Los recursos retóricos utilizados para la idea de la tolerancia

en la voz de la relatora Filomena en el cuento de

“Los tres anillos” en la obra
El Decamerón de Boccaccio.

Frater Faber Dardănǐus

 

 

I. Introducción
Estamos frente a uno de esos libros que nos invita a adentrarnos a sus hojas, historias y personajes, una de esas obras que conlleva variados niveles de interpretaciones. Aquí ni por mucho pretendemos acercaremos a todas esas posibles lecturas, no obstante hemos procurado exponer ciertas ideas o conceptos dentro de la obra de Boccaccio que nos parecen muy actuales y quizás provechosas repasarlas.

En ese sentido el concepto o la idea de tolerancia en Boccaccio al parecer se encuentra sustentada, entre otras directrices, como parte de sus principios tradicionales y por ende fundamental y rector. En cuanto al concepto religioso en nuestro autor, debemos de entenderlo en su más amplio sentido, es decir, con el vocablo de religar o ligar con, [religión del latín religio, onis. Rĕlĭgo de atar, ligar y sujetar; atar de religo. Pimentel Álvarez, Julio. Breve diccionario Latín-Español, Español-Latín. México, Porrúa, 1999].

Y es que nótese que paralelamente a esta idea, se presentan –a lo largo de todo El Decamerón– otras más donde se expresa abiertamente su animadversión para con la institución y los hombres que detentan el poder, sin embargo Boccaccio tiene la prudencia y sabiduría de separar las aguas. Los ejemplos sobran en lo que respecta a estas narraciones antiinstitucionales y anticlericales, casi en cualquier cuento lo ejemplifica, de ahí que no nos centraremos en ese punto, baste abrir el libro casi en cualquier relato.

El concepto o idea de la tolerancia religa con la del amor, es una relación íntima que abarca variados niveles, como pueden ser entre nuestros semejantes y para con la naturaleza. La idea de naturaleza en Boccaccio, por cierto, no debe de entenderse sólo como todo aquello que es nuestro entorno ya que incluye, por sobre todo, una relación con Aquel por el que se logran todas las cosas. Todo lo anterior es menester mencionarlo a fin de situar a nuestro personaje, muy brevemente, en varios paradigmas del ámbito de las ideas.

Sin embargo, y a nuestra manera de entender, hay un cuento que “sobresale” de la media de todos lo demás escritos para El Decamerón. Cuento que, como iremos viendo, merece una atenta lectura. En él cifra Boccaccio distintos niveles de expresión y comprensión.

“Los tres anillos” es un ejemplo magnífico de la idea tolerancia, por cierto, tan mal entendida actualmente. Es por sobretodo, el ejercicio de la tolerancia, un genuino respeto ante el camino que el otro ha decidido recorrer para encontrarse con Aquel o el Anciano de los Días y no una supuesta “tolerancia” en donde se “deba” respetar todas las opiniones, aún incluso las heterodoxas y que están desprovistas de argumentos o simplemente denotan ignorancia e incluso algunas veces son mal intencionadas.

Filomena es el personaje que nos ocupa no sólo por ser la relatora de este enigmático cuento, sino más bien por ser la primera de todas las protagonistas que toma el símbolo de la corona representado mediante una rama de laurel que se colocará en la cabeza de aquella que será la primera reina del grupo. Todo lo dicho anteriormente tiene significados elocuentes para el cuento que hemos elegido. Y no sólo eso: son elementos simbólicos que no deben de pasarse por alto, máxime por el tipo de “pluma” con la que nos topamos.

Sólo lo superior otorga la bendición a lo inferior y sólo lo superior por ende será quien pueda reconocer al poder real, no es deseable que este opere en un sentido opuesto. Recordemos este punto al hablar más adelante de un personaje sobresaliente en nuestro relato, nos referimos por supuesto a Melki-Tsedeq. Debemos de aprender mucho de los antiguos, y de los contemporáneos, cuando han comprendido que las jerarquías no son artículo al servicio del despotismo o del autoritarismo, y sobre todo que estas sean inexistentes, aún en el supuesto de un igualitarismo por decreto. Ahora bien, no se nos vaya a mal interpretar, no se trata de estar a favor o en contra de tal o cual situación sino de reconocer lo que opera y es real.

Esperamos poder cumplir con la idea de que, autores como el que presentamos, están vivos por su actualidad y que estos “cuentillos” son algo más que amenos relatos. Encierran toda una enseñanza que resulta por demás muy duradera y contundente.

Sirva sólo entonces nuestra introducción para demarcar el trabajo siguiendo el relato de “Los tres anillos” y la concepción que tiene Boccaccio de la tolerancia en la vos de Filomena. Para tal objetivo haremos un análisis retórico del lenguaje utilizado por Filomena y que desarrolla particularmente en este cuento. Así como un breve acercamiento a los personajes históricos del mismo y que se nos presentan más o menos disfrazados por Boccaccio.

 

II. Contenido
II. I. Disertación acerca de la concepción que tiene Boccaccio de la tolerancia en la vos de Filomena.
Pampinea fue designada como la primera soberana para así dar comienzo a la primera jornada, “Filomena fue a cortar una rama de laurel con la que hizo una corona, que puso luego sobre la cabeza de su amiga, y que fue, durante el tiempo que allí permanecieron, reconocida por todos los demás como el signo manifiesto del poder y la realeza.” (Boccaccio, p. 18). De ahí que hayamos seleccionado a esta dama, Filomena, como nuestro hilo conductor de entre todos los relatos. En aquellos años y aunque bastante menguados, los poderes eclesiásticos y reales guardaban más que íntimas relaciones. Boccaccio crítico hacia los dos poderes, no obstante observaba, y quizás motivado por otros valores y primicias, una relación clara de las jerarquías entre la autoridad espiritual y el poder temporal.

Este tercer cuento titulado “Los tres anillos” es un pasaje peculiar y con un tono distinto a los demás relatos o cuentos, ese tono no se repetirá a todo lo largo de El Decamerón, a lo sumo en uno más llamado “Salomón”, sin llegar a contener, creemos, tantas claves como el que nos ocupa en este momento.

El vocabulario utilizado por Boccaccio es sumamente cuidadoso ante las “formas” ciertamente relacionadas con la época, pero también engarzadas con otro discurso que podríamos llamar simbólico. Tomemos algunos ejemplos: La corona otorga entre todos los participantes la autoridad del poder y la jerarquía, es un símbolo que funcionará para llevar de la mano los acontecimientos del día en donde se incluyen los relatos. Filomena y todos los participantes según su turno esperan la gracia del rey o reina y que con un gesto sutil indicarán el comienzo a cada relato, “a un signo de la reina, tomó la palabra…” (Boccaccio, p. 32), es un reconocimiento de las jerarquías. So pena de ganarse una llamada de atención es más conveniente saber esperar el gesto del soberano en turno.

“Los tres anillos” es un relato situado en un “no tiempo”, es como cuando se dice al comienzo de las leyendas: “Érase una vez…”, “Hace mucho, mucho tiempo…”, “Había una vez…”; en fin son casi interminables estos discursos que nos sirven para ubicar la historia en un tiempo no específico, uno tan lejano que se torna ejemplar y forma parte de las crónicas y leyendas de todos los pueblos. Algunos adquieren tonos mitológicos cuando logran conjuntar en su interior la narrativa y el desenvolvimiento de los dioses y héroes que conforman y desafían civilizaciones o pueblos enteros. Boccaccio esta lejos de esos parámetros, quizás por eso deba de recurrir a una  fórmula menos eufórica pero no por ello gratamente misteriosa y perteneciente al imaginario de un no tiempo: “en cierta ocasión…” (Boccaccio, p. 32). No hay un tiempo definido y específico como sí lo encontraremos en la gran mayoría de sus relatos.

“Ya hemos hablado bastante en alabanza a Dios y acerca de la verdad de nuestras creencias. Creo que ha llegado el momento de que hablemos acerca de lo que sucede entre los hombres.” (Boccaccio, p. 32). El recurso de alabanza es del todo correcto pues el hombre debe de intentar elevar su plegaria ante lo divino, por otra parte el concepto que utiliza en cuanto a la verdad es un término que deja entreabierta la posibilidad a otros discursos “acerca de la verdad de nuestras creencias” refiere o indica un claro tono conciliatorio donde pueden entrar otros referentes o discursos. Sí el acento lo hubiese puesto en un vocablo como “la Verdad” o “la única posibilidad de verdad” e incluso “acerca de la indiscutible verdad…” en fin una fórmula que excluyera toda sombra de los otros discursos religiosos, en definitiva nos hubiese indicado con ello el autor –en ese supuesto caso– más una afirmación dogmática donde no se contempla la afirmación de “los otros”, como puede ocurrir en un discurso tolerante.

Boccaccio al parecer, cuenta con elementos varios para no caer en la tentación del primer caso y recurrir a pensamientos más o menos limitados. Así él está abierto a la universalidad de un saber que bien puede abarcar otros “saberes” y discursos sobre la idea de la divinidad.

Es indispensable que reflexionemos en este momento, que Boccaccio fue amigo entrañable de Francesco Petrarca, a ellos les reúne, además de pertenecer a la organización iniciática los “Fieles de Amor”, una gran admiración y respeto por su Kadosh: Dante Alighieri, él cual influirá enormemente en la formación intelectual de ambos. Es aquí donde debe ponerse el énfasis en el discurso de la tolerancia de Boccaccio, muy indistintamente de lo que se entendía como tolerancia entre los círculos del vulgo o del poder de su época, donde está de más afirmar que esta supuesta “tolerancia” es más bien cercana a la de nuestros días y muy lejana a la que adopta Boccaccio, más bien tradicional y por ello de todos los tiempos.

A lo largo de “Los tres anillos” resalta el amor de Boccaccio con y por lo divino, no obstante no aparece una sola mención a la institución eclesiástica, donde por cierto, en variadísimos cuentos será motivo de burla, lisonjas, escarnio, ridiculización y una feroz crítica hacia una iglesia bastante institucionalizada, corrompida e involucrada en los dominios externos del poder.

Continuemos analizando el párrafo citado, dice Filomena “…de lo que sucede entre los hombres.” No es para nada una expresión despreciativa, no ha dicho en lugar de hombres: ignorantes, dogmáticos, extraviados, o cualquier otro calificativo peyorativo, simplemente hombres. Boccaccio no puede hacer uso de la misma moneda que han desgastado hasta el cansancio todos los discursos “oficiales” provenientes de las llamadas tres religiones de libro. Imaginemos que en toda la atmósfera de nuestro autor se respira no sólo la muerte provocada por la peste, sino el engaño, la traición, el abuso del poder, la imprudencia de la realeza: avara y ciega. Ante todo ello nuestro autor argumenta que es conveniente siempre, y enfatizamos, siempre la prudencia y el ingenio, los cuales procurarán “a menudo la felicidad, asegurándole un porvenir tranquilo.” (Boccaccio, p. 32). Como vemos estos valores convenientemente utilizados siguen siendo referenciales muy actuales e incluso obligatorios para todos aquellos que han alcanzado un cierto saber.

 

II. II. De los personajes históricos más o menos encubiertos.
Melki-Tsedeq, –Melquisedeq (Biblia de Jerusalén) o Melchisedech como lo presenta nuestra traducción de el Decamerón– es, en el cuento de “Los tres anillos”, un rico judío avaro y que vivirá en la ciudad de Alejandría.

Su homónimo histórico nos presenta otros valores. Es un legendario personaje bíblico que bendice al patriarca Abraham, “Entonces Melquisedeq, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendigo…” (Génesis, 14 17-19. Nótese los elementos con los que viene el rey de Salem, con el vino y el pan mismos que serán utilizados por Jesús, el Cristo), Abraham no sólo acepta la bendición sino que reconoce toda autoridad de Melki-Tsedeq ya que además “le dio el diezmo de todo.” (Génesis, 14 20).

Encontramos también en otro libro bíblico lo siguiente, “cuyo nombre significa, en primer lugar, ‘rey de justicia’ y, además rey de Salem, es decir, ‘rey de paz’, sin padre ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, perfectamente sacerdote por siempre.” (Epístola a los Hebreos, 7 1-3).

Y como bien lo dice Pablo, “es incuestionable que el inferior recibe la bendición del superior.” (Epístola a los Hebreos, 7 7). Efectivamente Melki-Tsedeq rey de paz y de justicia será el representante de una antiquísima tradición y será Abraham, padre fundador aceptado y reconocido por las tres grandes religiones del libro, quien asumirá dicha tradición del rey de Salem. Es por ello que Abraham es el legítimo continuador de la tradición de la cual Melki-Tsedeq era portador. Autoridad que desemboca, por parte de la Norma, en Jesucristo.

Nada de lo anterior está fuera de nuestro tema, todo lo contrario, ya que Boccaccio-Filomena encarna esa profunda tolerancia religiosa y que, entre otros escritores de su época, deben de tener claras todas las referencias bíblicas que hemos citado y seguramente algunas más que formaban parte de una transmisión oral (o escrita) y que por ende permanecen demasiado distantes y ajenas para los parámetros y el discurso limitativo que nos ocupa.

El segundo personaje clave del cuento boccacciano tiene ciertamente una ubicación más sencilla, la historia lo refiere como sobresaliente guerrero y estratega musulmán durante la tercera cruzada. Boccaccio presenta a Saladino como un ilustre hombre que se elevó con determinación y valor de un puesto modesto o secundario hasta el trono de la misma Babilonia. Que obtuvo brillantes victorias sobre cristianos y sarracenos, más sin embargo por despilfarro su tesoro se agotó.

Saladino I o Salah ad-Din Yusuf al-Ayyubi resulta ser el primer Sultán musulmán, aquel que se propuso unificar los califatos, logrando con ello una momentánea unidad. Por ello mismo le llamarán Sultán. Anotamos un par de referencias que rescatan de suyo el carácter del personaje musulmán que nos ocupa. Ante la enfermedad de Ricardo III por Tierra Santa, Saladino, como buen musulmán, le enviará al monarca a sus médicos; también le enseñará al convaleciente y finalmente enemigo suyo un estratégico juego llamado ajedrez. Posteriormente estos dos personajes se ligarán a las historias y leyendas de la búsqueda del Santo Grial, relacionadas tanto con Occidente como con Medio Oriente.

A diferencia de sus congéneres los turcos, Saladino es un gran diplomático, estratega y negociador que resaltó con creces durante la tercera cruzada. Como sabemos Saladino negoció con el rey Ricardo III, Corazón de León, demostrando en varias ocasiones sus dotes diplomáticas. Firmó un tratado en el cual se respetarían todos los credos que se ejercían en la legendaria y no obstante joven Jerusalem (pensamos que por derivarse de Salem y del rey-sacerdote Melki-Tsedeq, rey de paz y que fue este el que traslado, simbólicamente, la autoridad a Abraham, pueda escribirse igualmente escribirse así).

Es probable que Boccaccio identifique a Saladino como encumbrado en el trono de Babilonia, debido a que llegó a conquistar parte de Siria y Mesopotamia.

Encontramos entonces a las tres grandes religiones del libro interrelacionadas en este cuento. El judío, para Boccaccio, Melchisedech, el musulmán Saladino y la relatora misma Filomena junto con sus compañeros como el elemento cristiano. Ronda constantemente en estos pasajes bíblicos y en la actitud de Saladino la idea de unanimidad y tolerancia que bien Boccaccio desea hacernos patente en este breve cuento con ciertas claves o llaves.

 

II. III. La aparente encrucijada.
“Sabio hombre, todo el mundo alaba tus luces y tú sabiduría en las cosas divinas. ¿Podrías decirme cuál es la más verdadera de estas tres religiones: la judía, la mahometana o la cristiana?” (Boccaccio, p. 33).

Es la pregunta que no sólo le plantea Saladino al prudente Melchisedech para tratar de colocarle en una encrucijada, y presionarlo –diplomáticamente hablando– para sutilmente obligarle a que le preste dinero; sino sobretodo, es la pregunta que el mismo Giovanni Boccaccio recibió en su momento y que ahora le plantea a todos sus lectores. “El judío, que era efectivamente, un hombre sabio y prudente, comprendió que Saladino le tendía un lazo, y que no podía dar la preferencia a ninguna de las tres religiones sin exponerse.” (Boccaccio, p. 33).

La historia que contará el judío para salir de la encrucijada, muy resumidamente, es que un padre muy rico y poderoso tenía un anillo de gran belleza y valor inestimable. Queriendo que el anillo permaneciera en su familia, ordenó que aquel de sus hijos al cual le diera el anillo sería reconocido como el legítimo heredero y por ende respetado y honrado por toda la familia. Así pasaron varias generaciones hasta que por fin circuló el anillo en posesión de ese hombre que tenía tres hijos, todos virtuosos, hermosos y obedientes; los quería por igual. Los tres hijos sabían la prerrogativa de poseer el anillo ante la inminente muerte de su padre, (¿se llamaría acaso Abraham o incluso Adán en la mente de nuestro escritor?). El punto es que el viejo manda a hacer tres anillos perfectamente iguales, “tan iguales que él mismo no pudo reconocer cuál era el verdadero.” (Boccaccio, p. 33).

Nos detenemos en el relato para señalar que, es imprescindible hacer el ejercicio de un “traslado de paradigmas”, léase que era simplemente imposible reconocer cual era el anillo original, esto implica salirnos de nuestra limitada esfera de valores y no pensar que “eso es imposible”. Por sobre esto debe de colocarse la intención del padre al mandar a hacer los tres anillos, de lo contrario no hubiese importado su voluntad (y la del autor), y que finalmente era que los tres hijos fuesen herederos legítimos.

Hemos de adivinar el final, llegada su hora repartió de manera separada los tres anillos entre sus hijos, los tres reclamaron el título de heredero, “mostrando su anillo en apoyo de sus justas pretensiones. Pero los anillos eran tan parecidos, que fue imposible reconocer cuál era el auténtico. Y aquel proceso quedó pendiente y aún no se ha resuelto.” (Boccaccio, p. 33-34).

El vocablo utilizado por nuestro autor es, una vez más, muy preciso. Dice que son tan parecidos que fue imposible reconocer el original, nunca utiliza los conceptos de que los anillos eran idénticos o iguales, ya que efectivamente no pueden existir dos objetos idénticos o iguales entre sí, ese es un absurdo. El punto aquí es que son tan parecidos entre si los tres anillos que todos ellos poseen cualificaciones para ser “verdaderos cada uno”, a pesar de que exista un anillo original, este no se le hallará más ni se podrá saber cuál es. Los tres anillos han pasado a ocupar, cada uno, un lugar de legítima heredad.

Afirma Filomena, casi para concluir su cuento, “…acerca de las tres religiones que Dios ha dado a tres pueblos distintos. Cada uno de ellos cree ser depositario de la herencia de Dios y poseedor de su verdadera ley. ¿Cuál de los tres la posee? Como sucedió con los anillos, el pleito aún no se ha resuelto.” (Boccaccio, p. 33-34).

He aquí la siguiente clave, dice Boccaccio “la herencia de Dios”, identificando con ello una idea de Unidad, no son los dioses diversos de cada una de las tres religiones sino Dios que ha depositado su herencia en tres religiones. Recuérdese que finalmente la historia es narrada por Melchisedech.

Sólo nos resta una interrogante en este apartado, ¿qué hubiese pasado si el hábil orfebre, para fabricar los anillos hubiese tenido la necesidad de hacer primero un molde con el original para luego fundirlo y posteriormente mezclarlo con más oro a fin de que resultasen lo más idénticos posibles entre sí los tres nuevos anillos, realizando así su trabajo a la máxima perfección posible?

 

III. Conclusiones
La concepción de la divinidad que tiene Boccaccio es la de un Ser poderoso, sabio y benigno que conlleva dos brazos según reza El Zohar, es decir un brazo o mano de justicia y otra de paz, o también dicho en otros términos, un pilar de gracia o misericordia en tanto que el otro pilar de juicio y rigor. Aquel que tiene la balanza divina y que sabe operar ambas columnas equilibrándoles en su justo medio, ahí en ese espacio donde crece la tolerancia, el amor, la belleza y la verdad, es el que posee la plenitud de la existencia.

En el caso de Boccaccio además habremos de sumarle que sabe mirar con buenos ojos el placer y la felicidad de los hombres, la fraternidad y el respeto hacia los otros. No en balde su relato termina con una amistad entre los dos personajes.

Boccaccio no es antirreligioso, mucho menos anticristiano, es profundamente teísta pero claramente antiinstitucional. No es para menos, ya la iglesia ha dado muestras, desde tiempo atrás, de su papel en la historia y vemos cómo personajes o escritores como Dante, Petrarca y el mismo Boccaccio han tomado, por ciertas causas muy específicas, una sana distancia de ella.

Boccaccio nos presenta la urdimbre y trama de los deseos sublimes fincados en la esperanza de una época dorada, donde las pasiones y anhelos humanos se tornan libres, vinculadas con la idea de la Naturaleza como concepción de vida y amor. Una forma de moverse en el mundo que va tejiendo la íntima relación con Dios de forma directa. Logrando darle una gran preeminencia a lo singular e individual sin caer dentro de la escala de lo absurdamente individualista so pena de verse fustigado.

La singularidad es real si mantiene un vínculo sincero con sus semejantes y siempre conserva inteligencia, compañerismo y por ende un servicio libre hacia el creador. Buscando por sobre todo su fundamento en algo trascendente, universal e ideal para acercarse al Sí mismo o cuando menos no alejarse con absurdas intenciones. En su obra encontramos una concepción abierta y tolerante de la divinidad, además de un realismo e interés por el mundo humano que constituyen rasgos de su visión del amor. Su visión contrasta, ciertamente, con la moral cristiana oficial de la época.

Encontramos por supuesto una visión certera de la verdadera tolerancia como debe de encararse y entenderse. Valores todos que nos llevan de la mano a la prudencia e inteligencia y que se manifiestan claramente en el respeto por el camino del otro, de su verdad sin pensar un instante que es sólo una verdad aparente y sobre todo compartiendo los ideales, alimentando las fuentes del saber y aportando con respeto y claridad ante los discursos de los demás y que finalmente siendo ortodoxas sus fuentes y recorridos, estarán vinculadas a la Norma o ley llevándolos a un feliz término, como le nombra Boccaccio, al encuentro con Aquel por quien todas las cosas suceden.

 


 

Bibliografía

 

  • Biblia de Jerusalén. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1999.
  • Boccaccio, Giovanni. El Decamerón. M. E editores, 1995, Madrid.
  • Cirlot, Juan-Eduardo. Diccionario de símbolos. Labor, Barcelona, 1994.
  • Chevalier, Jean y Gheerbrant, Alain. Diccionario de los Símbolos. Herder, Barcelona, 1995.
  • Pimentel Álvarez, Julio. Breve diccionario Latín-Español, Español-Latín. México, Porrúa, 1999.

III.I Referencias telemáticas
www.artehistoria.com
www.wikipedia.com


 

 

 

 

 

 

 

 

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