CONCEPCIONES CIENTÍFICAS E IDEAL MASÓNICO 1

RenÉ GuÉnon

 

Véase nuestra presentación para esta y otra traducción, en el documento del mismo autor: “Algunos documentos inéditos sobre la Orden de los Elegidos Cohen”, ubicado en la sección “Artículos”.

 

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En el artículo primero de la Constitución del Gran Oriente de Francia, está escrito que “la Francmasonería, considerando las concepciones metafísicas como siendo del dominio exclusivo de la apreciación individual de sus miembros, se rehúsa a toda afirmación dogmática.” Que una declaración similar pueda tener excelentes resultados prácticos, no lo dudamos; pero, bajo un punto de vista un poco menos contingente que éste, comprenderíamos menos lo que se ha considerado de tal modo como “apreciaciones individuales”, es decir, no incluiríamos ahí las “concepciones metafísicas”, sino más bien las concepciones religiosas y filosóficas, así mismo las científicas y sociales, como dependientes exclusivamente de la apreciación individual. Esa sería en tal declaración la aplicación más exacta de los principios de la “tolerancia mutua” y de la “libertad de conciencia” en virtud de las cuales “la Francmasonería no admite entre sus adeptos ninguna distinción de creencia u opinión”, según los términos de la Constitución de la Gran Logia de Francia.

Creencias religiosas o filosóficas, opiniones científicas o sociales, la Masonería, si es fiel a sus principios, debe respetarlas a todas igualmente, sean cuales sean, con la única condición de que sean sinceras. Dogmatismo religioso o dogmatismo científico, ninguno le va mejor que el otro; y es perfectamente cierto, por otro lado, que el espíritu masónico excluye necesariamente todo dogmatismo, aunque fuese “racionalista”, y esto en razón misma del carácter particular de la enseñanza simbólica e iniciática.2 Pero, ¿qué relación puede tener la Metafísica con una afirmación dogmática cualquiera? Nosotros no vemos ninguna relación, y, sobre este punto, vamos a insistir un poco.

En efecto, ¿qué es el dogmatismo, de una manera general, si no la tendencia de origen puramente sentimental y bien humano, de presentar como verdades incontestables sus propias concepciones individuales (que se tratan, por lo demás, de un hombre o de una colectividad), junto con todos los elementos relativos e inciertos que conllevan inevitablemente? De lo anterior, a pretender imponer a otros estas susodichas verdades, no hay más que un paso, y la historia nos muestra bastamente cuán fácil es franquear ese paso; sin embargo, tales concepciones, por su carácter relativo e hipotético, y por lo tanto ilusorio en buena medida, no pueden constituir nunca más que “creencias” u “opiniones”, y nada más.

Puestas las cosas así, se vuelve evidente que la metafísica no puede ser una cuestión de dogmatismo o no se podría tener en ella la certidumbre, a exclusión de toda hipótesis, así como de todas las consideraciones de orden sentimental, que tienden muy seguido, y siempre mal a propósito, a invadir sobre el terreno intelectual. Tal es la certeza matemática, que no deja ningún lugar a la “creencia” o a la “opinión”, y que es perfectamente independiente de todas las contingencias individuales; esto, seguramente nadie soñará con discutirlo, y los positivistas mucho menos que los otros. Pero, ¿hay en todo el ámbito científico, aparte de las matemáticas puras, la menor posibilidad para la misma certidumbre? Pensamos que no, pero eso importa poco para nosotros pues, a despecho, hay para nosotros disponible todo el resto que no pertenece ya al dominio científico, y que constituye precisamente la Metafísica. En efecto, la Metafísica verdadera no es otra cosa que la reunión sintética del Conocimiento cierto e inmutable, aparte y más allá de todo lo que es contingente y variable; por consiguiente, no podemos concebir la Verdad metafísica de otra manera que como axiomática en sus principios y teoremática en sus deducciones, por lo tanto exactamente tan rigurosa como la verdad matemática, de la cual ella es el prolongamiento ilimitado. Así comprendida, la Metafísica no tiene nada que pueda ofender a los mismos positivistas, y aquellos no pueden, sin cometer un ilogismo, rehusarse a admitir que existan fuera de los límites actuales de su comprensión, verdades demostrables (y perfectamente demostradas por otros que ellos mismos), verdades que no tienen nada de común con el dogma, puesto que el carácter esencial de este último es justamente, por el contrario, la calidad de ser indemostrable, y es ésta su manera de estar fuera de, si no es que por encima, de toda discusión.

Lo anterior nos lleva a pensar que, si la Metafísica es tal como venimos explicándola, esto no debe ser lo que se quiso dar a entender por “concepciones metafísicas” no obstante así esté escrito en el texto que hemos citado al comienzo, texto que, en un artículo sobre La moral laica y científica, publicado en La Acacia (junio-julio de 1911), el H.·. A. Noailles presenta como “el certificado sin contestación posible de un punto de vista exclusivamente laico y científico de las cosas”. Desde luego, no contradiríamos al autor sobre esta afirmación, si tomara cuidado de precisar que el punto de vista debe ser exclusivamente científico para todas las cosas que dependen del dominio científico; más sin embargo sería un error querer aplicar el mismo punto de vista y el mismo método más allá de este dominio particular, a las cosas a las cuales no se les pueden aplicar de ninguna manera. Si insistimos sobre la necesidad de establecer distinciones profundas entre los diferentes dominios, donde la actividad humana se ejerce por medios muy diferentes, es porque se descuidan bastante a menudo estas distinciones fundamentales, y de esto resultan extrañas confusiones, notablemente sobre lo que concierne a la Metafísica; éstas confusiones, nos toca a nosotros disiparlas, y del mismo modo señalar las prevenciones que conllevan; y es a causa de esto que pensamos que las presentes consideraciones no serán del todo inoportunas.

Si por lo tanto, como todo parece indicar, se han denominado “concepciones metafísicas” a toda otra cosa que no es la Metafísica verdadera, no hay en eso más que un error completamente debido a la intrusión de un punto de vista materialista sobre la significación de los términos, y no queremos creer que nunca haya habido un semejante error en el pasado. Este menosprecio se explica muy sencillamente por la completa ignorancia en la cual el Occidente moderno ha caído por entero al respecto de la Metafísica; por lo tanto es bastante excusable debido a las circunstancias mismas que lo han vuelto posible, y que pueden igualmente explicar muchos otros errores interconectados con  este. Pasaremos entonces sobre este punto, y volveremos desde ahora a las distinciones de las que hemos hablado; para esto, el qué son las doctrinas religiosas, ya nos hemos explicado suficientemente al respecto,3 y, en cuanto a los sistemas filosóficos, que sean por lo demás espiritualistas o materialistas, creemos también haber dicho muy netamente lo que pensamos de ellos;4 por lo tanto no nos ocuparemos más de eso aquí y nos limitaremos a lo que concierne más particularmente a las concepciones científicas y sociales.

En el artículo del que venimos hablando, el H.·. Noailles estableció una distinción entre “las verdades de fe, que son del dominio de lo inconocible, que se puede, en tanto que tales, aceptarlas o no aceptarlas, y las verdades científicas, contribuciones sucesivas y demostrables del espíritu humano, que cada razón puede controlar, revisar y hacer suyas”. Para empezar, recordaremos que si es incontestable que hay actualmente cosas desconocidas para los individuos humanos, no podemos de ninguna manera admitir por esto que exista lo “inconocible”5 tal cual en sí mismo; para nosotros, las pretendidas “verdades de fe” no pueden ser más que simples objetos de creencia, y el hecho de aceptarlas o de rechazarlas no es, por consecuencia, más que un resultado de preferencias completamente sentimentales. En cuanto a las “verdades científicas”, son verdades bien relativas y siempre sujetas a revisión, en tanto que ellas son inducidas por la observación y por la experimentación (va sin decir que ponemos completamente aparte las verdades matemáticas, que tienen una fuente muy distinta), pensamos que tales verdades, en razón de su relatividad misma, no son demostrables más que en cierta medida, y no de una forma rigurosa y absoluta. Además, cuando la ciencia pretende salir del dominio de la experiencia estrictamente inmediata, las concepciones sistemáticas a las cuales conduce ¿están exentas de todo sentimentalismo en la base de su cimentación teórica? No lo creemos así,6 y no vemos cómo la fe en las hipótesis científicas sea más legítima en sí misma (ni por otra parte menos excusable debido a las condiciones que la produjeron) como tampoco lo es la fe en los dogmas religiosos o filosóficos.

Es que, en efecto, también existen verdaderos dogmas científicos, que no difieren apenas de los otros [religiosos y filosóficos] más que por el orden de cuestiones a los cuales se relacionan; y la Metafísica, tal como nosotros la comprendemos (y comprenderla de otra forma equivale a no comprenderla completamente), es también independiente tanto de los dogmas científicos como de los de cualquier otro tipo. Para encontrar ejemplos de estos dogmas científicos, no tenemos más que referirnos a otro artículo, publicado recientemente también en La Acacia, por el H.·. Nergal, bajo el título: Los sabios Abads y nuestro Ideal masónico; en este artículo el autor, muy cortésmente por lo demás, se plantea la cuestión de la injerencia de la Iglesia Católica, o sobre todo de algunos de sus representantes, al interior del dominio de las ciencias llamadas positivas y se preocupa de las consecuencias que pueden resultar de ello; pero esa no es la cuestión que nos interesa. Lo que queremos retener, es la manera en que son presentadas como verdades indubitables y universales (en un sentido bastante restringido, es cierto), 7 lo que son simples hipótesis, cuya probabilidad misma es a menudo lejos de ser demostrada en su misma relatividad, y que, en todos los casos, no pueden corresponder todo lo más que a posibilidades especiales y estrechamente limitadas. Esta ilusión sobre el alcance de ciertas concepciones no es particular al H.·. Nergal, cuya buena fe y convicción sincera, no podría además ponerse en duda alguna por todos aquellos que le conocen; pero dicha ilusión es compartida no menos sinceramente (al menos está permitido el creerlo) por casi la totalidad de los sabios contemporáneos.

No obstante, y en primer lugar, hay sin embargo un punto sobre el cual estamos perfectamente de acuerdo con el H.·. Nergal: es cuando él declara que “la ciencia no es ni religiosa ni antirreligiosa, sino areligiosa (a privativa)”, y es en efecto evidente que esto no puede ser de otra manera, puesto que la ciencia y la religión no se aplican al mismo ámbito. Solamente, si ello es así y si se le reconoce como tal, no se debe renunciar únicamente a conciliar la ciencia y la religión, lo que no podría ser el hecho absurdo sino de un mal teólogo 8 o de un sabio incompleto y de visión estrecha; se debe igualmente renunciar a oponerlas la una a la otra, y a encontrar entre ellas contradicciones e incompatibilidades que no podrían existir, puesto que sus puntos de vista respectivos no tienen nada en común que permita hacer una comparación entre ellas. Esto debería ser verdadero igualmente para la “ciencia de las religiones”, si existía realmente una tal ciencia que pretendiera serlo, esta era sostenida sobre un terreno estrictamente científico, y si no, era sobre todo el pretexto para introducir una exégesis con tendencias protestantes o modernistas (que por lo demás son, por muy poco, la misma cosa); hasta que se pruebe lo contrario, nos permitimos dudar formalmente del valor de sus resultados. 9

Otro punto sobre el cual el H.·. Nergal se hace una ilusión muy grande, es el que concierne al posible resultado de las investigaciones científicas sobre la “filiación de los seres”; cuando tomando igualmente una u otra de las múltiples hipótesis que han sido propuestas a este respecto, todas ellas llegarían a ser un día probadas de una forma irrefutable, perdiendo por eso mismo su carácter hipotético. No vemos por ningún lado cómo eso podría incomodar a una religión cualquiera (de la cual no nos hacemos ciertamente los defensores) al menos que los representantes autorizados de ella (y no solamente algunas individualidades estimables, pero sin mandato) no hayan imprudentemente y malamente emitido una opinión, la cual nadie se las hubiese pedido, sobre la solución de esta cuestión científica, la cual no es de su competencia; 10 y, también en este caso, tratándose de este modo de abordar la cuestión y como tendrán manifiestamente aventajadas sus posibilidades, que no pueden concernir más que a lo que se relaciona directamente a su “fe”, les sería permitido siempre a sus “fieles”, después de tales concepciones, no tomar más en cuenta su opinión a este respecto como no importa qué otra opinión individual.11 En cuanto a la Metafísica (y decimos esto para dar un ejemplo de la completa separación de los dos dominios: metafísico y científico), esta no tiene de qué preocuparse por dicha cuestión, de la cual, todo provecho es extraído sólo por la teoría de la multiplicidad de los estados del ser, que permite vislumbrar todas las cosas bajo el aspecto de la simultaneidad lo mismo que (y al mismo tiempo) bajo aquél de la sucesión, lo cual reduce las ideas de “progreso” y de “evolución” a su justo valor de nociones puramente relativas y contingentes. A propósito de la “descendencia del hombre”, la única observación interesante que podemos hacer sobre este punto bajo nuestra perspectiva (y una vez más decir esto sería dejar atrás nuestro pensamiento y deformarlo totalmente antes que querer interpretar esta cuestión en un sentido “transformista”), es lo siguiente: si el hombre es espiritualmente el principio de toda la Creación, debe ser por eso mismo materialmente su resultado,12 pues “lo que está abajo es como lo que está arriba, pero en sentido inverso”.


No insistiremos más y pasaremos por encima de esta cuestión, solamente anotaremos otra palabra sobre este asunto de las concepciones científicas: el H.·. Nergal concluye diciendo: “la ciencia no puede tener más que un objetivo, un conocimiento perfecto de los fenómenos”; diremos simplemente que su objetivo no puede ser más que “el conocimiento de los fenómenos”, pues no podríamos admitir que respecto a este conocimiento haya algo “más perfecto” o “menos perfecto”. La ciencia, siendo por lo tanto eminentemente relativa, no puede, necesariamente, allegarse más que verdades no menos relativas que ella misma, y es sólo el Conocimiento integral el que es “la Verdad”, así como “el Ideal” masónico no es “la más grande perfección de la especie humana” única y restrictivamente; este Ideal debe ser la Perfección, la cual reside en la Síntesis Universal de todas las especies, de todas las humanidades.13

Nos resta hora precisar lo que se relaciona a las concepciones sociales; y diremos inmediatamente que, por esto, no entendemos solamente las opiniones políticas, que están evidentemente muy a parte de la cuestión; en efecto, no es inútilmente que en la Masonería se prohíba toda discusión a este respecto, igualmente, sin ser la menos reaccionaria del mundo. Está bien permitido admitir que la “democracia republicana” no sea el ideal social de todos los Masones difundidos sobre los dos hemisferios. Pero, en esta categoría de las concepciones sociales, hacemos entrar todo lo que concierne a la moral, pues no nos es posible considerarla como pudiendo ser otra cosa que “un arte social”, así como lo dijo muy bien el H.·.Noailles en el artículo que ya hemos citado; no iremos por lo tanto, como hasta aquí lo hemos hecho, a “dejar el campo abierto a todas las especulaciones metafísicas” en un dominio donde la Metafísica no tiene nada que hacer. En efecto, desde que se trata de relaciones sociales, no se puede, a pesar de todo lo que han dicho los filósofos y los moralistas, tratarse más que de consideraciones basadas sobre el interés, y que este interés reside además en una utilidad práctica y puramente sentimental, o, como es el caso más habitual de hecho, en una combinación de lo uno y de lo otro. Aquí, todo depende por lo tanto solamente de las apreciaciones individuales y la cuestión se reduce, para una colectividad cualquiera, a buscar y a encontrar un punto de unión sobre el cual puedan conciliarse la diversidad de estas múltiples apreciaciones, correspondientes a otros tantos intereses diferentes. Si es necesario a todas luces el uso de convenciones para volver la vida social soportable o igual simplemente posible, deberíamos al menos tener la franqueza de confesar que estas no son más que convenciones, en las cuales no puede haber nada de absoluto, y que deben variar incesantemente con todas las circunstancias de tiempo y de lugar, de las cuales depende completamente. Dentro de estos límites que marcan su carácter relativo, la moral, se limita a “buscar las reglas de la acción bajo el hecho de que los hombres viven en sociedad” (estas reglas se modifican forzosamente con la forma de la sociedad), tendrán un valor perfectamente establecido y una utilidad innegable; pero ella no debe pretender de ninguna manera, al igual que una religión cualquiera en el sentido occidental de la palabra, y no puede, sin salir de su papel como lo hace bastante a menudo, jactarse de establecer otra cosa que una creencia pura y simple. Además, por su lado sentimental, la moral misma sea “laica” o sea “científica”, en tanto que pueda serlo, contendrá siempre también una parte de creencia, dado que el individuo humano, en su estado actual, y con muy raras excepciones, está hecho así y no sabría cómo hacerlo de otro modo.


Mas, ¿será necesario que sea sobre parecidas contingencias que se deba fundar el Ideal masónico?, y, ¿estas deberán depender asimismo de las tendencias individuales de cada hombre y de cada fracción de la humanidad? Pensamos que no es así; estimamos por el contrario que este ideal, para ser verdaderamente “el Ideal”, debe estar aparate y más allá de todas las opiniones y de todas las creencias, como de todas las especialidades y de todas las sectas, como también de todos los sistemas y de todas las escuelas particulares, pues no hay otra manera de “alcanzar la Universalidad” sino mediante “la separación de lo que divide para conservar eso que une”; y esta opinión debe ser seguramente compartida por todos aquellos que entienden trabajar, no a la vana edificación de la “Torre de Babel”, sino a la realización efectiva de la Gran Obra de la Construcción Universal.

Traducción: A. Hdz.


1 Publicado en La Gnosis, octubre de 1911, bajo la firma de Palingenius.

2 Ver los capítulos La Ortodoxia Masónica y A propósito del Gran Arquitecto del Universo.

3 Ver La Religión y las religiones. La Gnosis, septiembre-octubre 1910, n° 10, p.219. –ver también los artículos de Matgioi sobre El error metafísico de las religiones en su forma sentimental, La Gnosis, julio-agosto 1910, p. 177 y 1911, n° 3, p.77

4 Ver el capítulo A propósito del Gran Arquitecto del Universo.

5 Ver el capítulo A propósito del Gran Arquitecto del Universo.

6 Sobre este punto, referirse una vez más a nuestro capítulo A propósito del Gran Arquitecto del Universo.

7 Ver el capítulo A propósito del Gran Arquitecto del Universo.

8 Este hecho fue, por lo demás, la verdadera razón del proceso de Galileo.

9 Ver La Religión y las Religiones. La Gnosis, septiembre-octubre 1910, n° 10, p. 219. Por otra parte, no creemos que se pueda considerar al Sr. Loisy como siendo católico. –En fin, nos preguntamos qué es lo que pudiera ser “la madre de Brama” (sic); no hemos encontrado jamás nada que se parezca en toda la Teogonía hindú.

10 ¿No está dicho, en la Biblia vulgar misma, que Dios libró el Mundo a las disputas de los hombres?

11 Esto es estrictamente conforme a la definición del dogma católico de la “infalibilidad pontificial”, igualmente entendida en su sentido más literal.

12 Es por esto que todas las tradiciones están de acuerdo el considerarlo como formado por la síntesis de todos los elementos y de todos los reinos de la Naturaleza.

13 La Tradición, en efecto, no admite solamente la pluralidad de los mundos habitados, sino también la pluralidad de las humanidades difundidas sobre estos mundos (ver Simón y Teofano, Las Enseñanzas secretas de la Gnosis, pp. 27 a 30); tendremos la ocasión de volver de nuevo sobre esta cuestión.

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