 

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